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viernes, 13 de marzo de 2015

NEOLÍTICO.




Neolítico o Edad de Piedra Nueva (diferenciado así del Paleolítico) es el término empleado para definir un proceso o momento de estado cultural de la Humanidad que se caracteriza por el uso de una nueva técnica de piedra pulida asociada a la aparición de la agricultura y la ganadería.
No se corresponde con un espacio temporal concreto global, puesto que algunas poblaciones llegaron a este estadio en épocas prehistóricas mientras unas pocas ni siquiera lo han alcanzado en la actualidad.
Pero en términos históricos se entiende sobre todo como el momento en que el hombre es capaz de producir sus alimentos con independencia de la caza o la recolección (lo que conlleva a su vez un paulatino sedentarismo en detrimento del nomadismo), y suele estar asociado, o al menos así se ha intentado identificar siempre en el Viejo Mundo, con el cultivo de cereales, la domesticación de ovicápridos y la aparición del uso de la cerámica, generalizándose además los poblados permanentes que, con el tiempo, darán origen a las ciudades y las primeras civilizaciones.
Tomando esta tradicional visión como base, pretendo abordar la entrada de hoy, tratando de recomponer, muy por encima, lo que todavía es un puzle de piezas incompletas a la hora de plasmar un evento que, con toda probabilidad, nos retrotrae a más de diez mil años atrás, a un período que cambiaría, para bien y para mal, y para siempre, nuestra propia historia como especie.


Según mi punto de vista, para empezar a analizar las circunstancias o causas que propiciaron la aparición de la agricultura y la ganadería, o lo que es lo mismo, los efectos de la domesticación y producción de plantas y animales a gran escala para nuestro provecho, debemos remontarnos más atrás en el tiempo de lo habitualmente aceptado.
Vimos ya como poco a poco empieza a aceptarse por la comunidad científica un estado pre-agrícola/ganadero, una fase conocida como Mesolítico, en la que ya observamos claramente pautas como la selección de recursos de rendimiento aplazado, especialización, o abanico de amplio espectro en una determinada zona que propician el sedentarismo, o como mínimo, el seminomadismo, que podíamos ubicar no sólo a partir del Holoceno, hace 12.000 años, sino que muy probablemente hunde sus raíces, en algunas regiones, incluso en tiempos del tardiglaciar.
¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a los grandes cazadores-recolectores del Paleolítico a abandonar su tradicional modo de vida, adoptado durante miles y miles de años?.
Es más que posible que no estemos ante una causa única, sino que, como en tantos otros procesos, el fenómeno responda a una suma de factores muy diversos, pero no cabe duda alguna de que, entre ellos, los cambios más o menos drásticos y rápidos del clima, a nivel global y regional, debieron tener una gran relevancia en la cuestión tratada.

Viajamos pues veinte mil años atrás, al punto álgido del frío glacial, un tiempo en que la expansión de los hielos reducía Europa casi a la mitad de extensión actual, y dividida en dos, Occidente y Centro-Oriente.

 
Siguiendo una línea imaginaria y continua desde el sur de Irlanda a Galicia, y hasta los Alpes, encontrábamos la estepa fría, al sur de las masas de hielo, espacios que guardaban cierta similitud con la tundra y la taiga actuales.
Algo similar ocurría por Oriente, más allá de los Alpes, hasta perderse en los confines de Siberia y el Himalaya.
En las áreas meridionales, las penínsulas Ibérica, Itálica y Balcánica, combinaban esa estepa fría con otra de tipo sabinar conforme descendíamos en latitud y altitud, para conservar unos pequeños reductos del bosque caducifolio e incluso mediterráneo, en las zonas costeras más próximas al mar.
Zonas costeras bien distintas a las actuales, puesto que se encontraban unos cien kilómetros mar adentro respecto a las del presente, debido al descenso del nivel marino.
Conocemos hoy, a grandes rasgos, que dos grandes culturas ocupaban el espacio dividido de Europa, el Solutrense, al oeste, y el Gravetiense Oriental, al centro-este.
Pero ¿qué ocurría en aquellos momentos en el Norte de África y en Oriente Próximo?.

Decía el orientalista Paul Garelli que J.Dresch definió en su momento el Próximo Oriente como “un pedazo de África que se adentra, más allá del continente africano, como una cuña hundida en las cordilleras del Tauro al Zagros”.
Y, efectivamente, por similitud geográfica e historia, el Próximo Oriente y el noreste de África, bien podrían considerarse un gran espacio común, denominado frecuentemente como Creciente Fértil.

Creciente Fértil del Próximo Oriente.

Sin embargo, todavía a día de hoy es poco lo que sabemos con certeza acerca de este gran territorio para las fechas comprendidas entre el Pleistoceno Tardío e inicios del Holoceno.
A grandes rasgos, se piensa que el norte de África y el Próximo Oriente, siempre con particularidades regionales, atravesaban una fase de marcado carácter estepario durante los milenios que van desde el máximo glacial hasta el momento del cambio al Holoceno.

La estepa, principal ecosistema a finales del Pleistoceno.

Un claro predominio de las artemisas, con clima continental más duro hacia Oriente, pero que tuvo también alguna variación, cerca de las costas mediterráneas, de clima más suave, que ya permitiría cierta expansión de los cereales y la conservación relicta de especies arbóreas.
El estudio de la fauna nos presenta a este territorio como una encrucijada, una zona de conexión entre las especies típicamente euroasiáticas y africanas.
Esta asociación faunística no ofrece muestras claras de gran extinción por especies llegado el Holoceno, pero sí un aumento o disminución, una expansión o desaparición de las mismas dependiendo de zonas.
En el Norte de África, y siempre dependiendo de zonas, encontramos alcélafos, équidos, muflones de Berbería, gacelas,  rinocerontes, puercoespines, hipopótamos, avestruces, búfalos, ñus, jirafas, elefantes, chacales, leones, leopardos, hienas, guepardos y caracales, junto a especies como jabalíes, ciervos, liebres, conejos, osos pardos, lobos, uros…
No muy distinta debió de ser la fauna del Próximo Oriente por aquellas fechas, acompañada en las estribaciones de los Zagros y el Tauros por otras especies más atribuibles al ámbito euroasiático.
En definitiva, se daban unas peculiares condiciones, acaso sin representación de biotopos actuales, en las que estas asociaciones inusuales de fauna podían coexistir.

Sin embargo, y ya a finales del máximo glacial e inicios del tardiglacial, las condiciones ambientales van a sufrir un cambio considerable en esta zona del Creciente Fértil, iniciando un proceso de aridez hacia la desertificación, que empezará a ser muy marcado hacia el 9.000 B.P., lo que sin duda afectaría a los ecositemas y especies que en ellos habitaban.
Desde fechas tempranas encontramos, fuera de los tradicionales focos de aparición temprana de la agricultura o del inicio de la especialización y amplio espectro, asentamientos de comunidades humanas, como por ejemplo el Valle del Nilo, que muestran una gran representación en la explotación de plantas, aves o pescado, con un notable patrón sedentario, véase el yacimiento de Wadi Kubanniya, datado hace 17.000 años en el Alto Egipto.

Valle del Nilo.

Es posible que las duras condiciones del entorno empujaran a estas poblaciones a concentrarse en áreas próximas al cauce del Nilo, donde podían explotar esos abundantes recursos.
Hacia el 15.000 antes del presente, aparecen las culturas Kebariense y Zarziense, en Siria-Palestina y Zagros, respectivamente, que, de la misma forma, ofrecen material relacionado con el procesado de vegetales o inciden una especialización casi total en el consumo de ovicápridos.
Estas sociedades marchan definitivamente hacia la adopción de los sistemas productivos basados en la agricultura y la ganadería, prolongando su cultura en fase posterior conocida como Natufiense, que se extendió desde el Éufrates hasta Egipto.
A grandes rasgos la especialización a gran escala, centrada en el consumo y tratamiento de determinadas especies propicias, vegetales o animales, véase cereales, leguminosas, lináceas, ovejas, cabras y bóvidos, irá cambiando el modelo de asentamiento hacia el sedentarismo en aldeas, donde la jerarquización va a encontrar su progresión definitiva. Si antes había un clan familiar comandado por un representante, ahora aparecerán poblados organizados bajo jefaturas que evolucionan hacia el cacicazgo, donde el personaje principal acumula autoridad y poder organizativo y coercitivo para modificar las relaciones igualitarias en el seno de la comunidad.

La cabra presenta sus primeras muestras de domesticación hace más de diez mil años, en el Zagros y el Taurus.

Empezará pues a tomar fuerza la distinción social, no sólo representada en la acumulación de riquezas por parte de una élite, sino en la misma composición social del poblado, donde los excedentes permitirán la dedicación a tiempo completo de ciertas tareas especializadas anteriormente inexistentes.
Estos modelos de asentamiento transformarán las condiciones de hábitat hasta entonces conocidas, asumiendo desde una primera fase nuevos elementos como las murallas defensivas o las edificaciones comunitarias tipo almacén o torre, como las que podemos observar ya en Jericó, hace 11.000 años, y que sentarán las bases de la futura aparición de las primeras grandes civilizaciones.
El cambio al Holoceno, hace ahora unos 11.500 años, favorecerá una primera fase húmeda que permitirá la expansión de los cereales hacia zonas interiores, donde se irá asentando el ecosistema mixto de bosque-estepa, antes de que, con el paso de los milenios, las distintas bioregiones adopten su composición definitiva actual, con predominio del desierto, al sur, la estepa árida, al norte, y los bosques, en las grandes cordilleras.
Entraremos así de lleno en la fase conocida como agrícola-ganadera, o Neolítico, cuyo primer y máximo representante será el conocido como Creciente Fértil, centrado en tres áreas, Siria-Palestina, Anatolia-Tauros, y Zagros-Irán Occidental,  donde veremos nacer definitivamente los elementos clásicos de la domesticación; cereales como el trigo, la cebada y la avena, legumbres como el guisante o la lenteja, y animales como la oveja y la cabra, que poco a poco irán incorporando nuevos componentes y mostrarán toda una nueva cultura tecnológica acorde con las nuevas actividades, como la cerámica, morteros, hoces con dientes de sílex, hachas, palos cavadores, etc…

Vasijas, jarras, morteros, moledores, hoces y hachas, utensilios característicos del Neolítico.
 
El aumento de la producción y la acumulación de excedentes para períodos de carestía conllevarán el paulatino aumento de la población, de la artesanía, de los oficios, de los elementos religiosos, las castas, pero también la destrucción del medio circundante y los conflictos por el dominio del territorio.
Esta intensificación de la actividad humana modificará para siempre los ecosistemas, propiciando la extinción prolongada en el tiempo de especies, alterando el hábitat, cazando hasta la total desaparición y cortando las rutas de expansión natural de las comunidades faunísticas.
Y es que en estas fases, y como práctica que se extenderá con algunas variantes prácticamente hasta hace sólo unas centurias, la principal forma de sortear la sobrepoblación y el agotamiento de los recursos domésticos será la expansión de la agricultura y ganadería extensiva, mediante la tala y quema de bosques, para el cultivo o los pastos, en nuevas áreas salvajes.
Poca incidencia, aunque documentada, tendrá la alternancia de cultivos o el barbecho.

Campo de trigo en Israel.

Pero al fenómeno de la neolitización primigenia le quedan, sin embargo, numerosos interrogantes por resolver. Excepciones que poco a poco incomodan a la hora de escribir una Protohistoria lineal bien definida y secuenciada.
Por ejemplo, no debemos dejar de lado los posibles efectos del cambio climático al Holoceno, todavía muy desconocidos en estas áreas.
Recordemos que hasta finales del Pleistoceno, el Mar Rojo era poco más que un canal de agua que apenas separaba África de la península Arábiga. De igual forma, no será hasta bien entrado el Holoceno cuando de forma definitiva, Europa y Asia Menor, queden desconectadas por el Bósforo, estrecho que llenará los grandes lagos de agua dulce del Mar Muerto con las aguas del Mediterráneo, hace unos 7.500 años.
La humedad imperante en el Sahara hasta el 9.000-7000 antes del presente, es otro factor ambiental a tener en cuenta.
Se dice que el Sahara es hoy tan seco como lo fue hace 13.000 años, pese a que la fauna que se ha encontrado en algunos yacimientos durante el Pleistoceno Final no apoya demasiado esta teoría.Seguramente se produjeron fases de alternancia bastante acusada durante el tardiglaciar.

Estructuras megalíticas  de Playa Nabta.
Queda, pues, la gran incógnita de un enorme territorio tragado por las arenas del desierto que fue muy distinto hace entre 12.000 y 9.000 años B.P., tanto, que en esas fechas encontramos yacimientos como Playa Nabta, en el Alto-Egipto-Nubia, que muestran un clima mucho más húmedo donde las comunidades pastoriles o conductoras de ganado se asentaron con sus reses creando lugares de culto como el hallado en su Cromlech, y enterramientos con bóvidos en fecha muy tempranas.



 
Aspecto del Sahara hace diez mil años (izqda.) y en la actualidad (dcha.).

De la misma forma, seguimos con la incertidumbre de la datación de pinturas rupestres en fases tempranas a lo largo y ancho del Sahara, como Tassili n’Ajer, donde no es posible determinar con exactitud la cronología de presencia de los grandes mamíferos salvajes representados, ni de las primeras fases pastoriles con humanos que dirigen rebaños, con evidentes paralelismos con el arte levantino de la Península Ibérica.
Así, el uso de la cerámica, tan ligado desde siempre al fenómeno neolítico, tiene sus primeras apariciones durante el Mesolítico norteafricano, en el Sahara, hace ahora entre 12/10.000 años, incluso bastante antes en China, con dataciones anteriores o similares a las primeras cerámicas del Próximo Oriente.
El seguimiento y control de las manadas en esta zona norteafricana, a modo de economía pre-pastoril, parece presentarse en las mismas fechas, siendo muy similares a las del Mesolítico en Palestina.
A través de las pinturas rupestres y los restos arqueológicos, sabemos de la existencia del uro (antepasado de toros, vacas y bueyes) y sus descendientes domésticos en el norte de África, especies todas ellas que soportan mal los climas desérticos, y que aparecen con hombres que los pastorean hace miles de años en un territorio que hoy no es sino puro desierto. 
En lo referente a la agricultura cabe suponer otro tanto, ya que se han documentado proto-cultivos en Europa Occidental y norte de África que pueden remontarse a 11.000 años antes del presente, y se sabe que el cultivo del sorgo y el arroz africano, o al menos su provecho a modo de proto-cultivo, ofrecen dataciones incluso más antiguas que el trigo duro de Mesopotamia y Próximo Oriente. 

Sorgo africano.

Y qué decir de otros centros de neolitización… 
En el sudeste asiático y en China encontramos ya definidas estas prácticas, como focos independientes y sin aparente conexión, hace 9.500 años, y más allá, en el por esas fechas inconexo continente americano, conocemos dataciones de cultivos no extensivos de herbáceas, judías, patatas, fríjoles, calabazas o tubérculos de oca, hace 10.500 años en Chilca, Ayacucho o Yungay, en fechas que coinciden en el tiempo con el Natufiense de tipo mesolítico en Palestina.
No es que pretenda negar la bien documentada y muy conocida importancia primordial del surgimiento y consolidación de la agricultura y la ganadería en Próximo Oriente, ni mucho menos, pero sí pienso que sería interesante replantear seriamente el modelo difusionista como centro primigenio basado en la combinación cereales-ovicápridos-cerámica, que deja profundas lagunas en otros territorios igualmente destacables.

Gobekli Tepe.
Lo que en definitiva hace replantearse seriamente la cuestión de la evolución cultural y tecnológica humana, es su escala planetaria, y siempre partiendo de un momento muy determinado que toma como base el cambio al nuevo período Holoceno. Como si una “perfecta maquinaria” cerebral del hombre se hubiera puesto de acuerdo para, a partir de entonces, y no con anterioridad, empezar a “inventar” o ingeniar nuevas tecnologías casi idénticas en territorios muy distantes e inconexos, elementos comunes que resultan, objetivamente, muy difíciles de interpretar como una repentina explosión psíquico-genética de especie, que comenzará a desarrollar temáticas y artefactos como arcos, flechas, grabados rupestres en forma de círculos concéntricos, espirales, construcciones ciclópeas, megalitismo, cultos y tradiciones mitológicas, en cualquier rincón del planeta Tierra.


La misma concepción del megalitismo, o construcciones ciclópeas ligadas a las prácticas agrícolas avanzadas, desde antaño, queda en evidencia tras el reciente descubrimiento del complejo Gobekli Tepe, en Turquía, datado en 12.000-11.000 años, pero ese, será tema para tratar en una próxima entrada.

Parece que cuesta mucho reescribir la Historia, o al menos, aceptar que en sus fases más tempranas seguimos desconociendo gran parte de ella.









Crédito de imágenes:

Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimeda Commons.
Foto 2: Miguel Llabata.
Foto 3: Miguel Llabata.
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