Al alce (Alces
alces), enorme cérvido de las regiones Paleártica y Neártica, podríamos considerarlo
como uno de los últimos colosos de Europa.
Por su tamaño,
de entre 2’50 a 3 m. de longitud, 350 a 450 kgs de peso., y una altura en la
cruz variable entre 1’40 a casi dos metros, el alce es, junto al bisonte y el
oso, un componente de pleno derecho de la maltrecha megafauna europea.
Bien merece
entonces una breve entrada al hilo de las anteriores, pues es un candidato que
no debe faltar en nuestro soñado rewilding a la europea.
Los alces
encuentran su hábitat idóneo o propicio en los inmensos bosques boreales de la
taiga, aunque son capaces de instalarse también en zonas de tundra subalpina y
bosques templados mixtos, siempre cerca de zonas húmedas como lagos, ríos, o zonas
pantanosas, donde consiguen buena parte de su alimento.
Éste se basa
principalmente en plantas leñosas durante el invierno, y hojas, brotes y
plantas acuáticas durante el verano, entre las que podríamos destacar especies
como pinos silvestres, sauces, álamos, abedules, abetos…
Debido a su
capacidad transformadora y mantenedora de los ecosistemas, los alces se cuentan
entre las especies más significativas a la hora de conservar espacios en
condiciones naturales, siempre que los números se ajusten a las necesidades
propias del ecosistema.
Un alce necesita
alrededor de veinte kilos de alimento al día para su supervivencia, y además
pisotea, defeca y orina en su territorio, con lo que una población bien
establecida en un área, potencia el reciclaje de nutrientes favoreciendo la
composición vegetal, el establecimiento de nuevos bosques, claros de pasto, en
definitiva, la diversidad biológica de su entorno.
El alce europeo
fue poco a poco arrinconado hacia el exterminio por la mano del hombre, desde
su máxima distribución durante las fases Alleröd y Preboreal, hace entre 12.000
y 9.000 años, hasta hace apenas unas décadas.
En su momento de
mayor distribución potencial el alce alcanzaba por el oeste las tierras de
Irlanda y el Pirineo francés, pero la tala de bosques para agricultura y
pastos, así como su caza, hicieron que en la Edad Media su distribución se
hubiera replegado ya hacia al centro del continente, donde todavía era frecuente
en las profundas selvas mixtas.
A principios del
siglo XX, se le podía encontrar únicamente en la Península de
Fenoscandia, en las repúblicas bálticas, y en algunas zonas de Polonia y Bielorrusia,
además de la parte europea de Rusia.
En las últimas
décadas su población ha conocido un ligero aumento desde alguno de sus reductos,
y su expansión no ha tardado en reclamar parte de sus antiguos dominios, llegando
a tierras de Alemania, República Checa, Austria, e incluso, puntualmente,
Rumanía o Croacia.
Sorprende que,
de toda Europa, únicamente Escocia (Reino Unido), haya tenido en cuenta un
tímido intento por considerar la reintroducción en su antigua área de
distribución.
No es el alce un
animal conflictivo para con el ser humano, ni mucho menos, apenas podría argumentarse
en su contra el peligro que puede suponer si atraviesa una carretera o si es
molestado de cerca durante el celo (como puede suceder con cualquier especie de
ganado doméstico), más bien al contrario el alce es aprovechado por el hombre
tanto para extraer beneficios económicos a través de su caza, contados en
cifras millonarias, como por el consumo de su carne, que en lugares como Suecia
alcanzan la nada despreciable cifra del 14% del total del consumo cárnico del
país, sin dejar de lado el enorme atractivo que suponen para el turismo de observación
de vida salvaje, o la fuente de alimento que, en forma de recentales, juveniles
o carroñas, pueden suponer para buena parte de los amenazados carnívoros
europeos.
Se echa en
falta, pues, más atención para tener en cuenta a la especie en la mayor parte
de Europa Occidental, en todos los procesos de restauración y conservación de
la naturaleza.
Si los criterios
de recuperación, protección y conservación de vida salvaje, superaran la
cerrazón de miras e inmovilismo al que nos tienen acostumbrados desde hace
tiempo, al alce podríamos incluso tenerlo en cuenta como un componente que
viniera a sumar biodiversidad en nuestro país.
No, no se
escandalicen por ello, la lectura de esta afirmación tiene también una base
argumentada, no es un añadido “porque sí”.
Aun cuando no
esté probada su presencia en nuestra Península en ningún momento del pasado,
pese a ciertas evidencias como los restos encontrados por el Conde de la Vega
del Sella en Cueva de Balmorí (Asturias), e interpretaciones sobre algún
cérvido representado en Tito Bustillo (Asturias), el alce quedó a las puertas
de penetrar en nuestro territorio cuando el tiempo y las condiciones le fueron
propicias, quedándose cerca del Pirineo.
Como tantas
otras especies, sin nuestra presencia, el alce habría penetrado con toda
seguridad a lo largo de las centurias y los milenios, estableciéndose, aun en
bajo número, por todo el ámbito de la España Eurosiberiana, tal y como hicieron
otras muchas especies que han llegado incluso hasta nuestros días, encontrando
aquí su espacio.
Ya les he
comentado en muchas ocasiones que si Europa quiere avanzar verdaderamente en la
recuperación de niveles de fauna más normales, inevitablemente tiene que
superar los complejos de restricciones y barreras mentales surgidas ya desde la
total modificación de las condiciones, que la han condenado a no poder contar
con lo que siempre fue su constante en número de especies, que ya sabemos, fue
siempre equiparable hasta nuestra aparición e impacto con prácticamente
cualquier otra zona del planeta.
¿Por qué no
aprovechar entonces los espacios idóneos para aquellas que han conseguido
sobrevivir en ambientes casi idénticos, y cercanos, y que a buen seguro habrían
sido un relevo natural sin nuestra presencia?.
Parque Nacional de Aigües Tortes y Sant Maurici (Lleida). |
Del mismo modo
que los humanos hemos cambiado las condiciones para mal, también podemos
invertir el proceso, ayudando en el sentido contrario, el de potenciar y sumar.
Y no les quepa
ninguna duda de que el impacto no sería el de una especie “extraña” a nuestros
ecosistemas, porque no lo es, más bien lo contrario, ciertas áreas del norte
peninsular supondrían una equivalencia con los mismos ecosistemas en los que
siempre habitó el alce por el resto del continente, siendo desde luego mucho
más negativa la presencia masiva de reses domésticas, infraestructuras, u otras
actividades perniciosas para con el medio en nuestro presente.
En la misma
línea, y aun siendo una especie mucho menor que quizás no pueda quedar
encuadrada bajo el título de “grandes herbívoros”, quisiera también volver a
hacer mención sobre el antílope saiga (Saiga tatárica).
Cuando Europa,
de forma natural, conoció momentos o fases climáticas que propiciaron los
espacios áridos o esteparios abiertos, albergó siempre a componentes que los
poblaron, ocupando su nicho.
Podemos hablar
de gacelas, que fueron sustituidas hace algo más de un millón de años por
ovibovínidos como Soergelia, que a su
vez, llegado un nuevo tiempo propicio de expansión del ecosistema estepario,
fueron remplazadas por el antílope saiga.
El antílope
saiga esta incluso documentado en nuestro país en niveles Magdalenienses en la
Cueva de Abaintz o en Altxerri.
Estos mamíferos esteparios sobrevivieron en
nuestro territorio hasta el tardiglaciar, y con el fin de la última glaciación
se fueron replegando hacia las áreas esteparias del este de Europa.
Poco a poco sus
efectivos fueron reducidos por el hombre en el continente, desapareciendo de
Polonia y Ucrania hace algo más de un siglo.
Puede suponerse
que las condiciones del nuevo período Interglaciar en el cual nos encontramos
habrían propiciado su desaparición en la mayor parte del continente, aun cuando
no hubiéramos cercenado la posibilidad de recuperación de la gran megafauna
templada por el continente, ya que ésta habría mantenido la sabana europea, y
los espacios esteparios secos y abiertos habrían sido muy limitados.
No sucedió así,
y el bosque ganó terreno de forma desmesurada, sobre todo durante la fase conocida
como Óptimo Climático Holocénico, en el Período Atlántico, hace entre 7.500 y
5.000 años.
Sin embargo,
nuestra aparición e impacto, una vez más, jugó esta vez también en contra de la
proliferación del bosque, dándose el caso que en algunas zonas la
intensificación del uso de los suelos, mediante el hacha, el fuego, el
sobrepastoreo, o el agostamiento de tierras, fomentaron, propiciaron y
establecieron la aparición de estepas antropogénicas, como sucedió en nuestro
territorio.
Bardenas Reales (Navarra). |
Si hoy en día
tenemos este tipo de ecosistemas en nuestro país, prácticamente imposibles de
recuperar a otro estado, y resulta del todo inviable que las especies salvajes
acordes a él puedan llegar de forma natural, por su propio pie, debido a todas
las barreras infranqueables, ¿por qué no recuperar con nuestro apoyo alguna de
aquellas que ya lo habían poblado en el pasado?.
Que un día los
antílopes saiga se beneficiaron de las condiciones esteparias que el frío
glacial propició en la Península Ibérica, es un hecho. Que con el paso al
Holoceno desapareció la estepa y aumentó el bosque, es otro hecho. Que hoy en
día, por acción antropogénica, la estepa vuelve a presentar grandes espacios en
España, es una realidad manifiesta.
Que iniciativas
para favorecer estudios y asentamientos de antílopes saigas en las estepas y
páramos de Soria, Navarra o Aragón, habrían posibilitado una vía de escape a
tragedias o procesos de extinción como la muerte de 120.000 antílopes saiga en
Kazajistán (un tercio de la población mundial), sería también un hecho si se
hubiera apostado o se apostara por un rewilding ibérico de forma decidida.
Europa no puede
ni debe quedarse a “verlas venir”, con timoratas actuaciones de conservación y
potenciación desde las mínimas y pobres posibilidades que le han llegado hasta
el presente.
Hace falta
ambición y perspectiva, pasada y futura, para avanzar por un camino que retome
una normalidad de biodiversidad caída en el olvido.
Crédito de Imágenes:
La fotografía del P.N. de Aigües Tortes es de Miguel Llabata. El resto de imágenes de esta entrada son archivos libres de derechos de Wikimedia Commons y Public Domain Images.
He leido con atención, el artículo, yo no soy partidario, de introducir especies que nunca estuvieron aquí, creo que antes del Saiga, tendriamos que preocuparnos por introducir el lince boreal, recuperar a la foca mediterránea, y llevar osas a Aragón donde solo quedan 2 osos, sin embargo el Alce, me produce dudas, y no por el Alce en sí, sino que una población de alces, quizás podría hacer que los lobos entraran para quedarse en Catalunya y los osos que tantos problemas dan porque atacan ganado equino y bovino, con el consiguiente cabreo de ganaderos, se centrarión en una presa de grandes dimensiones como el alce
ResponderEliminarBueno, no sé exactamente a qué te refieres con "aquí", pero el saiga sí pobló en el pasado Gupúzcoa y Navarra. En la primera quedó constancia por sus grabados en la Cueva de Altxerri, datados hace 39.000 años y en la segunda, se encontraron restos fósiles de hace 13.000, en tiempos en los que, de forma natural, la estepa del mamut llegó hasta el norte peninsular.
EliminarIgual que no hace demasiado se encontraron restos de buey almizclero en Girona, es posible que en futuras excavaciones se encuentre también al saiga en otras zonas del norte, además de las ya citadas. Así que, al menos en el caso del saiga, sí que podemos asegurar que fue una especie que tuvo presencia confirmada.
Es verdad que el ecosistema de estepa desapareció de la península con el fin de la glaciación, y con él la mayoría de grandes mamíferos esteparios.
Pero si hoy, y aun de forma antropogénica, hemos modificado a tal punto el entorno que prácticamente es inviable su recuperación, contando con amplios espacios esteparios antropogénicos, ¿por qué no repoblarlos al menos con las especies adecuadas que otrora sí los ocuparon?...Más aun, si cabe, cuando sabemos que no pueden hacerlo por su propio pie, o incluso se encuentran en grave peligro de extinción a nivel planetario.
Las estepas ibéricas son un ecosistema totalmente artificial en el sentido antropogénico, así que cualquier cosa que en ellas habite, es producto del impacto humano, solo que ha llegado lo que ha podido llegar por su propio pie sorteando nuestros obstáculos, que es bien poco.
Respecto a boreales, focas, osas...pues completamente de acuerdo.
Y lo del alce, es muy similar al caso del bisonte europeo, no existen pruebas de que atravesaran el Pirineo, aunque sólo de momento, quizás nos llevemos alguna sorpresa futura. De cualquier forma, se quedaron ambos bien a las puertas de hacerlo, y no veo otra barrera para haberlo logrado con el tiempo que la presencia e impacto humano sobre estas especies, a las que fue arrinconando poco a poco hacia el Este. Lo más lógico es que sin nuestra presencia de por medio, con el paso de los siglos se hubieran asentado, al menos en el norte peninsular eurosiberiano, así que podrían ser considerados perfectamente como candidatos a sumarse como representantes o componentes aceptables en cuanto a niveles siempre presentes de megafauna, perdidos y nunca recuperados desde nuestra aparición.
Respecto a que se centraran en ellos los lobos, dejando de lado el ganado, hay que empezar a desmitificar este tema, y hablar de forma clara. Los lobos siempre atacarán a las presas más fáciles, no existe ninguna regla de tres por la que prefieran de forma predeterminada a las presas naturales. Para ellos, la carne es carne, y cuanto más fácil mejor. Si los lobos prefieren las presas salvajes será porque las haya en abundancia y el atacar a las domésticas les suponga mayor molestia, es decir, que exista un cuidado sobre éstas, presencia humana, en forma de vigilancia, ahuyentando, o con mastines, etc.. factores que les lleven a alimentarse de otras que representen menor inconveniencia.
Desde luego, entre perseguir y abatir grandes ciervos, buscar cervatillos encamados, trepar por los riscos a por cabras montesas, correr como locos tras corzos, enfrentarse a temibles contrincantes como jabalíes, o llegar a un prado "self service" con reses domésticas a montones, sin instinto salvaje, atolondradas, sin cuidados de vigilancia, etc...Pues ya sabemos a por qué van a ir siempre, esto es más de lógica y más "de cajón" que el resultado de dos más dos.
Así que, sí, es necesario que el lobo tenga presas salvajes, pero no sólo esto. Para que dejen de depredar sobre las presas más fáciles, y se dediquen a las silvestres, hay que currarselo, sino, como si nada.
Un saludo, y gracias de nuevo por participar.
Es verdad que lo comentas, esta claro que no habia leido con atención el blog, porque si es verdad que citas que el saiga estuvo en la península hace varios milenios. Me entristece porque tienes 100℅ razón conque los lobos siempre buscaran la opción más facil, así que el drama eterno está servido y el lobo jamás será bienvenido. Gracias este blog es necesario
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