Recuerdo
como si fuera ayer aquellas tardes en las que por primera vez me iniciaba en el
apasionante conocimiento del mundo animal. Con tres añitos cumplidos todavía no
iba al colegio, así que debía correr el año 1976.
España
acababa de tomar un nuevo rumbo, iniciando una andadura que, con mucha ilusión,
habría de llevarnos hacia una Democracia de la que todo el mundo parecía querer
ser partícipe.
Pero
ajeno a tan importante proceso, mi mundo giraba en torno a la familia, y cómo
no, a los animales.
Según
me han contado mis allegados ya por aquel entonces sentía una atracción fuera
de lo común hacia éstos, circunstancia que mi padre aprovechó para hacerse con
una enciclopedia que estaba resultando muy exitosa. Se
llamaba Fauna, de Salvat, y su autor era nada más y nada menos que el Dr. Félix
Rodríguez de la Fuente, quien a partir de entonces se convertiría en el
indiscutible faro que me iba a guiar durante todos estos años de aprendizaje
autodidacta, como a tantos y tantos otros de mi generación.
A él deben casi
todo quienes de una u otra forma viven del medio ambiente hoy en día en nuestro
país, puesto que sin su aporte, nada de lo que actualmente concebimos en este
terreno hubiera sido posible en España.
Todas
las tardes, al regresar a casa del trabajo, mi padre cogía aquellos estupendos
libros de cubierta marrón, con adornos azules y dorados, para ir leyéndome
capítulo a capítulo los once tomos que completaban la colección.
Al
final la lectura se convertía en juego a través de un concurso de respuestas
acertadas, tipo “Un, dos, tres, responda
otra vez”.
Pero
en este juego de lectura y aprendizaje había siempre una condición
indispensable impuesta por mí; todos los días teníamos que ver, como mínimo,
las fotos de un capítulo en concreto, del tomo tercero, que hacía referencia al
leopardo.
Aquel
felino me cautivó de tal forma que llegó a ser para mí el máximo exponente del
mundo faunístico.
Quizás
no era tan popular como el león, ni tan grande o poderoso, pero era, por encima
de todo, hermoso, más hermoso que ningún otro animal al que pudiera compararlo.
El
leopardo era, a mi modo de ver, el indiscutible rey de los animales.