A
lo largo del pasado siglo XX la concienciación ambiental se fue asentando con
fuerza en Europa.
El
conservacionismo ha dado pasos de gigante en esa búsqueda de hacer compatible
la existencia de lo que ha llegado más o menos salvaje hasta nuestro presente,
para encontrar un equilibrio de la naturaleza con nuestra propia presencia e
impacto.
Así,
poco a poco los europeos hemos sido capaces de ir dotando de una serie de
figuras de protección a nuestros entornos en un intento por garantizar la
pervivencia del conjunto de espacios y especies que suponen un legado a
mantener y recuperar para las generaciones venideras.
No
es fácil, ni mucho menos, encontrar la sostenibilidad de esa coexistencia con
lo humano en un continente tan transformado y adecuado a nuestra presencia,
desde hace milenios, y aunque todavía deficientes, sin toda esta serie de pasos
logrados hasta hoy habría resultado del todo imposible avanzar hacia logros
mayores en el futuro.
La
primera prueba a la que hemos tenido que enfrentarnos ha sido la de conservar
los hábitats que albergaban la biodiversidad potencial que aún manteníamos
en el continente.
A
partir de la protección de esos hábitats (en distintas categorías) alguna fauna
ha logrado un respiro, una bombona de oxígeno con la que seguir existiendo en
el presente, y con mayor o menor éxito, y dependiendo de casos, ha sido capaz
incluso de aumentar poblaciones y reconquistar territorios de presencia pasada.