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jueves, 30 de marzo de 2017

EL ROMPECABEZAS DEL ZEBRO (V): APUNTES SOBRE LA SUPUESTA DOMESTICACIÓN DEL ZEBRO.




En muchas ocasiones he leído por la Red, e incluso en trabajos más consistentes, y así mismo lo creía yo hace algún tiempo, que el zebro ibérico había sido animal en cierto modo domesticable, algo que a día de hoy entiendo como totalmente infundado, apenas sin mayor mención en las fuentes que dos pasajes caballerescos que lo único que tratan de recalcar, es, uno la velocidad de un animal, y el otro, una montura fantástica o legendaria que ni siquiera sabemos a qué especie se refiere.
Bien al contrario, lo que nos ha llegado documentado sobre el zebro, es que éste siempre fue descrito como arisco, indomable, indomesticable, y objeto de caza.

En la siguiente entrada voy a tratar esta cuestión, que no obstante queda abierta, pero para la que, a día de hoy, no encuentro argumento convincente para dar por válida; la de la supuesta domesticación del zebro.



Ya expuse la única mención posible al respecto, en el cantar de gesta de Roncesvalles, escrito a mediados del siglo XIII, y que hace referencia a una idealizada batalla de finales del siglo VIII.

“Ya bolvían los franceses con coraçón a la lid, tantos matar de los moros que no se puede dezir. Por Roncesvalles arriba, huyendo va el rey Marsín, caballero en una zebra (a veces encebra), no por mengua de rocín”. (2)

Y argumenté que la gesta se basa en la hipérbole de que el rey Marsín huye a toda prisa, a tanta, que va en una encebra, y no por mengua de rocín, sino porque las encebras eran rapidísimas, tanto, que no había caballo que las alcanzase, y sólo los galgos podían darles alcance, como se menciona en otro texto de época posterior.
¿Iba montado el Rey Marsín realmente en una encebra, o iba a lomos de una figura retórica que aumenta o pone énfasis en lo que se quiere recalcar en la gesta, la prisa a la que huía?...

Pobre bagaje de domesticación o uso sería en cualquier caso, a lo largo de los siglos, cuando hasta de las cebras africanas, de sobra conocidas por su naturaleza indómita y arisca, existen muchos más casos y ejemplos de domas puntuales, tanto de monta como de tiro.

Esta hipérbole o exageración tendría nuevamente paralelismo caballeresco y algo fantasioso cuatro siglos más tarde, en la redacción de El Quijote.
En el Capítulo XXIX de "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", escrito entre 1605 y 1615,  puede leerse textualmente:

"(...) Y aún haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema que dista poco de la gran Compluto."

Cervantes se basó en un sinfín de romances, cantares de gesta y poemas o relatos caballerescos de todos los tiempos para escribir El Quijote, entre los que, sin ninguna duda, debió encontrarse también el Cantar de Roncesvalles.

Don Quijote y Sancho Panza.

Este párrafo que vemos, se encuentra escrito en el contexto que cuenta la aparición de un sacerdote que reconoce a Don Quijote, y cae rendido ante él, agarrándole por la pierna, sin dejarle bajar del caballo.
El hidalgo le insiste:

“Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie”.(22)

Y es entonces cuando el sacerdote responde:

“Eso no consentiré yo en ningún modo, estése la vuestra grandeza a caballo…que a mí, aun indigno sacerdote, bastarame subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo. Y aún haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema que dista poco de la gran Compluto”. (22)

Resulta más que evidente pues, que Cervantes, a través del sacerdote, está incluyendo pasajes, aspectos mitológicos o caballerescos, referidos a los équidos. Trata así de elevar la categoría o condición de unas simples y menospreciadas mulas, poco dignas de caballeros, nada más y nada menos que al mito de Pegaso, cual si caballos alados fueran, o a la montura exótica de aquel famoso moro Muzaraque, condenado de por vida a vagar errante y sin descanso a lomos de ésta por el cerro de Zulema.
Si la “cebra”, o “alfana” (caballo o yegua corpulenta, fuerte y briosa), en algún momento del pasado, y en la leyenda de Muza, se refirió al zebro, por sus rasgos de animal veloz, arisco e incansable, o como menospreciado al respecto de una caballería noble, y por tanto solo apto para los concebidos como indeseables rivales de la época, que huyen, como Marsín, o quedan condenados de por vida por encantamiento, como Muza, es algo que no sabemos con certeza.
Lo que sí sabemos es que para Cervantes y su personaje del sacerdote, es un équido fantástico, como Pegaso, que forma parte de un maravilloso imaginario caballeresco.
Así que incluso es posible que esa montura “cebra” o “alfana”, no fuera sino un añadido con tintes épicos o mitológicos que inventara el mismo Cervantes.

Perseo, montando a Pegaso, al rescate de Andrómeda.


Miguel de Cervantes Saavedra, máxima figura de la Literatura Española, y uno de los más reconocidos escritores de todos los tiempos, nació en 1547 en la madrileña ciudad de Alcalá de Henares.
Los restos más antiguos de población en Alcalá, se remontan a los hallados en el “Cerro del Viso”, también llamado “Cerro de Zulema”. Son de La Edad del Hierro, y en ellos se encontró hacia 1934 un pequeño tesoro de monedas en las que ya aparecía el nombre de Kombouto, del que se cree, podría derivar el nombre romano de Compluto.
La Compluto romana se estableció en el siglo I a la otra parte del río Henares, en el llano, toda vez que ya no era necesaria en aquellos momentos de “Pax Romana” la fortificación defensiva sobre un cerro.
Compluto quedó siempre rodeada de un halo de misterio, leyenda y mitología.
Ya en el siglo IV de nuestra Era, la persecución del emperador Diocleciano tuvo como consecuencia el martirio de los niños Justo y Pastor, a las afueras de la ciudad, lugar que los cristianos comenzaron a venerar desde entonces.
La invasión musulmana de la Península, en el S.VIII, llevó a la conquista y asentamiento en estas tierras, pero se permitió a la población autóctona seguir residiendo en torno al venerado Campo Laudable, mientras los árabes prefirieron asentarse de nuevo en el Cerro de Zulema, donde antaño vivieron los celtíberos, puesto que ofrecía una posición defensiva mucho más adecuada, dándole el nombre de al-qal’a Nahar (el castillo o fortaleza sobre el Henares).

Zulema provendría de Zuleiman, Salomón, y es que, al igual que sucedió con posterioridad a la invasión musulmana, donde cualquier descubrimiento de tesoros o restos antiguos era automáticamente tildado como “de los moros”, por su antigüedad, en aquellos tiempos del nacimiento y posterior asentamiento y expansión del Cristianismo, durante los primeros siglos de nuestra Era, se intentó vincular cualquier resto de cultura antigua peninsular a un pasado bíblico.
Por tanto, todo vestigio arqueológico de un pasado remoto, tenía conexión con Oriente.
Las leyendas que se recogen para Alcalá de Henares dicen que el Moro Muza, gobernador nombrado por los Omeyas para controlar el norte de África, descubrió y ocultó el tesoro de La Mesa de Salomón en alguna de las numerosas cuevas u oquedades del Cerro del Viso, considerado también morada de brujas, gigantes y gentes encantadas, y por ello se conoce desde antaño como Cerro de Zulema (o Cerro de Salomón). (21)
Muza y Tarik (su lugarteniente), fueron a rendir cuentas ante el Califa de Damasco,  pero dependiendo de versiones, unos dicen que le entregó la Mesa de Salomón, y otros que Tarik, sabedor de que Muza la ocultaba en una cueva, lo delató ante el Califa, quien ordenó ejecutarle.
Parece ser que la leyenda, como siempre, guarda algo de veracidad.
El califa de Damasco acusó a Muza de malversación, aunque se le conmutó la pena a cambio de una considerable suma, pero se le impidió retornar a al-Andalus. Su muerte se cree que ocurrió hacia 716 o 718, cuando fue asesinado en una Mezquita de Damasco.
Es posible, también, que al construir los musulmanes la nueva ciudad sobre el antiguo asentamiento celtíbero, encontraran por el cerro algunos “tesoros” de época antigua.
El caso, es que la leyenda se forjó de forma que el espíritu de Muza habría quedado condenado por encantamiento a vagar errante por el cerro a perpetuidad, ya que había osado arrebatar o profanar el tesoro de Salomón.
¿Pero quién y cuándo incluyó la montura de una “cebra” o “alfana”, y por qué?.

Para empezar, no sabemos cuándo se forjó exactamente esta leyenda, pero es que, yendo más allá, ni siquiera sabemos a qué animal se refería exactamente Cervantes cuando echa mano de la leyenda, para plasmar el nombre de “cebra” o “alfana”.
Miguel de Cervantes nació en 1547, y según las Relaciones Topográficas de Felipe II, de 1576 y 79, las encebras se habían extinguido hacia 1539 en el sureste de Albacete (“…y podrá aver quarenta años que avia muchas enzebras en termino desta villa y se a acabado ansi mismo la dicha caza”.), único lugar donde se habían conocido según las gentes de la época (“Una especie de salbagina obo en nuestro tiempo en esta tierra que no la ha havido en toda España, sino aquí, que fueron enzebras”. ) (10 y 12).

De hecho, en otro pasaje de El Quijote, en el capítulo XVIII, encontramos lo siguiente:

“…El otro que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas, y el escudo blanco y sin empresa alguna, es caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papin, señor de las baronías de Utrique. El otro, que bate las ijadas con los herrados carcaños á aquella pintada y ligera cebra, y trae las armas de los veros azules, es el poderoso Duque de Nervia…”. (22)

Al respecto, y en apunte de pie de página, Don Diego Clemencín (S.XIX) escribe: “Ligera cebra, Hermoso animal africano del tamaño y figura de una mula, rayado de listas anteadas y negras, y más ligero que el caballo. Una se ve actualmente en la Casa de Fieras del Real Sitio del Retiro”. (22)

“…Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura”. “…a este escuadrón forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí están …los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia, …los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo, …los etíopes de horadados labios…”. (22)

"Pintada y ligera cebra".

Una vez más, Cervantes echa mano de la épica, de la fantasía, de los romances antiguos, mencionando entre otros el mito de la Arabia Feliz, el de Pactolo, los extraños habitantes de tierras lejanas como la Aethyopia…Y rodeada de ellos, vuelve a aparecer la “poderos alfana” y la “pintada y ligera cebra”, como animal mitológico, caballeresco, del imaginario romántico…
Se diría, pues, que más bien poseía algún conocimiento de la pintada cebra africana de la Aethyopia, que no del ya entonces probablemente extinto zebro ibérico.
Recordemos que había ya testimonios en el ámbito ilustrado acerca de la existencia de las cebras africanas, como vimos en la entrada anterior.

“Nace del mismo modo en esta tierra otro animal, que llaman Zebra, común en algunas provincias de Barbaria y del África, el cual, siendo en todo su aspecto como el de una mula grande, no es mula, porque cría descendencia, y tiene el pelaje muy singular, de amplias listas de tres dedos de colores negro, blanco y leonado oscuro (…) tiene la cola como la mula, y llena de manchas, y las patas y cascos como la mula, aunque su comportamiento es a semejanza del caballo, sobre todo por su andar y correr, admirablemente ligero y veloz, tanto que en Portugal y Castilla todavía se dice ‘veloz como Zebra’ (…), este animal se encuentra en grandes números, salvaje (…)”.

“CEBRA, es vna especie de bestia que parece al cauallo, aunque es tan cẽceña y enxuta, que tira a la forma de la cierua; domase, anque con dificultad, y es velocissima en su corrida, y dura en ella todo vn dia sin parar: criase en Africa, y asi el nombre es Arabigo, ignoro su etimologia: si no se dixo Cebra, quase Cerua, con transmutacion de las letras. A la muger que es muy arisca y braua, dezimos, pues es como vna Cebra”. (3)


Duarte Lopes, Pigafeta o Covarrubias, habían hablado ya de la cebra africana en 1580, 1590 y 1611, pero es que además, Cervantes habría leído también muchos textos caballerescos y legendarios de los musulmanes, bien de tiempos de la Invasión, bien durante su cautiverio de Argel.
Con anterioridad, el viajero andalusí Abd al-Rahman ben Sulayman al-Mazini, de los siglos XI y XII, había dejado constancia en su obra “Regalo de los Espíritus” de las cosas maravillosas vistas en sus viajes, y entre ellas citaba la existencia en el país de Zeng de asnos llamados al-‘itâbi, rayados de blanco y negro, que eran una de las maravillas del mundo.
También el misionero y explorador del África Jordán Catalá describió las maravillas de sus viajes en el siglo XIV, citando a la cebra africana.
Y sobre todo, no podemos olvidar el pasaje que los musulmanes atribuyen a Mahoma en su viaje hasta la Luna.
Según el Diccionario Universal de Mitología o de la Fábula se nos dice que:

“Al-borak: Animal de una talla media entre el asno y el mulo, del cual se sirvió Mahoma para montar, cuando se elevó de Jerusalén al cielo”.

Sarmiento nos dejó escrito mucho al respecto de este Al-borak que pudo servir de inspiración mitológica a Cervantes (1):

“(…) la voz ‘boruk’, arábiga, de que se compone al-borak, nombre del animal de Mahoma, significa lo mismo que la voz hebrea zechora (…) y por lo mismo cree que la voz zechora y alborak son dos nombres de un mismo animal (…)de paso advierto, que del nombre borak, se derivó el francés bourique”. (Borrico. Algo que se debe poner muy en duda, pues éste parece derivar más bien del latín buricus, que significaba pequeño caballo o pony)

“A la verdad, el alborak, según describen los mahometanos, es muy semejante a la zebra. (…) jumento blanco mayor que asno y menor que mulo (…) borak significa resplandeciente y brillante (…) Buxttorfio, en la raíz caldea correspondiente, dice que significa caballo de un exquisito paso, carrera y velocidad.”

“Y si no hay impropiedad en la ficción, y el teatro del moro Muzaraque ha sido el país de Alcalá, se debe suponer la cebra animal propio de España, como por la misma razón se debe suponer que era animal propio de la Arabia aquel en el que cabalgó el falso profeta Mahoma, cuando, según la ficción de los mahometanos, hizo el viaje a la Luna. Aquel animal, cuyo nombre es Alborak, era, como apuntaré después, una hermosa zebra, como la que atribuyó Cervantes, para sus aventuras en tierras de Alcalá…”.

Alborak, jumento resplandeciente y brillante mayor que asno y menor que mula en el que Mahoma viajó a la Luna, desde Jerusalén...


Es pues más que probable que Cervantes, imbuido por la épica novelesca y mitológica arábiga, no se estuviera refiriendo al zebro ibérico, sino que ya mezclara los conceptos de onagro y cebra al describir esas “poderosa alfana” y “pintada y ligera cebra”, como animales fabulosos dignos de ser incluidos en su relato sobre Muzaraque y otros exóticos caballeros imaginarios.


Que se quiera suponer algo más relacionado con la domesticación para el zebro, sólo podríamos imaginarlo a partir de otros tres datos concretos:

El Corpus Hippiatricorum Graecorum, compilación bizantina de los siglos IX y X d.C., basada en textos griegos de los siglos IV y V d.C., que describe a los caballos ibéricos como pequeños y procedentes de caballos salvajes. (19)
Sin embargo, y a mi juicio, es algo que en sí mismo no resulta concluyente, puesto que hemos visto que es creencia generalizada desde época aristotélica, siguiendo la escuela al respecto de entender que todo animal doméstico debe proceder de un equivalente salvaje.
Recordemos que Varrón suponía que los asnos domésticos, provenían de los Asini feri o asnos salvajes de Frigia y Licaonia (Anatolia), que eran hemiones.(16)
Tampoco se precisa, por otro lado,  procedencia ni época de domesticación para una ganadería caballar ibérica que, por supuesto, se remontaba muchísimo más atrás en el tiempo que los siglos IV y V d.C.
No existe mención alguna a que el zebro, sea específicamente, en cualquier caso, el animal salvaje del cual descendería el caballo ibérico.

2º Los caballos que Gratio Falisco llama “murcibios” en alguna región desconocida de Hispania, y que según su narración, no sufrían el freno, al contrario que los “nasamones” en África.
Sarmiento quiso ver en estos murcibios una derivación de “mulos cibios” o “mulos cebros”, y por tanto, se imagina y dice que (1):

“La dificultad consiste en si el murcibio era verdadero caballo, u otro animal parecido a él, que también servía para cabalgar”.

Como establece relación directa entre la cebra africana y el onagro con el zebro ibérico, a los que supone un mismo animal, sentencia que:

“Y viendo que la zebra se parece al asno en las orejas, y en casi todo lo demás, al caballo, y que amansado ese animal puede servir para cargar y montar en él, como se dijo hablando de los orientales, conjeturo que la voz zebra está desfigurada en la voz murcibio, suavizada a la latina”.

Autores posteriores señalan que la grafía de su nombre puede provenir perfectamente de Murcinii, Myrcinni, Marrunii, o propios de Myrcenii, pueblos de la Macedonia Septentrional, cuyos caballos eran muy estimados.(3)
Recordemos por ejemplo a Bucéfalo, otro caballo envuelto en el halo mitológico, de caracter tosco y salvaje, que sólo pudo ser reducido y montado por el gran Alejandro Magno, rey de los macedonios.

Alejandro Magno montando a "Bucéfalo".
Los caballos de monta llamados murcibios en Hispania, por tanto, podrían ser de un tipo apropiado para la carrera, muy similar o que recordaba a éstos macedonios por su velocidad, como también hubo otros tipos de caballos domésticos gallegos, asturcones, tieldones y mesetarios o del Tajo, en las crónicas latinas, bien diferenciados de los Equui feri y los Equorum silvicolentum, que eran pieza de caza.

3º El ya citado documento de herencia o dote de “un jumento cebro”, del siglo XVII (24), que parece sugerir que el “asno salvaje” o encebro, fuera concebido y usado como animal doméstico, y que ya vimos que no debió ser otra cosa que el apelativo para un burro o bien del pelaje cebruno, o bien con alguna característica arisca.

Por lo tanto, y al contrario de lo que sucede por ejemplo con el tarpán oriental, el caballo salvaje del Este de Europa, no sólo no existe mención alguna confirmada y fiable para la domesticación o uso del zebro ibérico, sino que en ningún momento (al contrario de lo que sucede para los tarpanes de Europa Oriental, y esto es bastante más sospechoso) se menciona nada acerca de un posible cruce o mestizaje entre caballos salvajes y caballos domésticos, y cabe suponer que habría importantísimas yeguadas en semilibertad desde tiempos inmemoriales, al menos desde época celtibérica.
En todo caso, lo que sí encontramos son testimonios recurrentes contrarios a la domesticación:

“Dosina autem dictus, quod sit color eius de asino, idem et cinereus. Sunt autem hii de agresti genere orti, quos equiferos dicimus, et proinde ad urbanam dignitatem transire non possunt”. (20)

“Y se dice dósina porque tenga color de asno; y el mismo, ceniciento. Y son estos nacidos de una especie salvaje, que decimos equiferos, y por tanto no pueden pasar a la categoría doméstica”.

“Varro quoque refert in Hispania nonnullas equas vento concipere. Quas a Zephiro vento, qui flare solet ab occidente, Zebras Hispani vocant. Quae quidem silvestres campestresque sunt et indomitae”. 
"Varrón también cuenta que en Hispania, algunas yeguas conciben por el viento. Los hispanos (españoles) las llaman zebras a partir del viento Zéfiro, que suele soplar desde Occidente. Éstas son ciertamente silvestres y campestres, e indomables". (14)


Y en lo referente a los problemas que podían ocasionar los zebros en relación a los intereses humanos:



“Una especie de salbagina obo en nuestro tiempo en esta tierra que no la ha havido en toda España, sino aquí, que fueron enzebras, que havía muchas y tantas que destruían los panes y sembrados”. (10-12)

Ni una sola mención al problema que pudiera derivarse del rapto de yeguas por sementales salvajes, o el cruce con salvajes, y la consiguiente pérdida de valor de los potros, sólo alusión a los daños que, como otros animales salvajes, objeto de caza, ocasionaban en los sembrados.

En otra entrada posterior volveremos a retomar algunas de estas cuestiones.







Crédito de imágenes: 

Fotos 1, 4 y 5,  imágenes libres de derechos de Pixabay.
Fotos 2, 3 y 6, imágenes libres de derechos de Wikimedia Commons.

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