A
la Antigua Grecia debemos buena parte de los primeros conocimientos más o menos
científicos, al menos aquellos que nos llegaron posteriormente a través de la
tradición grecolatina.
Con
respecto a la fauna, autores como Heródoto o Aristóteles se cuentan entre los
más destacados, pero, aunque muy meritorios para su época, veíamos en el
capítulo anterior que tratar de extrapolar aquellos trabajos a lo que hoy
entendemos como clasificación zoológica por especies, conlleva un alto riesgo
de equívoco, de forma que tan sólo pueden servir en parte como guía, y siempre sometida
a análisis crítico.
Veamos
hoy qué hilo de continuidad podemos encontrar en las fuentes escritas de la Edad Antigua, y en relación con la Península
Ibérica, con respecto al équido salvaje que durante la Edad Media fue conocido
como “zebro”.
Heródoto,
en su Istoriai (Historiae o Los Nueve Libros de Historia), del S.V
a.C., dejó escrito que había “hippos
agrios leukoi” (caballos salvajes blancos) donde nacía el río Hypanis
(Ucrania) (13).
Aristóteles
(S.IV a.C.), menciona especies que no eran propias del ámbito griego, y que sin
embargo, de una u otra forma, eran ya conocidas en la época debido a los contactos
culturales con el resto de Europa, África y Asia.
Para
el tema que nos interesa, sabemos que hablaba de “hippos agrios” (caballos salvajes o agrestes), “onos agrios” (asnos salvajes o
agrestes), “hemi onos” (medio asnos),
destacando en su nomenclatura sus principales cualidades, el ser salvajes o
quedar a mitad camino, en estos casos.
También
los había descritos o conocidos por el lugar que habitaban, como el caso del “hippo potamos” (caballo de río), o el “onos indikos monocheros” (asno unicornio de la India =rinoceronte).
Otros eran definidos a partir de la suma dos especies más conocidas, a través de nomenclatura compuesta, por
ejemplo los “hippos tigroides” (cebras
africanas=caballo+tigre), los “hippelaphos”
(nilgai=caballo+ciervo)…(13 y 15)
En
época más tardía, los autores clásicos grecolatinos tomarían como referencia todos
esos conocimientos para sus trabajos.
Mosaico romano del equus fluviatilis o hippo potamos del Nilo. |
Siguiendo
la tradición aristotélica de suponer que todos los animales domésticos
procedían de sus equivalentes salvajes, Marco Terencio Varrón (finales del S.II
y principios del S.I a.C.), en su obra De
re rustica (“De las cosas del Campo”), deja uno de los pocos apuntes
sobre équidos salvajes en la Península Ibérica, cuando nos cuenta lo siguiente
(16):
“…a esta vida siguió, en segundo grado, la vida pastoril,
en la cual los hombres (…) eligieron entre los animales (…) y los aprisionaron
y domesticaron”.
“Así, todavía existen animales en estado salvaje en
muchas partes (…), asnos salvajes (asini feri) los hay en Frigia y Licaonia.
Hay caballos salvajes (Equi feri) en algunas regiones de la Hispania Citerior”.
Éste
es un matiz que debemos tener muy en cuenta, ya que habla de asnos salvajes en
Frigia y Licaonia (Península de Anatolia), entendiéndolos como ancestros
salvajes de los domésticos (Equus africanus
asinus), cuando en realidad no era así, puesto que allí los asnos salvajes
asiáticos eran otra especie, los hemiones (Equus
hemionus anatoliensis).
Tenemos
aquí una primera “trampa” en la que no debemos caer sin más, el pretender
establecer de inmediato, y sin poner en cuestión, el que aquellos “caballos
salvajes” de Hispania tuvieran que ser necesariamente verdaderos caballos, y
ancestros de los domésticos, como en tantos y tantos trabajos de investigación
se ha dado por supuesto.
Si
las cebras africanas fueron tenidas por caballos-tigroides, los hipopótamos
como caballos de río, alguna especie de gran antílope asiático como el nilgai,
entendido como caballo-ciervo, imaginemos cuánto más, un équido mucho más
parecido a un caballo no sería de inmediato concebido como equus ferus, sin mayor distinción, al igual que los hemiones de
Anatolia fueron considerados erróneamente por el mismo autor como asinus ferus, ancestros salvajes del
asno doméstico…
Aristóteles, padre fundador de la Lógica y la Biología. S.IV a.C. |
Estrabón
(S.I a.C.-S.I d.C.), de quien se piensa que nunca viajó a Hispania, se basó en
autores anteriores, como Posidonio (S.II-I a.C.), y en su Geografía, en el libro III dedicado a Iberia, deja otro
apunte sobre la existencia de “hippos
agrios”:
“Produce la Iberia muchos corzos y caballos salvajes”.
Plinio
(S. I d.C.), escribió que en el norte de Europa existían manadas de caballos
salvajes (“equorum greges ferorum”),
al igual que en África y Asia las había de asnos salvajes (“sicut asinorum Asia et Africa”) (13),
dejando claro una vez más, bajo mi punto de vista, que la concepción del
término especie en la Antigüedad, deja muchísimo que desear, siendo totalmente
inválida para intentar esclarecer con certeza nada al respecto, ya que si para
los clásicos, África y Asia tenían asnos silvestres, entendidos ambos como la
misma especie y ancestros de los domésticos, el mismo error podía estar cometiéndose con todos
los supuestos caballos salvajes de Europa…
La
tercera mención a équidos salvajes en Hispania hace referencia a la “especie de
caballos que habitan los bosques”, y proviene de un altar votivo en las
murallas de la actual ciudad española de León. La pieza es consagrada, en su
cara frontal a Diana, diosa de la caza, por parte de Quinto Tulio Máximo,
gobernador militar de la legión VII Gémina Félix, el León romano, el año 165 d.C.
Sus restantes tres caras se llenan de una serie de versos que describen las
jornadas cinegéticas de Quinto Tulio por los páramos leoneses y la devoción a
la diosa virginal a quien consagró un lugar de culto, dedicándola también
algunos de sus trofeos.
En
ellas podemos leer lo siguiente:
“Aequora conclusit campi divisque dicavit, et templum statuit
tibi, Delia virgo triformis, Tullius, e Lybia, rector Legionis Hiberae, ut
quiret volucris capreas, ut figuere cervos, saetigeros ut apros, ut equorum
silvicolentum progeniem, ut cursu certari, ut disice ferri, et pedes arma gerens
et equo iaculator Hibero”.
“Cercó los llanos del campo y los dedicó a los dioses, y
levantó un templo para ti, virgen triforme de Delos, Tulio, de África, de la
Legión Ibera legado, para que pudiera atravesar los corzos veloces, los
ciervos, los hirsutos jabalíes, la progenie (estirpe-especie) de caballos que
habitan los bosques, competir a la carrera o con el machete de hierro, sea
llevando las armas a pie o desde un caballo íbero lanzado”.
Una
muestra más de la cautela que debemos tener al establecer correlaciones específicas
la observamos en la obra Cynegetika
de Oppiano de Apamea (S.III d.C.), que al hablar de caballos salvajes nos cuenta
que son llamados en latín “equiferi” y
en griego “hippagroi”, y dice que
estos “hippagroi” abundan en
Hispania, y en los Alpes, y que hay muchos de ellos en los desiertos de Aethyopia, y que estos últimos tienen dos
largos colmillos venenosos, y pies hendidos, así como melena a lo largo de la
espalda, y que cuando son capturados por los nativos, no soportan la
esclavitud…(17 y 18)
El hoy conocido como Hippotrago o antílope ruano, posible Hippagros, "caballo salvaje de Aethyopia" según Oppiano. |
Para
qué comentar nada al respecto…Como vemos, el término hippagroi o equiferi, no sólo
podía designar équidos similares, aunque fueran especies distintas, sino
animales que ni siquiera pertenecerían al mismo género.
Expone
algún autor actual que el Corpus
Hippiatricorum Graecorum, compilación bizantina de los siglos IX y X
d.C., basada en textos griegos de los siglos IV y V d.C., describe a los
caballos ibéricos como pequeños y procedentes de caballos salvajes. (19)
Sin
embargo, y a mi juicio, es algo que en sí mismo no resulta concluyente, puesto
que hemos visto que es creencia generalizada desde época aristotélica,
siguiendo la escuela al respecto de entender que todo animal doméstico debe
proceder de un equivalente salvaje. Tampoco precisa, por otro lado, procedencia ni época de domesticación para
una ganadería caballar ibérica que, por supuesto, se remontaba muchísimo más
atrás en el tiempo que los siglos IV y V d.C.
Recordemos
al respecto, una vez más, lo que nos dejó escrito Lucio Marineo Sículo a
finales del S.XV y principios del XVI, cuando todavía existía el zebro en
España; que Varrón contaba que algunas yeguas en Hispania concebían del viento
Zéphiro, y por eso, Lucio Marineo, aseguraba que eran denominadas Zebras (por
la síncope Zéfiras) en su época por los españoles, y que éstas eran ciertamente
silvestres, campestres e indomables (14).
Es
decir, que los caballos domésticos ibéricos, en cualquier caso, no debían
proceder de este tipo de équido salvaje conocido como zebro, ya que se recalca
que era indomable.
Moneda sedetana que representa a un jinete íbero. SII-I a.C. |
Posiblemente
en este mismo sentido, Isidoro de Sevilla (siglos VI-VII d.C.), hijo de familia
hispanorromana, en uno de sus múltiples trabajos, se basó en los autores de la
Antigüedad para redactar los colores de los caballos, y en estas adaptaciones de
los clásicos podemos leer acerca de los de color gris o ceniciento que:
“Dosina autem dictus, quod sit color
eius de asino, idem et cinereus. Sunt autem hii de agresti genere orti, quos
equiferos dicimus, et proinde ad urbanam dignitatem transire non possunt”. (20)
“Y se dice dósina porque tenga color
de asno; y el mismo, ceniciento. Y son estos nacidos de una especie salvaje,
que decimos equiferos, y por tanto no pueden pasar a la categoría doméstica”.
Parecería que Isidoro de Sevilla estaba ya aquí
refiriéndose al zebro ibérico, recalcando el color gris, del asno, y matizando
claramente que se trata de una especie salvaje que no se puede domesticar.
Algún autor actual puntualiza que Isidoro
cambió el clásico “murinus” (ratón),
que era el propio del asno según los clásicos, y se usaba para referirse al
color gris, por el de “cinereus”, y
lo equiparó al neologismo “dósina”, proveniente
de “dosinus”, al que convirtió en
falsa etimología, pretendiendo derivarlo de “de
asinus” (de asno), pero que éste, más bien describía un pelaje oscuro, de
color pardo, y sustantivado, designaba para los antiguos el tipo de caballo
salvaje propio del centro y este de Europa, cualquiera que fuera su color. (20)
Isidoro de Sevilla. 556-636 d.C. |
Alberto Magno, obispo alemán de los siglos XII y XIII,
se basó seguramente en los escritos de Isidoro, con posterioridad, para describir
a los caballos salvajes que habitaron en Los Alpes como cinéreos, del color del
asno, y con una raya sobre el lomo, estableciendo directamente la
correspondencia “dósina”-“dosinus”, y su concepción, con la de “caballo salvaje”.(17
y 20)
Evidentemente,
cualquier intento de asegurar de forma tajante una correlación entre Equus ferus / Hippo agrios, y caballos
salvajes, en las fuentes clásicas, como misma especie en distintos lugares, y
entendida como el ancestro de los caballos domésticos, que hoy denominaríamos “tarpán”,
se antoja como algo más que aventurado, derrumbándose en estas pocas líneas
vistas hasta ahora.
Sin
embargo, sí que hay algo que no podemos pasar por alto de ninguna forma. En la
Península Ibérica existió durante la Edad Antigua un équido salvaje, que con
toda probabilidad, era el mismo zebro salvaje medieval.
Los
romanos lo concibieron como un caballo, o al menos, como un tipo, estirpe o
especie de caballo, salvaje, que era pieza de caza, y que vivía en los bosques, y de nuevo, ya en tiempos
de Isidoro, en la Antigüedad Tardía o principios de la Alta Edad Media, veremos
que empieza a quedar relacionado con el asno al menos en cuanto a su color cinéreo o
ceniciento, al igual que el zebro medieval.
Conociendo
como conocieron los romanos al onager
o asno salvaje/montés norteafricano, y a los asnos salvajes asiáticos
(onagros-hemiones), en ningún caso mencionaron nada relativo a éstos como
presentes en Hispania.
Podemos
descartar así cualquier evento de introducción en tiempos anteriores, por parte
de fenicios, que pudiera haber derivado en poblaciones ferales o asilvestradas
de asnos salvajes africanos o asiáticos.
Equus africanus y Equus hemionus, ambos denominados por los clásicos sin distinción como asinus ferus o asnos salvajes. |
Lo
que quiera que fuera el zebro, caía sin ninguna duda más cerca de los caballos
que de los asnos, taxonómicamnte hablando, desde el momento en que conocemos que relinchaban, y desde la
evidencia de que, al contrario de lo que sucede con la inmensa mayoría de especies
presentes en la Prehistoria, no existe ninguna pintura en el Arte Rupestre Ibérico
que muestre con claridad nada que pueda considerarse asno u onagro.
Por
otro lado, ya hemos visto cuál es la vara de medir o de entender lo que era “un
tipo de caballo” para los clásicos; la cebra africana, sin ir más lejos, concebida
durante la Edad Media y la Edad Moderna como asna buiada, burro do mato, o mula
fecunda, era para griegos y romanos un caballo atigrado…
Asnos
salvajes africanos y hemiones asiáticos, eran para todos simples asnos agrestes
o salvajes, ancestros de los asnos actuales.
¿Debemos
caer de inmediato, sin mayor profundidad de análisis, en la conclusión de que
el zebro ibérico fue el tarpán, ancestro del caballo doméstico, el Equus ferus que hoy en día hemos "diseñado"
bajo ese nombre científico?...
En
mi opinión no debemos claudicar tan rápidamente en lo que parecería tan fácil o
de cajón. Ciertamente hay posibilidades, pero estamos todavía lejos de poder
asegurarlo, puesto que existen muchos argumentos que no apuntan hacia esa
probabilidad. Ya hemos visto bastantes, y todavía veremos más.
Crédito de imágenes:
Fotos 1, 2, 3, 5 y 6: Imágenes libres de derechos de Wikimedia Commons.
Fotos 4 y 7: Imágenes libres de derechos de Pixabay.
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