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martes, 28 de marzo de 2017

EL ROMPECABEZAS DEL ZEBRO (IV): EL ZEBRO TRAS SU EXTINCIÓN. SIGLOS XVI, XVII Y XVIII.




Las décadas comprendidas entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI supondrían un importantísimo período de cambio y transición no sólo para nuestra Península Ibérica, sino por extensión, a nivel global, en esa nueva concepción del mundo que desde entonces iba a entrar en escena.
No es de extrañar, pues, que sea precisamente durante el transcurso de estas fechas, con sus destacados acontecimientos, cuando La Historia (al menos la de tradición Occidental) marca el paso de una Edad a otra, de la Edad Media a la Edad Moderna.
La unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón, mediante el matrimonio de Isabel y Fernando en 1479 (conocidos como Reyes Católicos) supuso el nacimiento de la Monarquía Hispánica, que llevaría a fin la Reconquista de la Península con la toma del último bastión del Reino Nazarí de Granada, en 1492.
Y sería en ese mismo año cuando el navegante Cristóbal Colón, al servicio de la Corona de Castilla, “descubriría” (para Occidente) el nuevo Continente Americano, con su llegada a “Las Indias”.
Por esos mismos años, hacia 1482, en tiempos de ansia expansiva, se intensificaron las exploraciones atlánticas portuguesas siguiendo la costa africana entrando en contacto con el Reino del Congo, y doblando el Cabo de Buena Esperanza cinco años más tarde.

Para el protagonista de nuestra serie, el zebro, aquellas fechas marcaron también un evento histórico, desgraciado en este caso, el de su propia extinción.
En apenas medio siglo desde entonces desaparecería de sus últimos reductos pasando a formar parte de ese nutrido elenco de especies de la megafauna ibérica que se fueron, o mejor dicho, que hicimos que se fueran para siempre de nuestro solar.


Hacia la década de 1480, en tiempos del reinado de los Reyes Católicos, el zebro era registrado aún en las Ordenanzas de Sevilla que regulaban el tratamiento o manufactura de los cueros, e incluso estaba presente todavía en las tierras bajas del Segura:

“Otrosí , qualquier maestro oficial que fiziere adarga , que sea de buen cuero bien adobado,y que sea llena del tercio de enmedio, y seguida de los alaues;  y el adarga que fiziere de enzebro, que la fagá de lomo, y su sobre lomo de cuero muy bien cortido y adobado”…
"Otrosí, que ningú oficial del dicho oficio de correeria, no examine adarga de anta, ni de enzebro, ni de vaca,..." (9)

“...el resto lo llenaban las malezas de riberas, vegas y sotos; malezas tan frecuentes por las ramblas, ríos y tierras bajas de los campos de Murcia, Orihuela, Totana y Cartagena, donde con las hierbas se criaban el venado, la «eucebra,», el corzo y los gamos, de los que algunas manadas habían pasado á las islas de la costa”. (11)

Lucio Marineo Sículo, en 1496, apoyándose en el antiguo mito griego que concebía al viento del oeste como fecundador de animales, nos decía todavía del zebro que los españoles llamábamos así a esta especie a partir del viento Zéfiro (Zéph(i)ros/as), que sopla desde occidente. (14)

Yegua concibiendo del viento Zéfiro.

Pero en 1576 y 1579, las noticias que transmitieron las Relaciones de Chinchilla y La Roda, encargadas por Felipe II, eran otras muy distintas al respecto de la existencia o presencia del zebro:

Una especie de salbagina obo en nuestro tiempo en esta tierra que no la ha havido en toda España, sino aquí, que fueron enzebras”.  (10 y 12)

“…y podrá aver quarenta años que avia muchas enzebras en termino desta villa y se a acabado ansi mismo la dicha caza”. (12)


Los hippos agrios ibéricos de Estrabón y Posidonio, los equui feri hispanos de Varrón, los equorum silvicolentum leoneses de Tulio, los equiferis o hippagros hispanos de Oppiano, los equiferos dósinos de Isidoro de Sevilla, los asnos monteses, onagros, mulos salvajes, zebros o enzebras medievales, o las “salbaginas” a manera de yeguas cenizosas mohínas del tránsito hacia la modernidad, habían desaparecido para siempre hacia mediados del S.XVI, como pérdida irreparable de la esencia salvaje hispana.

Lo único que va a quedar de ellos, desde ese momento, y a lo largo de los siglos posteriores, es un legado muy enrevesado, confuso y distorsionado, a partir de varias concepciones.

Algunas de sus características quedarían desde entonces acopladas y referidas a otros animales de tal forma que con el paso del tiempo, y con la pérdida de memoria de las nuevas generaciones sobre el conocimiento de la antigua especie salvaje, se llegó incluso a la confusión sobre esa propia identidad.

El mismo pelaje que Isidoro de Sevilla acuñara como “dósino” o del asno (acertadamente o no en cuanto a etimología de dosinus), el color “murinus”, de ratón, o cinéreo, de la ceniza, el grisáceo en definitiva, con una raya asnal o mular sobre el lomo, y que suponemos quizás oscuro y adornado con alguna raya en las patas y cruz, pasó a denominar a un tipo de pelaje, el cebruno, acebruno o cebrón.
Sabemos que ya en textos de la Baja Edad Media (S.XIV) los documentos describían con toda clase de detalles a los caballos, pues eran un bien muy preciado y su valía o valoración se fijaba entonces en buena medida por su tipo de pelaje. (23)
Alrededor de doscientos nombres distintos en base a él, aparecen en escritos de los años 1364 y 1365. Por orden alfabético, encontramos en Barcelona y Ejea los términos “açebrú”, “adzebruno”, “azebruno” y “azembruno”.(23)
Así, con el paso de los siglos, y hasta el presente, el pelaje acebruno, acebrón o cebruno, serviría en la Península Ibérica para definir a los caballos que presentasen un color gris ratón, con patas oscuras, línea dorsal, y algunas pequeñas rayas.

Caballo de pelaje "acebruno", "acebrón" o "cebruno".

Este será un aspecto muy a tener en cuenta cuando tratemos el tema de la Toponimia, porque nos ayudará a comprender que quizás la sorprendente y desmesurada pervivencia de abundancia de términos relacionados con el zebro al respecto de la toponimia peninsular, al menos en algunos casos, tenga más que ver en realidad con otros animales de rasgos, características o cualidades “traspasadas” desde el zebro, que del mismo zebro.
Sirva por ejemplo “El Charco del Acebrón”, en Doñana.

Buen momento también para comentar ese testamento o dote fechado en 1682, por el cual se hereda un “jumento cebro de cinco años” en Higuera de la Rede (Badajoz). (24 y 25).
Toda vez que por aquella fecha, casi un siglo y medio posterior a su desaparición, el zebro salvaje ni siquiera perduraba ya en la memoria de los más doctos que tenían acceso a los trabajos donde éste fue mencionado, cabe suponer, no sin base, que este “jumento cebro” no fuera otra cosa que un tipo de burro o asno doméstico con alguna cualidad heredada, es decir, o bien que tuviera el pelaje cebruno, gris, con línea de mulo, patas oscuras, y algunas marcas como Cruz de San Andrés y ciertas rayas en patas, al igual que los caballos acebrunos o acebrones, o bien que mantuviera ciertos rasgos ariscos y bravíos, como luego veremos que se dijo de otro tipo de ganado.

"Jumentos cebro" o Asnos cebrunos.

Lejos de la Península, sin embargo, donde aún se perdió más la ligazón con el extinto équido y su recuerdo, el pelaje cebruno pasará a designar al caballo de color bayo más bien oscuro, de color chocolate con tintes anaranjados, a la manera del ciervo, especialmente en Sudamérica, probablemente por una de las confusiones más frecuentes que sufrirá el término “cebro”, el de ser entendido con posterioridad a la desaparición del animal como una deformación de “cervo” o ciervo (cebruno-cervuno).

Así, del pelaje cebruno en la ganadería criolla americana se nos cuenta hoy que:

Cebruno: este pelaje tiene un ligero matiz tostado. Dice Solanet que "tiene poco de amarillo y naranja, mucho de oscuro y siempre algo de tostado. Generalmente sus ojos dan también el color cebruno. Muchas veces es cebrado por las rayas negruzcas transversas en los remos y la del filo del lomo". Solanet indica que este nombre de pelaje viene de una alteración rioplatense de la voz cervuno (piel de ciervo), y que el color es análogo al de la nutria y al del ciervo canadiense.
Denominaciones:
Argentina: barroso (se usa más para los vacunos), cebruno (con z y con s)
Araucano: dümil, coipo (nutria o cualquier nombre que designe tostado o algo cebruno). 
Cualidades y defectos:
Es reconocida su resistencia. Los ranqueles tenían este pelaje.
Variedades:
Cebruno oscuro: es el que en los vacunos es barroso, con nada de naranja, color tierra prácticamente.
Cebruno claro: que tiene más de naranja”. (26)

Reconstrucción de un caballo de pelaje cebruno americano.


Una tercera acepción de pelaje “cebruno” será el derivado de la cebra africana, quien recibió su nombre de la zebra ibérica.
Aunque en este caso, la principal característica se fijará, como es de lógica, siguiendo ya el llamativo patrón rayado del équido africano (que incluso tomará el apelativo de “cebraduras”) por más que no fuera ésta la característica principal, ni mucho menos, que le valió ganarse el título onomástico de “zebra”.

Pelaje cebruno. Cebraduras.

Aunque las cebras africanas habían sido ya conocidas como hippo tigris o hippos tigroides por los griegos, y mencionadas por autores latinos como Dion Casio (S.I y II d.C.), Philostorgius (S.IV y V) o Timoteo de Gaza (S.V y VI d.C.), autores musulmanes de los siglos X al XIV, y conocidas también en China desde el S.XII, e incluso algún ejemplar llegó como regalo a la Corte de Castilla en tiempos de Alfonso X (S.XIII) (donde fue nombrada como “asna buiada, con bandas”), no se “redescubrirían” para Occidente hasta las grandes exploraciones africanas portuguesas de finales del S.XV y principios del XVI. (3)

La primera mención a la cebra africana de la que tenemos constancia tras las exploraciones, nos llega a través de Pigafetta (1591), que se basó en el relato de Duarte Lopes, explorador del Congo entre 1578 y 1582, y dice así (3):

“Nace del mismo modo en esta tierra otro animal, que llaman Zebra, común en algunas provincias de Barbaria y del África, el cual, siendo en todo su aspecto como el de una mula grande, no es mula, porque cría descendencia, y tiene el pelaje muy singular, de amplias listas de tres dedos, de colores negro, blanco y leonado oscuro (…) tiene la cola como la mula, y llena de manchas, y las patas y cascos como la mula, aunque su comportamiento es a semejanza del caballo, sobre todo por su andar y correr, admirablemente ligero y veloz, tanto que en Portugal y Castilla todavía se dice ‘veloz como Zebra’ (…), este animal se encuentra en grandes números, salvaje (…)”.

Vemos aquí cómo se expone que en la Península Ibérica “todavía” se decía “veloz como zebra”, mantenido en el argot popular evidentemente desde la característica del équido ibérico, traspasada al africano después.

En 1611, Covarrubias dejó escrito lo siguiente, cuando en el ámbito más docto, ya empezaban a ser conocidas o mencionadas las cebras africanas:

“CEBRA, es vna especie de bestia que parece al cauallo, aunque es tan cẽceña y enxuta, que tira a la forma de la cierua; domase, anque con dificultad, y es velocissima en su corrida, y dura en ella todo vn dia sin parar: criase en Africa, y asi el nombre es Arabigo, ignoro su etimologia: si no se dixo Cebra, quase Cerua, con transmutacion de las letras. A la muger que es muy arisca y braua, dezimos, pues es como vna Cebra”. (3)

"Hembra de la zebra". Georges Edwards, 1758.


Covarrubias, en apenas unas líneas, pone de manifiesto toda esa confusión que ya se había generado con respecto al por entonces desaparecido, olvidado y desconocido zebro ibérico.
En primer lugar, en apenas cien años, el término “cebra” había pasado a designar a un équido subsahariano, del que ni siquiera se sabía que había sido heredero del nombre del équido salvaje ibérico, extinto hacía setenta, suponiendo Covarrubias que la etimología sería quizás arábiga.
Pese a ello, en un alambicado giro, trata de derivar el nombre “cebra” del de “cerva”, porque le consta que es un dicho popular que se ha mantenido en el acervo lingüístico hispano, el que “a la mujer que es muy arisca y brava” se le decía en España que era “como una cebra”.
Como la gran mayoría de las gentes desconocían ya por completo la pretérita existencia del zebro, se empieza a pensar que la palabra ibérica “cebra”, “zebra” o “zebro”, que verían en multitud de documentos, fueros y ordenanzas algo antiguas, debía ser una deformación de “cierva” y “ciervo”, una antigua grafía de éstos.

Se entiende, no obstante, el por qué recibió el nombre del équido ibérico a manos de los portugueses: Especie de mula fecunda salvaje, burro de monte o asno salvaje, bestia parecida al caballo, velocísima, muy arisca y brava. No podemos obviar tampoco el concepto de indomable, siempre ligado al zebro.
Covarrubias, no obstante, dice que la cebra africana puede domarse con dificultad…Seguramente llamó la atención de los primeros exploradores, y se probó repetidamente su doma por si podía servir como animal de provecho ganadero, algo que no fructificó, y todos sabemos cuán mínima y anecdótica es y ha sido en todo caso esta circunstancia para dichos équidos africanos.

La mayoría de descripciones de la época para la cebra africana, durante los siglos XVI y XVII, parecen extraídas de dos fuentes originales, la ya vista de Duarte Lopes en Congo, copiadas de unos a otros (Pigafetta, Ortelio, Linschoten), y la del Padre Téllez en Abyssinia y Aethyopia, que muy probablemente se basó en la obra del Padre Manuel de Almeyda: Historia de la Ethiopía, escrita hacia 1630, y que fue la fuente primaria de la que beberían posteriormente Mr.Dapper, Jobo Ludolfo, La Croix…(1)

“No hay animal cuadrúpedo más bello en la Abyssinia que el que allí llaman zécora. Es como un mulo y tiene todo el cuerpo alternado de varios círculos con fajas blancas y negras; y colores tan vivos y proporcionados, que no los podría coordinar mejor un pincel. Es verdad que las orejas las tiene largas, por lo que a esta zéchora llaman los portugueses burro do mato, esto es, burro de bosque o asno montés (salvaje)”.

Con posterioridad, a partir del S.XVIII, se redactarían otras muchas descripciones basadas tanto en estos autores, como en otros orientales, como en la experiencia de los propios viajeros que poco a poco irían llegando a África.

"Zécora". Leutholf, 1681.

 Del extinto zebro quedó, pues, como vemos, además del pelaje, recuerdo de su ligereza o velocidad, así como del carácter bravío y arisco, al punto que también en Galicia, y según cuenta Sarmiento en el siglo XVIII, llamaban de este modo a ciertos bueyes ariscos:

“Supe este año de 1761 que en las caídas del Cebrero de Galicia, llaman hoy cebros  a los bueyes ariscos". (1)

Que sepamos a día de hoy, tras la extinción del zebro ibérico hacia 1540, sólo las Relaciones de Felipe II (1576-79) vuelven a tratar la pretérita existencia de este animal salvaje peninsular, hasta que en 1752, Fray Martín de Sarmiento le dedica una completísima obra, a modo de investigación, en forma de siete pliegos, bajo el título: “Disertación sobre el animal cebra. Nacido, criado, conocido y cazado antiguamente en España, donde ya no se encuentra”.
Más de doscientos años de ausencia y olvido pasan factura, pero en líneas generales se puede decir que es una obra estupenda, seguramente la más completa y valiosa para poder entender algo sobre el zebro ibérico, que recopila la mayor parte de información antigua y de la propia época del autor, y que por tanto, acierta en muchas de las cosas que hoy sabemos, pero también se equivoca claramente en otras.
La principal conclusión a la que llega Sarmiento, y también uno de los errores más clamorosos, a partir de un complicadísimo juego a modo de bola de billar a cuatro bandas, es que onagros, zebros ibéricos y cebras africanas, son un mismo animal. Y digo a cuatro bandas porque parte ya de la confusión de los autores de la Antigüedad al respecto del término onagro, que sobre todo, define o señala al asno salvaje africano, y por lo tanto, Sarmiento mezclará al menos cuatro identidades específicas en una sola (si tomamos las distintas especies de cebras africanas, serían aún más); asno salvaje africano, onagro o hemión asiático, cebras africanas y zebro ibérico.

“Pásase a la África, y allí se ve la zebra en Congo, y en Ethiopia, con el nombre de zécora, y citando varios autores, se prueba que zécora, zebra y onagro es un solo animal que antiguamente nacía, y se criaba en España”.

No obstante, intuía ya Sarmiento que no andaba del todo muy acertado en esto, y que algo se le escapaba, pero al fin que perseguía (del que hablaremos en otra ocasión), bien le valía la pena en cualquier caso:

“Dirá alguno, y confieso que será cuanto se pueda oponer(…)Aunque se suponga que en España hubo zebras, y que, en África, las hay hoy, acaso no será un mismo animal, sino en el nombre. Luego o no se deben traer, o aunque se traigan no serán fecundas (refiriéndose a “adaptables al medio salvaje de España”)…al menos se debían domar y traer para curiosidad y ostentación de la magnificencia real”.

Sarmiento dejará constancia de que el nombre “onagro”, se empleaba ya en el siglo anterior (S.XVII) para identificar al hemión asiático, aunque no fuera consciente de ello, muy probablemente entremezclado con el zebro ibérico por traducción o comparativa de los textos medievales, que echando mano de los clásicos, habían traducido a su vez así al zebro en lengua latina (“e onager dezimos nos en la nuestra lengua por asno montés o enzebro”) (1) y (4).

De hecho, Nebrija, en su vocabulario Español-Latino de 1495, y en revisiones posteriores de 1532 a 1560, había escrito ya lo siguiente (3):

“Zebra, animal conocido. Mula syria”.  “Mula syria. Por la zebra, animal bravo y fiero”.
Y Sarmiento, que cita a Nebrija, expone además la definición de zebra en el “Thesoro de las tres lenguas”,  de 1614 (1):

“Zebra, especie de mula salvaje que se cría en la Syria y es muy veloz”.

Litografía de un onagro (Equus hemionus).


Volveremos a tratar sobre el onagro en el próximo capítulo.

Como resumen general de esta entrada, podemos decir que, con total certeza, tras la extinción del zebro ibérico, el recuerdo del animal se fue apagando poco a poco con el paso del tiempo, dejando como herencia varias de sus cualidades en nombres de pelajes, así como dudas al respecto de a qué tipo de animal se refería su nombre, pasando desde concepciones lingüísticas que se basarán en la similitud “zebro-cervo”, algunas que lo confundirán con un tipo de bóvido por quedar relacionado el precio y corte de su cuero o piel con el de las vacas, y por ser denominados algunos bueyes ariscos como “cebros”, y sobre todo, generándose una gran confusión entre el nombre autóctono ibérico “zebro”, el nombre popular comparativo “asno montés”, la traducción medieval al latín “onager”, y el traspaso del término “zebro” para designar y conocer desde principios del siglo XV a los “redescubiertos” équidos subsaharianos, las cebras africanas, que serán las más beneficiadas de esta herencia onomástica, principalmente por ajustarse a la apariencia de una mula salvaje, fecunda, a la manera de asno montés o caballo (según unos u otros), salvaje, arisca, brava, veloz, ligera, e indomesticable.

Y así llegará el concepto de “zebro” prácticamente hasta el S.XXI, envuelto en la bruma de la confusión.













Crédito de imágenes:

Fotos 1, 3, 5 y 6, imágenes libres de derechos de Pixabay.

Fotos 4 y 9, imágenes libres de derechos de Wikimedia Commons.

Fotos 2, 7 y 8, imagenes de autores con una antigüedad superior a cien años, y por lo tanto libres de derechos.

2 comentarios:

  1. La entrada más interesante de la serie para mí Sylvanus, que llena el hueco tremendo entre las fuentes medievales y nosotros.

    Cada vez estoy más interesado por este animal... Gracias!

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    Respuestas
    1. Gracias a vosotros que seguís la serie, y os animáis a participar.

      Me alegra contagiar ese interés y pasión por nuestro extinto zebro, que aún tiene muchas sorpresas por contar y desvelar.
      Poco a poco intentaré ir plasmando todo cuanto he podido ir conociendo y asimilando durante muchos años, y especialmente, durante un intenso trabajo de investigación en estos últimos siete meses.

      ¡Saludos!.

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