Nacimos con
ellos, evolucionamos a su lado, y hemos llegado hasta hoy sin asumir
nuestro deber como especie que, instalada en lo más alto del escalafón, tiene el
premio de dominar el planeta que conquistó, pero también la obligación y la
responsabilidad, en nuestro presente, de encontrar un hueco de reconocimiento,
un camino de respeto, una vía de convivencia y coexistencia con aquellos que
desde siempre, fueron nuestros directos competidores en el medio que nos vio
crecer para alcanzar el mayor éxito.
Un respeto hacia
la dignidad con lo natural, hacia la reconciliación con el planeta que nos
cobijó, que nos cobija, y que pretendemos que así lo siga haciendo en el
futuro, con toda su trayectoria, plasmada en su esplendor y grandeza de formas
de vida.
Si desde nuestra
consciencia, conciencia y madurez específica, no somos capaces de interiorizar
la belleza, el valor añadido que otros seres aportan a nuestra presencia, su
papel en el entramado vital del mundo que habitamos, su propia valía que suma a
la nuestra y a la de nuestros descendientes, si no somos capaces de hacerlos
parte de nosotros en una medida justa, de mayor presencia, en el todo que somos
y seremos, será que, en definitiva, quizás no estamos a la altura, y hasta es posible
que no merezcamos el honor de dominar este planeta por mucho más, y nos ocurra
lo que a otras especies ya les ocurrió en el pasado.
La Naturaleza y
el tiempo decidirán, en todo caso…