El
oso pardo, el animal salvaje terrestre de mayor tamaño que actualmente habita
en alguna zona de España, continúa en grave riesgo de
extinción en nuestro país, con una población total que apenas sobrepasa los
doscientos ejemplares.
“El
señor del bosque”, como fue bautizado por el ilustre naturalista Félix
Rodríguez de la Fuente, sigue reclamando con su presencia lo que no puede
obviarse de ningún modo, que formó parte de esta tierra desde hace cien mil
años, que sigue formando parte de ella, y que debe seguir poblando nuestros
ecosistemas, recuperándose en muchas más zonas en el futuro, como uno de los
valores indiscutibles que ponen de manifiesto la riqueza y calidad ambiental
del medio a conservar.
Vamos
a intentar aproximarnos a esa trayectoria en nuestro territorio, a lo largo del
tiempo, cómo se ha trabajado por él, para procurar su conservación, y cuál es
exactamente su realidad y situación a día de hoy, para poder formarnos una
visión de cómo encarar el futuro de la especie en España.
Todavía
en nuestro presente tenemos dudas acerca de cómo se produjo exactamente la
aparición del oso pardo en Europa, y por tanto en la Península Ibérica. Los
paleontólogos no acaban de ponerse de acuerdo en si esta especie surgió en el
continente a partir de una línea propia arctoide,
que algunos denominaron como “Prearctos”,
que estaría ya presente hace más de cien mil años, o si por el contrario, el
oso pardo europeo sería un inmigrante llegado desde Asia a principios del
último período glacial conocido como Würm, ocupando el nicho de otras formas
antiguas desde aquellas fechas.
Lo
bien cierto es que el oso pardo de Europa nos precede en más de sesenta mil
años, como habitante del continente, y éste, ya de entrada, es un dato que debemos
tener muy presente, atendiendo a lo mucho que gustamos los humanos de catalogar
o clasificar a conveniencia, con aquello de autóctonos o no, especies propias o
extrañas a un lugar, etc., buscando justificar ausencias actuales.
Es
el oso pardo un mamífero muy adaptable, no demasiado exigente en cuanto a
hábitat siempre que éste le procure el suficiente sustento como para poblar en
mayor o menor abundancia un territorio.
Al
oso pardo podíamos encontrarlo, hasta no hace demasiado, bien repartido por
todo el Hemisferio Norte, desde espacios que se adentran ya en la tundra hasta
otros que quedan muy cerca del desierto, con un buen número de subespecies bien
adaptadas que variaron algo en pelaje, costumbres y tamaño, desde el gigantesco
Kodiak hasta los pequeños osos sirio y el extinto oso del Atlas norteafricano.
El
de Europa tiene un tamaño intermedio, gradual, entre esos gigantescos osos
norteños y aquellos otros que antaño se repartieron por las tierras que
bordeaban el cinturón desértico del planeta.
En
el caso concreto de la Península Ibérica encontramos a la subespecie europea,
que en esa lógica gradación Norte-Sur, y también debido al corte del flujo
genético poblacional durante las últimas centurias, presenta un menor tamaño y
peso en relación comparativa con otros ejemplares del continente.
Podría
añadirse, además, que el nicho ecológico, el papel representado por el oso
pardo en Europa, es más equivalente al del oso negro americano que al del
propio oso pardo de aquel continente, siendo el europeo un animal que
atendiendo al comportamiento y al espectro alimenticio queda mejor encuadrado como
omnívoro más que como carnívoro propiamente dicho.
El
oso pardo, de forma específica, tiene un hábitat potencial u óptimo, diríamos
el más acorde a su esencia, que es el bosque templado, ya sea caducifolio o
mixto, lo que no es impedimento para que, en circunstancias normales o
propicias, y sin necesidad de subespeciación adaptativa, pueda habitar sin
problemas muchísimos otros biotopos.
Encontró
por tanto el úrsido un marco de existencia muy favorable con la llegada del
interglaciar Holoceno, puesto que la ausencia de grandes herbívoros
mantenedores del paisaje arbolado abierto propició el cierre de las masas
boscosas a lo largo y ancho del continente, que llegaron a su cénit en lo que
conocemos como Máximo Climático Holocénico hace entre 7.000 y 5.000 años antes
del presente, cuando todavía la incidencia del humano ganadero-agricultor no
había dejado su huella profunda en el paisaje europeo.
Y
aún tuvieron que pasar muchos milenios para que el oso pardo empezara a notar
de forma mucho más acusada esa alteración de su hábitat, a la que se sumó otra
variable de mayor impacto, una constante persecución por parte del hombre que
acabó por hacerlo prácticamente desaparecer a lo largo y ancho del territorio.
En
España al oso pardo podíamos encontrarlo en todas partes al menos hasta época
romana. Sus restos han sido encontrados incluso a cinco kilómetros del
Mediterráneo en la provincia de Valencia, en el yacimiento del Pic dels Corbs (Sagunto), datado a
finales del Bronce Final (hace unos tres mil años).
No
debió variar sustancialmente su distribución por el país hasta bien entrada la
Edad Media, cuando parece lógico pensar que hubiera desaparecido ya de las
zonas llanas más humanizadas, castigadas por la presencia y usos de nuestra
especie.
Sin
embargo, y aunque no existen muchos restos del úrsido a nivel peninsular
durante el Holoceno, las pocas crónicas que conservamos de época tardomedieval,
como el Libro de Montería de Alfonso XI (S.XIV), aún lo citan prácticamente en
todos los montes de cierta entidad del Reino, por lo que cabe suponer que
habitaba también en igual medida los de la Corona de Aragón, Navarra y Granada.
Ordenaba
el propio Alfonso XI que en el término de Murcia, "ninguno sea osado de matar puerco, ni oso, ni gamo, ni con
ballesta ni con cepo, ni con otro armadijo…”.
También
un edicto del rey Jaime II de Aragón sentenciaba en Mosqueruela (Teruel), en
1303, la prohibición de cazar puercos silvestres, ciervos u osos con ballesta o
cualquier otro ingenio, bajo pena de sesenta sueldos jaqueses, o cuarenta en el
caso de corzos y cabras silvestres.
Y
todavía el oso pardo es citado a finales de la Edad Media en Doñana, en tierras
almerienses, y en los Montes de Tarifa.
Tal
era la consideración del oso como pieza por excelencia del arte venatorio, que
la calidad de caza de los montes se medía por la presencia del plantígrado,
como trofeo más requerido por la nobleza de la época en sus lances.
Pero
el verdadero impacto sobre las poblaciones ursinas a nivel peninsular se
produjo algo más tarde, primero con las distintas disposiciones legales que
procuraron las autoridades del momento para actuar contra las consideradas “alimañas”
o “animales nocivos”, que ya en el s.XVI “velaban” por la defensa de ganados,
sembrados y colmenas del Reino mediante la autorización de premios y batidas
comunales contra “fieras”, y que se vieron prolongadas en el tiempo como
muestra el reglamento firmado por Carlos III en 1788, por el cual se procedía
al exterminio de zorros, lobos, osos y demás “animales dañinos”.
A
todo ello hay que añadir la aparición de las armas de fuego a principios de la
Edad Moderna, las repoblaciones humanas de muchas partes del país tras la
Reconquista, el aumento de la población humana, que se duplicó en el país desde
inicios del S.XVI a inicios del XIX, y sobre todo, la generalización de esas
armas de fuego entre la población, especialmente durante el Siglo XIX, cuando
se produjo la socialización de la caza.
El
oso pardo fue quedando relegado, pues, en el lapso temporal de cuatrocientos
años, a aquellos lugares más propicios para su supervivencia, aquellos que
mantenían su hábitat más óptimo o potencial, en el norte de España, o aquellos
otros que, por su inaccesibilidad, le permitían burlar con más probabilidades a
su feroz enemigo.
Los
trabajos de investigación más “oficialistas” respecto a la distribución
histórica del oso en España dan por extinto al oso en el centro y sur de España
entre los siglos XVII y XVIII, sin embargo existe la suficiente documentación
proporcionada por otros reconocidos autores que muestran claramente cómo el
plantígrado pudo sobrevivir, en enclaves muy concretos de esos territorios, en
poblaciones relictas, hasta mucho más tarde de lo que habitualmente se ha
tenido en consideración.
Por
ejemplo en el extremo occidental del Sistema Central, en las sierras de Gata y
de Francia, donde se mantuvieron hasta finales del XVIII, o en los Montes de
Albarracín (Sistema Ibérico Meridional, Teruel) y en lo más profundo de las
sierras de Segura y Alcaraz (Jaén y Albacete), donde hay rastros de su
presencia hasta bien entrado el siglo XIX.
Por
esas mismas fechas de mediados del XIX el oso aguantaba bien desde Galicia a
Burgos, pasando por Asturias, León, Cantabria y Palencia, con algunas
poblaciones ya en declive, muy residuales, en la frontera con Portugal, en el
Macizo Galaico, Montes de León y provincia de Zamora, así como en un pequeño
núcleo muy aislado del Sistema ibérico Norte, a caballo entre tierras
soriano-riojanas.
Ejemplares
aislados sobrevivían también en los Montes Vascos, desconectados ya del otro
gran foco poblacional peninsular, el pirenaico, que desde la Selva de Irati, en
Navarra, se prolongaba compartido con Francia al menos hasta el extremo
occidental de la provincia de Girona, sumando algunos enclaves en el prepirineo
español.
A
partir del Siglo XX el oso entrará en fase crítica, sobre todo desde de
mediados de siglo, con la puesta en marcha de la Junta de Extinción de
Alimañas, muy a pesar de reconocerse que el animal estaba ya en serio peligro
de desaparición, como muestran las disposiciones de protección emprendidas por
algunos en la época.
Se
extendía por entonces el oso desde los Ancares de Lugo hasta el norte de
Burgos, por toda la Cordillera Cantábrica, con un número indeterminado de
ejemplares que oscilaba, de manera muy contradictoria, entre quinientos
ejemplares, según optimistas (González Herrero), y tan sólo veintiocho para los
pesimistas (González de la Faeda).
A
falta de estudios más precisos de la época podemos extraer una media, para
1950, algo irreal y aproximada, en torno a los doscientos ejemplares
cantábricos, a los que podían sumarse setenta osos pirenaicos distribuidos de
forma irregular desde el bosque de Irati (Navarra) hasta el Ariège,
principalmente en la vertiente francesa de la cordillera, y algunos ejemplares
olvidados y nunca admitidos en la zona del sur de León y norte de Zamora.
Alarmados
por el declive imparable de la especie, a la que las autoridades del momento y
la población ganadera querían extinguir a toda costa, el colectivo cinegético
ejerció una presión casi sin precedentes para conseguir la toma de medidas de
protección, como la prohibición de su caza en la provincia de Santander en
1949, y su extensión al resto del país en 1952 por un período de cinco años.
Estas
medidas tuvieron poco éxito, aunque quizás evitaron la desaparición definitiva
del oso antes de su protección total y definitiva en 1973, sobre todo a partir
de la creación de Reservas Nacionales de Caza con guardería competente, en
1966.
También
Francia había prohibido su caza en 1962, aunque excepcionalmente aún se
autorizaron permisos de batidas durante años posteriores.
A
finales de la década de 1970, con el nuevo sistema democrático ya instaurado en
España, el oso pardo, estrictamente protegido desde 1973, mantenía dos núcleos
poblacionales separados en la Cordillera Cantábrica a la altura del Puerto de
Pajares, el occidental, con un censo entre 88 y 117 osos, y el oriental, que
daba cifras entre 32 y 47 ejemplares, mientras que en el Pirineo quedaban
entonces unos veinte osos, repartidos entre un núcleo occidental (13-14
ejemplares) y otro central (6 ejemplares), principalmente en la parte francesa,
pero también con presencia continua en España.
Es
decir, desde inicios de la década de los cincuenta, hasta finales de los
setenta, se habría perdido la mitad de la población cantábrica y tres cuartas
partes de la pirenaica…
Pero
estas poblaciones que aún sobrevivían, en grave riesgo de extinción, pese a la
extrema protección y concienciación de la Sociedad a través de leyes
sancionadoras y actuaciones informativas, continuaron siendo exterminadas y
nunca se reforzaron, más bien al contrario, los distintos gobiernos y
administraciones de las comunidades autónomas miraron hacia otro lado, tratando
de olvidar el problema del oso, principalmente por las presiones del sector
ganadero, como si la simple etiqueta de especie protegida fuera suficiente para
la salvaguarda de la especie.
La
caza ilegal, los cebos envenenados, los lazos, la desaparición y fragmentación
del hábitat, y sobre todo, el no tomar medidas efectivas que garantizaran la supervivencia
de este patrimonio natural de todos los españoles, tuvo como consecuencia que
hacia mediados de la década de los ochenta el descenso poblacional del
plantígrado se redujera hasta la cifra de cuarenta a cincuenta osos en el
núcleo occidental cantábrico, y tan sólo veinte o treinta en el oriental,
mientras que en el Pirineo apenas sobrevivían catorce ejemplares en la parte
occidental, y cuatro en la central.
Los
datos son demoledores. Desde 1980 hasta 1995, en quince años, se perdió aproximadamente,
una vez más, la mitad de la población osera que quedaba en España, alrededor de
ochenta ejemplares, más de treinta constatados por causas humanas en la
Cordillera Cantábrica, y quince en el Pirineo (siete de ellos en España)…Éste
fue, por desgracia, el resultado del conservacionismo, proteccionismo y
recuperación, impulsado desde las distintas administraciones. Un exterminio,
una aniquilación en toda regla.
El
resultado en el Pirineo, ya lo pueden imaginar, en 1991 el oso pardo había
desaparecido en el Pirineo Central, contando con tan sólo 5 ejemplares en la
parte occidental en 1995, repartidos entre el Valle de Aspe francés, y los de Roncal,
Ansó y Hecho en la parte española.
Como
ha venido siendo habitual desde los años noventa, una vez que cualquier especie
amenazada se ha reducido al límite, o se ha dejado extinguir, aparece la solicitud
de Fondos Life a Europa, para desarrollar proyectos de conservación y
recuperación.
Esto
mismo sucedió con el oso pardo.
Un
único rayo de luz, un motivo de satisfacción y esperanza, fue la aparición de
la asociación FAPAS (Fondo Para la protección de Animales Salvajes) en 1982, una
ONG sin ánimo de lucro con ámbito de actuación nacional, con Roberto
Hartasánchez a la cabeza, y que se financia casi en su totalidad por el aporte
de socios y voluntarios.
FAPAS
empezó a trabajar por el oso en Asturias, en su parte occidental, con el
objetivo de recuperar a la especie.
Estudiar
la evolución a lo largo del tiempo de la población osera y de los factores que
inciden de forma negativa sobre el proceso de recuperación de la especie, eliminar
los riesgos que acechan en a la población osera cantábrica, detección de nuevas
amenazas que puedan estar interfiriendo en la ecología y supervivencia de esta
especie, investigar las preferencias de hábitat del oso, mejoras en el
hábitat y recursos, conocer los patrones de ocupación del espacio y las
tendencias poblacionales a lo largo del tiempo así como el índice de
supervivencia de las crías, son algunas de las medidas trabajadas por ellos a
lo largo de treinta años, pisando continuamente el terreno.
Ello
tuvo como consecuencia el que hoy podamos, agradecidos, felicitarles y
felicitarnos todos, por haber conseguido aumentar la población de osos del núcleo
occidental en un número cercano a los ciento ochenta ejemplares, desde los
cuarenta o cincuenta que quedaban cuando se pusieron manos a la obra con sus
limitados medios y recursos, y tal es el éxito conseguido, siempre a su escala
de actuación, que incluso algunos ejemplares comienzan a expandirse por áreas
propicias de provincias vecinas, como Lugo, Orense, sur de León y hasta Zamora.
Por
el contrario, allí donde el oso quedó más vinculado a la actuación de la
Administración, en el núcleo oriental, Cantabria y León sobre todo, en este
caso bajo la gestión conservacionista de la FOP (Fundación Oso Pardo), y donde
las acciones son ejecutadas en gran medida a través de los proyectos LIFE, el
instrumento de apoyo a la política comunitaria en materia de medio ambiente, la
especie no sólo no recuperó efectivos, sino que únicamente ha conseguido
mantener los mismos ejemplares (25-30) gracias al aporte genético del excedente
de osos occidentales que llegaron hasta la zona a lo largo de los últimos años,
sin los cuales el oso cantábrico de la zona oriental sería ya historia.
Y
qué decir del Pirineo. Los Gobiernos de Navarra y Aragón, a verlas venir, ni oír
hablar del oso pardo, desatendiendo su recuperación efectiva al punto de
favorecer de manera contundente su extinción, con su pasividad y nula
implicación. El caso de Cataluña llevaba el mismo camino, pero las cosas cambiaron cuando desde Francia se
puso en marcha el Programa Life del oso, en 1996.
Entre
1996 y 1997 se reintrodujeron tres osos pardos procedentes de Eslovenia en el
lado francés del Pirineo, dos hembras y un macho, pero incomprensiblemente, en
lugar de hacerlo en el núcleo occidental donde aún quedaban ejemplares
autóctonos, para ayudar al remonte de la especie, se decidió hacerlo en el
Pirineo Central por encontrar allí una predisposición más favorable de los
habitantes de la zona, dejando de lado una actuación firme y contundente
encaminada a resolver la situación con aquellos que se saltaban la protección
en la zona occidental.
Ello
tuvo varias consecuencias, la primera, que no se actuó de forma decidida en los
Pirineos occidentales, de forma que a lo largo de los siguientes años los osos
siguieron cayendo para vergüenza de todos.
La
hembra “Claude” había muerto en 1994 durante una cacería de jabalíes, cuando
fue abatida por los cazadores. “Pestoune”, otra de las hembras, había
desaparecido “misteriosamente” en 1993, lo que también les ocurrió a los machos
“Chocolat” y “Pyren”, en el año 2000, y a “Mohican” en 2005.
“Papillon”
murió de vejez en 2002, a los 29 años, aunque su cuerpo presentaba heridas
cicatrizadas de perdigonazos, en un costado.
La
última osa autóctona, “Canelle”, madre de los oseznos nacidos desde 1995, fue
abatida sin contemplaciones en Urdos, en 2004, con total desvergüenza, y sin
ningún tipo de reacción inmediata por parte de España y Francia, privando así definitivamente
al Pirineo de ejemplares autóctonos, al no quedar ya hembras.
Por
último, Camille, el viejo macho que se paseaba entre Navarra, Aragón y el Valle
de Aspe francés, desapareció sin dejar rastro entre 2009 y 2010, con una edad
aproximada de 25 años.
El
oso de genética pirenaica, había desaparecido, se había consentido y consumado su
extinción definitiva.
No
obstante, el Life Oso puesto en marcha desde Francia siguió su curso, y a pesar
de las presiones del sector ganadero, retomó en 2006 su compromiso con la
especie, reintroduciendo cuatro hembras y un macho.
Pese
a las bajas que siguieron produciéndose, algunas directamente relacionadas con
la mano del hombre, estas simples actuaciones de reintroducciones, apoyadas por
un seguimiento más firme sobre la especie, han tenido como consecuencia el
aumento de la población osera del Pirineo Central, que hoy se sitúa alrededor
de los treinta ejemplares compartidos entre Francia y España.
La
mejor población se encuentra en el Valle de Arán, que junto a la comarca
leridana del Pallars Sobirà, tiene el
honor de haber tomado el testigo de la aceptación y recuperación del oso en el
Pirineo, algo que las pone directamente en cabeza en cuanto a ser tenidas en
consideración como destino de todos aquellos que abogamos por la defensa de la
naturaleza y la recuperación efectiva de ecosistemas potenciales, de alta
calidad, frente a otros territorios que todavía a día de hoy siguen dejando totalmente
de lado su compromiso con la recuperación de la especie, como son los casos de
Navarra y Aragón, cuyas actuaciones no pueden tildarse de otra forma que de
vergonzosas y cómplices directas del exterminio del oso.
En
la parte francesa siguen alzándose las voces que señalan cómo la Administración
de aquel país deja también de lado el proyecto de recuperación del oso, pese a
su compromiso con Europa y el LIFE, abandonando a su suerte a los dos machos,
auténticos muertos vivientes, que quedan en la zona occidental, en el Valle de
Aspe.
“Neré”,
de origen esloveno, nacido en el Pirineo Central, pero emigrado y asentado al
occidental, y “Canelito”, hijo de “Neré” y la última osa autóctona abatida en
2004, “Canelle”.
Sin
hembras que permitan la reproducción, el oso pardo puede considerarse extinto
en el que siempre fue el más propicio y emblemático territorio dentro del Pirineo.
Actualmente
el Pirineo sigue reclamando la presencia del oso en buena parte de su
extensión, pero éste, junto a actuales y futuros planes y propuestas de acciones que
deberían llevarse a cabo para la recuperación del oso en España, será tema del
próximo artículo.
Crédito de imágenes:
Fotos 1, 4, 6, 7 y 9, imágenes de Miguel Llabata.
Fotos 2, 3, 5 y 8, Imágenes libres de derechos de Wikimedia Commons.
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Muy buen artículo, por fin me dicen claramente porque tanta diferencia entre la poblacion oriental y occidental, por cierto, segun dicen estan haciendo un gran corredor ecologico para conectar las poblaciones ¿que opinas?
ResponderEliminarHola soñador.
Eliminar¿Te refieres al corredor de Pajares, en la Cordillera Cantábrica?. Supongo que sí.
Bueno, opino que se lleva intentando crear este corredor para conectar poblaciones desde que tengo uso de razón. Te puedo asegurar que hace más de veinte años ya se hablaba de ello, así que...
Osos han ido llegando con cuentagotas, sobre todo desde la zona occidental a la oriental. De no ser así el núcleo oriental habría desaparecido ya, tal y como han puesto de manifiestro los últimos resultados genéticos.
El verdadero problema, además de lograr de una vez por todas ese conector, lo constituye el sumidero que representa para el oso cantábrico el núcleo oriental, donde los furtivos siguen campando a sus anchas pese a la supuesta protección que se otorga desde las Reservas Nacionales de Caza, pero hay mucho jaleo ahí, parece ser que incluso se habló de cierta guardería implicada en el asunto.
En la Web de Fapas puedes encontrar bastante información al respecto de la problemática del oso en Riaño, Montaña Palentina y Cantabria.
Que pasados treinta años, el núcleo oriental siga manteniendo entre 20 y 30 osos, los mismos, y gracias al aporte de la llegada de ejemplares occidentales y sus genes, lo dice todo.
Sólo por comparativa, si en la zona occidental había entre 40 y 50, y hoy hay más de 180, en la oriental debería haberse conseguido una población en torno a los 100...
¡Saludos!.
Con todo, y pese a ser una vergüenza de enorme magnitud, todavía es superado por los casos de Navarra y Aragón, en la zona occidental pirenaica.
EliminarLo de Roncal, Ansó y Hecho, no tiene calificativo.
Por cierto que la osa Sarousse sigue por el Turbón, en el pirineo oriental aragonés.
Dos osos machos condenados en los valles occidentales, y una hembra aislada, solitaria, a la otra punta del Pirineo aragonés.
Y aún se les llena la boca de estar buscando la compatibilidad del oso, y trabajando por su supervivencia. Bien fácil sería trabajar de verdad, y no de boquilla y cara a la galería.
Que trasladen a Sarousse a la selva de Oza, y podrán empezar a ganar mínimamente una credibilidad que jamás han tenido, ¡vamos, a años luz de tenerla que siguen!.
De pena...
La situacion de lástima...
EliminarMuchas gracias por la respuesta
Genial. Como siempre. Un abrazo.
ResponderEliminarQuiero corregir un dato. Falta añadir un punto de presencia del oso a finales del XVIII e inicios del XIX: Sierra Nevada, Granada. Allí mataron el último oso en el 1802, en las alpujarras almerienses.
ResponderEliminarPues es, desde luego, un dato muy interesante.
EliminarTeniendo en cuenta que por esas fechas todavía quedó constancia de un núcleo en torno a las Sierras de Segura y Alcaraz, y que algún oso se dejó ver por el noroeste murciano, no sería muy de extrañar su presencia por tierras de Sierra Nevada.
la verdad es que me encantaría conocer datos más concretos sobre ese ejemplar cazado en 1802 en Las Alpujarras, si te parece bien, te agradecería mucho alguna información al respecto que me pudieras enviar al correo privado del blog: Sylvanus73@gmail.com
En cualquier caso, ¡bienvenido y muchas gracias por participar!.
A que esperamos a "importar" cientos de osos de Rumania?....
ResponderEliminarUno de nuestros "socios" de la UE con una población tan saludable que "bajan" a las ciudades a revolver los contenedores de basuras.......
No hay ninguna intención se recuperar nuestra fauna....no nos engañemos....a nadie le importa un pito que nuestras especies se recuperen, sólo a unos cuantos "quijotes nostálgicos" que ahora escribimos sin ninguna esperanza....herederos irredentos de la "religión" naturalista de nuestro amigo "Félix"....todo sea dicho que sin él estaríamos todavía peor,que ya es decir;!!!