Continuamos matizando,
en la entrada de hoy, ese grandilocuente titular sobre la “reconquista de los
predadores en Europa, en armoniosa convivencia con los numerosos humanos”…
Para ello,
seguiremos atendiendo a las circunstancias ya explicadas en el post anterior,
pero en este caso, referidas al lobo.
El lobo, competidor
directo del ser humano en Europa desde tiempos que se remontan al
Pleistoceno, es un formidable predador que basa su existencia en la acción
conjunta, como cazador social, sumando a ello una versatilidad y adaptabilidad
a circunstancias adversas que hacen de él un fabuloso superviviente.
De este modo, ni
la domesticación de ejemplares, que dieron origen al perro ya en tiempos
paleolíticos, ni la persecución brutal a la que se ha visto sometido por parte
del hombre, han conseguido acabar con la especie, rebelde donde las haya, que
asombra por su capacidad de burlar nuestro odio y aversión, recuperando terreno
a poco que el ser humano deje un resquicio en su tradicional asedio constante.
El mirarnos a
los ojos de tú a tú ha facilitado, sin duda, unos altísimos niveles de
correspondencia y consideración entre humanos y lobos que varían del odio visceral
a la admiración absoluta, prácticamente sin término medio.
Tan
sobresaliente cazador no podía, pues, escapar a los planes de una especie
humana que reclamaba para sí la conquista y gestión en beneficio propio de todo
un pequeño continente que se cuenta entre los más poblados del planeta, en
términos de densidad, y a la cabeza entre los más desarrollados tecnológica e
industrialmente hablando, siendo cuna de la Civilización Occidental y cargando
a sus espaldas con miles de años de historia de esas evoluciones
culturales que llevaron a esta época industrial reciente.