Hablar
del lobo en España es hablar del que es, con toda probabilidad, el animal más
emblemático, significativo y perseguido de la fauna ibérica.
Si
el lince ibérico se ha elevado a los altares llevándose todos los honores y
atenciones debido a su escasez y singularidad, el proscrito lobo ha despertado
sin duda las pasiones, reavivando ese mal atávico de la sociedad española de
dividirse en bloques totalmente opuestos, en este caso, el de aquellos que aman,
admiran y protegen al lobo como símbolo innegociable de la naturaleza salvaje
del país, llegando al extremo de la estampa idílica o deificada, considerando
al cánido como poco menos que un perrito de peluche, y aquellos otros que lo
creen la reencarnación misma del diablo, el mayor mal a erradicar, aprovechando
la mínima para avanzar en su objetivo de exterminio absoluto de la especie,
colocándolo en cuanto pueden como perfecta “cabeza de turco” de los males que
les afectan.
Como
uno es de aquellos que entienden que las cosas, en su justo término medio,
encuentran soluciones más efectivas y acordes a la realidad, debo seguir esta
línea objetiva para encuadrar la problemática en la existencia de tan
imprescindible especie de nuestros ecosistemas.
Con
todo, en este caso, mi opinión es que el término medio para la conservación y
mantenimiento de tan crucial especie se encuentra aún muy lejos,
desproporcionado en favor de aquellos que ven al lobo como un indeseable
componente al que se debe combatir, perseguir, erradicar, recluir.
La
coexistencia con el lobo requiere pues de un gran consenso, entendimiento y
compromiso, sobre todo compromiso, por parte de todos, puesto que su presencia
es totalmente necesaria en nuestros espacios naturales, como garante imprescindible
del correcto funcionamiento natural del círculo ecológico.
Estando
el lobo ausente como está en buena parte de ellos, no hay ni puede haber pasos
atrás en este sentido en mi visión, hay que apostar decididamente por su
retorno, como no podría ser de otra forma.
Salvando
todas las distancias con respecto al ser humano, hoy en día el lobo es a
Europa, lo que el león a África, el auténtico rey, el escalón más alto de la
pirámide.
Si
existe un animal con “mala prensa”, al que se ha perseguido con saña en
nuestro territorio, y en el conjunto de Europa, desde hace milenios, y por encima de los demás, ese es sin
duda el lobo.
Para
entender de forma algo global esta relación particular entre humanos y lobos, hemos de remontarnos
muy atrás en el tiempo, prácticamente a nuestra llegada al continente, y a lo
que entonces era el territorio que hoy habitamos.
Y lo haremos hoy a través de
una “idealizada” narración, con cierto aire de fábula, pero que plasma una
realidad que, en líneas generales, se aproximaría bastante a lo que verdaderamente sucedió entre ambas especies, desde entonces hasta hoy.
Lobos
y humanos competíamos ya por los recursos hace 30.000 años, sin embargo, por
aquellos tiempos, teníamos preocupaciones mayores a las que atender, respecto a
rivalidades.
Leones,
hienas y leopardos, supondrían con toda seguridad un mayor quebradero de cabeza
para el hombre, y también para el lobo. Y ya desde entonces éste último debió darse cuenta de algún modo de que, permaneciendo cerca del humano, evitaba con
mayores posibilidades la presencia y competencia de los megapredadores.
Tal
es así que hoy se cree que humanos y lobos convivían en cierta cercanía, al
punto de encontrar beneficio mutuo.
Los
lobos “sabían” que cerca de los campamentos, la vigilancia de los humanos ante
la presencia de leones, leopardos o hienas, era sin duda mucho mayor, por los
riesgos que estas especies entrañaban para el hombre, manteniéndolos por tanto,
allí, mucho más a raya.
Además,
el oportunismo carroñero de los cánidos les llevaría a aprovechar los despojos
abandonados por los humanos, como complemento alimenticio nada desdeñable.
Los
humanos fuimos dándonos cuenta con el tiempo de que algunos de aquellos lobos
presentaban actitudes más sumisas, dóciles, y fuimos seleccionándolos poco a
poco, seguramente desde cachorros.
Nuestro
similar funcionamiento y comportamiento social, basado en la convivencia grupal, debió facilitar mucho
el entendimiento, al punto de una correspondencia con sentimientos de
familiaridad y aprecio entre los distintos miembros.
Con
todo, hace 30.000 años, los lobos estaban adentrándose ya en el camino hacia la
domesticación que habría de convertirles en “el mejor amigo del hombre”; el
perro.
Así
se ha demostrado en los restos de estas primeras “mascotas primitivas”, a mitad
camino entre lobos y perros, encontrados en la Cueva de Goyet (Bélgica).
Los
humanos entendimos bien pronto que aquellos “lobos amigos” podían
servirnos de gran ayuda para rastrear y dar caza a los animales de los que nos
alimentábamos, a cambio de cierta compensación, y además, suponían un fiel
seguro de aviso o defensa contra la aparición de otros predadores no deseados.
Pero
esa relación de conveniencia fue poco a poco llegando a su fin cuando el humano
ganó la batalla contra los grandes predadores.
Los
cambios climáticos a gran escala dejaron en clara situación de desventaja a los
megapredadores europeos con respecto al extraordinariamente adaptable humano,
que aprovechó la ocasión para darles el golpe de gracia definitivo, procurando
su extinción.
Leones,
hienas y leopardos, desaparecieron en nuestra península en las primeras fases
del Temprano Holoceno, hace entre 11.000 y 9.000 años.
Desde
entonces, el lobo, beneficiado por las nuevas condiciones ambientales y por la
ausencia de sus directos competidores, quedó como el mayor rival del hombre por
el provecho de los recursos.
El
punto de inflexión definitivo fue la adopción del sistema ganadero, basado en
la domesticación de ciertas especies por parte del hombre, que fue asentándose
en Europa desde hace al menos 7.000 años.
No
hubo término medio entonces, y al lobo “se le dijo”, estás de nuestra parte, o
estás en contra, o abandonas tu “esencia” de especie, para adaptarla a la que
nos conviene, pasando a ser “perro”, o te conviertes en eterno proscrito que no
encontrará un minuto de descanso en nuestra continua persecución.
El
lobo, fiel a esa otra parte indómita y salvaje de su “esencia”, aceptó el
envite, comenzando así una guerra de miles de batallas perdidas, pero que sigue
presente a día de hoy.
Por
suerte las cosas parecen estar cambiando, y ya in extremis, el lobo parece contar con un soplo de esperanza para
no ver finalizados sus días como especie, aquel que muchos humanos estamos
empezando a hacer nuestro, toda vez que hemos llegado a la comprensión de
entendernos como parte de un todo con el planeta en que vivimos, siendo capaces
de tener una visión más amplia y entrelazada con el medio que nos rodea, y no considerando
al entorno como algo ajeno que sojuzgamos sin medida ni control a nuestro
interés, pudiendo dar así cabida a muchas de las maravillas de la Evolución.
A
pesar de todo ello, lobos y humanos convivimos como pudimos a lo largo de
milenios.
El lobo, cada vez más acorralado, iba encontrando pocas alternativas
salvajes a las que dar caza, pues los humanos transformábamos el medio a ritmo
acelerado, roturando los campos para nuestra agricultura, quemando los bosques
para pasto de nuestro ganado, construyendo núcleos urbanos para nuestras
poblaciones y asentamientos, esquilmando y reduciendo las presas a las que dábamos
caza por encima de las posibilidades.
Cada
vez fuimos poniéndole más difícil a lobo el mantenerse alejado de nosotros,
reavivando el conflicto.
¿Cómo
permanecer impasible ante el atolondramiento de aquellos mansos “muflones”, “cabras”
o “uros”, que eran una caricatura de sus antepasados, y que se contaban por
decenas y decenas de miles, invadiendo hasta el último rincón del territorio
otrora compartido?.
El
humano, máximo exponente del ingenio hecho especie sobre la Tierra, despreció
al lobo, y encontró los artilugios, herramientas y estrategias requeridos para
su exterminio.
Jamás
el lobo fue tenido en consideración como pieza cinegética digna de admiración,
como le ocurriera al oso. Nunca el cánido gozó de un halo de misterio y sigilo,
de desconocimiento y poca atención, como sucedió al lince.
No,
el lobo quedó en el punto de mira de la animadversión, como la más indeseable de
las fieras, convirtiéndose en la imagen viva y personificada del mal, a través
de cuentos y leyendas.
¿Quién
no ha escuchado alguna vez el cuento de Pedro
y el Lobo, Caperucita Roja, Los Tres Cerditos, o leyendas como las de los Licántropos, que incluso achacan o justifican las perturbaciones del humano, a la culpa del lobo?, tan inocentes a
priori, tan iniciáticos respecto al bien y el mal, tan sugerentes respecto al
cuidado que debemos procurar en nuestros actos en la vida para no caer en las
garras de la fatalidad. Enfrente, siempre, la figura del lobo, como chivo
expiatorio, imagen visible de lo abominable.
Ni
que decir tiene que a esto debieron ayudar mucho los ataques del cánido al que
durante milenios fue el sustento principal de la población, también el consumo
de carroñas, que con toda seguridad le llevó en muchas ocasiones a devorar los
cadáveres humanos que en el pasado quedarían a merced de los lobos por cualquier
parte, tras guerras, hambrunas o pestes, y no menos cierto es que en el pasado,
cuando todavía el lobo se contaba por miles y miles de ejemplares, y no encontraba
ya apenas presas silvestres a las que abatir, seguramente cruzó la raya del atrevimiento
y perdió en momentos puntuales el miedo y respeto al hombre, llevado por la desesperación
y el hambre durante el duro invierno, atacando a personas aisladas, como se deduce
de las crónicas escritas a lo largo de los siglos, pese a la exageración y
leyendas de las que siempre se han revestido estas narraciones.
Como
quiera que fuera, al lobo nunca se le procuró ninguna atención ni mención especial de
protección en las disposiciones de las distintas épocas del pasado. El lobo fue
considerado siempre como una alimaña a extinguir.
Costó,
le costó mucho al humano conseguir tal propósito. Cualquiera que dedique un
poco de tiempo al tema puede acceder a la multitud de información existente en nuestro
país con respecto al exterminio del lobo, por el que se pagaban buenos premios o recompensas,
siendo testigos presentes hoy de cómo se produjo tal extinción animada en todo
momento y en cualquier lugar por las distintas administraciones.
Y
es que cabe recordar, a aquellos a quienes se les llena la boca al declarar hoy en día que
nunca ha habido lobo en tal o cual territorio, que el cánido aún se distribuía
prácticamente por todo el territorio de la Península Ibérica, en mayor o menor
número, bien avanzado el siglo XIX, hace apenas ciento cincuenta años, en el tiempo
en que nacieron nuestros bisabuelos.
Únicamente
en alguna zona de la parte central de Cataluña parecía haberse erradicado su
presencia por completo ya en aquellas fechas.
Sin
embargo, lo que sí se aceleraría a partir de entonces sería la extinción de sus
presas silvestres a lo largo y ancho del territorio en las décadas siguientes.
En
ese círculo vicioso, al lobo no le quedó
otra que perseguir con mayor insistencia al ganado, del que en muchas partes
dependía ya en exclusiva.
Puedo
poner como ejemplo o curiosidad, el territorio que más cerca me toca, La Sierra
Calderona, a escasos veinticinco kilómetros de la ciudad de Valencia.
A
mediados del siglo XIX el lobo todavía estaba presente aquí, incluso hay
constancia de que se cazó un lobo junto al Monasterio de Porta Coeli.
Buena
parte de la toponimia de la zona deja muestras de la presencia de la especie en
tiempos recientes; Barranc del Llop
(Olocau), Barranc del Llop (Puçol), Coll del Llop (Náquera), Puntal dels Llops (Olocau) o Pedrera del
Salt del Llop (Sagunto).
Y
lo que sí sabemos con absoluta certeza es que durante el S.XIX, en esta sierra
que muere, y casi nace, en el Mediterráneo, no existían ya ni ciervos, ni
corzos, ni cabras hispánicas ni jabalíes.
El
lobo, por tanto, basaba su alimentación en el abundante conejo y, cómo no, en
los entonces frecuentes rebaños domésticos de ovejas y cabras, hoy
desparecidos también, por inviabilidad, en la sierra.
Pocos imaginarían hoy, pues, que esta zona a priori tan ajena desde nuestra visión actual al cánido salvaje, fue territorio lobero hace sólo cinco generaciones.
La
guerra sin cuartel contra el lobo fue por tanto acelerada desde mediados del
S.XIX, aprovechando el uso de venenos, y empleando cualquier otra práctica
posible, siempre alentada por las distintas administraciones que se irían
sucediendo en el tiempo.
En
apenas cien años, y en el momento en que entró en vigor una nueva disposición
encaminada a la erradicación total, con la Creación de la Junta de Alimañas, el
lobo había desaparecido de buena parte del país, sobre todo en el Este y parte
del Sur.
Pero
había todavía lobos hacia 1950 en toda la zona noroccidental ibérica, desde Portugal
y Galicia al País Vasco, atravesando Castilla y León, Asturias, Cantabria y la
misma Rioja, que conectaban con poblaciones loberas del Sistema Central e Ibérico,
cada vez más aisladas, y, a través de Extremadura y Montes de Toledo, con las
todavía buenas poblaciones del sur, que se prolongaban desde el Alentejo hasta más
allá de Despeñaperros, por toda Sierra Morena.
Algunos
ejemplares aislados sobrevivían también en aquellas fechas en el Pirineo, al
borde ya de la desaparición.
Esta
persecución sin vuelta atrás llevó al lobo al límite, de tal forma que al
principio de la década de los setenta, sólo se encontraba ya presente en el
Noreste de Portugal, Galicia, parte de Asturias y Cantabria, Norte de Castilla
y León, y algunos ejemplares relictos en el sistema Ibérico Norte (Soria y La
Rioja), País Vasco en su parte más occidental, y tres poblaciones aisladas en el
centro sur peninsular; Sierra de Gata-Sierra de San Pedro (Salamanca y Cáceres),
algunos enclaves de los Montes de Toledo, y en Sierra Morena, de forma discontinua, desde Aracena hasta
Despeñaperros.
Sin
censos fiables, se determinó que en aquel entonces no debían de quedar más de
500 a 700 lobos entre Portugal y España.
![]() |
Mapa de distribución del lobo en la península Ibérica durante la década de los setenta. |
Entones,
y ayudado por la proyección de un nuevo invento o artilugio humano, la televisión, el
aullido del lobo llegó hasta todos los hogares de España a través de la figura
de Félix Rodríguez de la Fuente, “el amigo de los lobos”.
Tal
fue el impacto entre la Sociedad, tal fue la inyección de concienciación que
Félix procuró al lobo y a la Conservación de la Naturaleza, que la
consideración de la especie nunca jamás ha vuelto a ser la misma, y en buena
medida, se ha logrado frenar su extinción definitiva en el país.
Sin
embargo, lejos de encontrar una solución aceptable desde entonces, el problema
de la recuperación del lobo a niveles adecuados sigue más vigente que nunca, aunque esta vez, y
correspondiendo quizás a lo mucho que nos aportaron ellos tras convertirse en perros,
además de atender a lo maravilloso de preservar la gloria natural evolutiva,
muchos hemos realizado el camino contrario, conscientes de que tenemos una
deuda histórica para con los lobos, y de uno u otro modo, hemos pasado a formar
parte de “sus manadas”, entendiendo necesaria su existencia y "convirtiéndonos en
parte de ellos", para trabajar o concienciar firmemente al respecto no sólo de su conservación, sino de su recuperación.
De
todo ello tratará el próximo artículo, dedicado al auténtico rey de la fauna
ibérica.
Crédito de imágenes:
Excepto la foto de portada, que es de Miguel Llabata, el resto de imágenes son archivos libres de derechos de Wikimedia Commons.
Queda mucho por hacer. Después de tanto tiempo aniquilándolo y demonizándolo no será nada fácil recuperarlo, sin embargo, hay que hacerlo, el lobo es patrimonio natural de todos.
ResponderEliminarHola Milano Negro. Bienvenido y muchas gracias por participar.
EliminarDiagamos que todo dependerá de la voluntad, compromiso y sobre todo firmeza, que se procure al tema de su recuperación y conservación por parte de quienes deberían garantizarlas, incluyendo el llevarlo cuanto antes a todos aquellos espacios en los que hace mucho tiempo que debería estar, además de seguir insistiendo en la concienciación entre la sociedad.
Saludos.
Increíble el trabajo de documentación y el aporte de datos, sin menospreciar el estilo de redacción. El lobo el eterno proscrito, el titulo no podría ser mas acertado. Gracias! Voy a por la 2º parte de la saga.
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