Neolítico
o Edad de Piedra Nueva (diferenciado así del Paleolítico) es el término
empleado para definir un proceso o momento de estado cultural de la Humanidad
que se caracteriza por el uso de una nueva técnica de piedra pulida asociada a
la aparición de la agricultura y la ganadería.
No
se corresponde con un espacio temporal concreto global, puesto que algunas
poblaciones llegaron a este estadio en épocas prehistóricas mientras unas pocas
ni siquiera lo han alcanzado en la actualidad.
Pero
en términos históricos se entiende sobre todo como el momento en que el hombre
es capaz de producir sus alimentos con independencia de la caza o la
recolección (lo que conlleva a su vez un paulatino sedentarismo en detrimento
del nomadismo), y suele estar asociado, o al menos así se ha intentado
identificar siempre en el Viejo Mundo, con el cultivo de cereales, la
domesticación de ovicápridos y la aparición del uso de la cerámica,
generalizándose además los poblados permanentes que, con el tiempo, darán
origen a las ciudades y las primeras civilizaciones.
Tomando
esta tradicional visión como base, pretendo abordar la entrada de hoy, tratando
de recomponer, muy por encima, lo que todavía es un puzle de piezas incompletas
a la hora de plasmar un evento que, con toda probabilidad, nos retrotrae a más
de diez mil años atrás, a un período que cambiaría, para bien y para mal, y
para siempre, nuestra propia historia como especie.
Según mi punto de vista, para empezar a analizar las circunstancias o causas que propiciaron la
aparición de la agricultura y la ganadería, o lo que es lo mismo, los efectos
de la domesticación y producción de plantas y animales a gran escala para
nuestro provecho, debemos remontarnos más atrás en el tiempo de lo
habitualmente aceptado.
Vimos
ya como poco a poco empieza a aceptarse por la comunidad científica un estado
pre-agrícola/ganadero, una fase conocida como Mesolítico, en la que ya
observamos claramente pautas como la selección de recursos de rendimiento
aplazado, especialización, o abanico de amplio espectro en una determinada zona
que propician el sedentarismo, o como mínimo, el seminomadismo, que podíamos
ubicar no sólo a partir del Holoceno, hace 12.000 años, sino que muy
probablemente hunde sus raíces, en algunas regiones, incluso en tiempos del
tardiglaciar.
¿Cuáles
fueron los motivos que llevaron a los grandes cazadores-recolectores del
Paleolítico a abandonar su tradicional modo de vida, adoptado durante miles y
miles de años?.
Es
más que posible que no estemos ante una causa única, sino que, como en tantos
otros procesos, el fenómeno responda a una suma de factores muy diversos, pero
no cabe duda alguna de que, entre ellos, los cambios más o menos drásticos y
rápidos del clima, a nivel global y regional, debieron tener una gran
relevancia en la cuestión tratada.
Viajamos
pues veinte mil años atrás, al punto álgido del frío glacial, un tiempo en que
la expansión de los hielos reducía Europa casi a la mitad de extensión actual,
y dividida en dos, Occidente y Centro-Oriente.
Siguiendo
una línea imaginaria y continua desde el sur de Irlanda a Galicia, y hasta los
Alpes, encontrábamos la estepa fría, al sur de las masas de hielo, espacios que
guardaban cierta similitud con la tundra y la taiga actuales.
Algo
similar ocurría por Oriente, más allá de los Alpes, hasta perderse en los
confines de Siberia y el Himalaya.
En
las áreas meridionales, las penínsulas Ibérica, Itálica y Balcánica, combinaban
esa estepa fría con otra de tipo sabinar conforme descendíamos en latitud y
altitud, para conservar unos pequeños reductos del bosque caducifolio e incluso
mediterráneo, en las zonas costeras más próximas al mar.
Zonas
costeras bien distintas a las actuales, puesto que se encontraban unos cien
kilómetros mar adentro respecto a las del presente, debido al descenso del nivel
marino.
Conocemos
hoy, a grandes rasgos, que dos grandes culturas ocupaban el espacio dividido de
Europa, el Solutrense, al oeste, y el Gravetiense Oriental, al centro-este.
Pero
¿qué ocurría en aquellos momentos en el Norte de África y en Oriente Próximo?.
Decía
el orientalista Paul Garelli que J.Dresch definió en su momento el Próximo
Oriente como “un pedazo de África que se adentra, más allá del continente
africano, como una cuña hundida en las cordilleras del Tauro al Zagros”.
Y,
efectivamente, por similitud geográfica e historia, el Próximo Oriente y el
noreste de África, bien podrían considerarse un gran espacio común, denominado frecuentemente como Creciente Fértil.
Creciente Fértil del Próximo Oriente. |
Sin
embargo, todavía a día de hoy es poco lo que sabemos con certeza acerca de este
gran territorio para las fechas comprendidas entre el Pleistoceno Tardío e
inicios del Holoceno.
A
grandes rasgos, se piensa que el norte de África y el Próximo Oriente, siempre
con particularidades regionales, atravesaban una fase de marcado carácter
estepario durante los milenios que van desde el máximo glacial hasta el momento
del cambio al Holoceno.
La estepa, principal ecosistema a finales del Pleistoceno. |
Un
claro predominio de las artemisas, con clima continental más duro hacia Oriente, pero que tuvo también alguna variación, cerca de las costas mediterráneas,
de clima más suave, que ya permitiría cierta expansión de los cereales y la
conservación relicta de especies arbóreas.
El
estudio de la fauna nos presenta a este territorio como una encrucijada, una
zona de conexión entre las especies típicamente euroasiáticas y
africanas.
Esta
asociación faunística no ofrece muestras claras de gran extinción por especies
llegado el Holoceno, pero sí un aumento o disminución, una expansión o
desaparición de las mismas dependiendo de zonas.
En
el Norte de África, y siempre dependiendo de zonas, encontramos alcélafos, équidos, muflones de Berbería,
gacelas, rinocerontes, puercoespines,
hipopótamos, avestruces, búfalos, ñus, jirafas, elefantes, chacales, leones,
leopardos, hienas, guepardos y caracales, junto a especies como jabalíes,
ciervos, liebres, conejos, osos pardos, lobos, uros…
No
muy distinta debió de ser la fauna del Próximo Oriente por aquellas fechas,
acompañada en las estribaciones de los Zagros y el Tauros por otras especies
más atribuibles al ámbito euroasiático.
En
definitiva, se daban unas peculiares condiciones, acaso sin representación de
biotopos actuales, en las que estas asociaciones inusuales de fauna podían
coexistir.
Sin embargo,
y ya a finales del máximo glacial e inicios del tardiglacial, las condiciones ambientales van a sufrir un cambio considerable en esta zona del Creciente Fértil, iniciando un proceso de aridez hacia la desertificación, que empezará a ser muy marcado hacia el 9.000 B.P., lo que sin duda afectaría a los ecositemas y especies que en ellos habitaban.
Desde fechas tempranas encontramos, fuera
de los tradicionales focos de aparición temprana de la agricultura o del inicio de la
especialización y amplio espectro, asentamientos de comunidades humanas, como
por ejemplo el Valle del Nilo, que muestran una gran representación en la
explotación de plantas, aves o pescado, con un notable patrón sedentario, véase
el yacimiento de Wadi Kubanniya, datado hace 17.000 años en el Alto Egipto.
Valle del Nilo. |
Es
posible que las duras condiciones del entorno empujaran a estas poblaciones a
concentrarse en áreas próximas al cauce del Nilo, donde podían explotar esos
abundantes recursos.
Hacia
el 15.000 antes del presente, aparecen las culturas Kebariense y Zarziense, en
Siria-Palestina y Zagros, respectivamente, que, de la misma forma, ofrecen
material relacionado con el procesado de vegetales o inciden una
especialización casi total en el consumo de ovicápridos.
Estas
sociedades marchan definitivamente hacia la adopción de los sistemas
productivos basados en la agricultura y la ganadería, prolongando su cultura en
fase posterior conocida como Natufiense, que se extendió desde el Éufrates
hasta Egipto.
A
grandes rasgos la especialización a gran escala, centrada en el consumo y
tratamiento de determinadas especies propicias, vegetales o animales, véase cereales,
leguminosas, lináceas, ovejas, cabras y bóvidos, irá cambiando el modelo de
asentamiento hacia el sedentarismo en aldeas, donde la jerarquización va a
encontrar su progresión definitiva. Si antes había un clan familiar comandado
por un representante, ahora aparecerán poblados organizados bajo jefaturas que
evolucionan hacia el cacicazgo, donde el personaje principal acumula autoridad
y poder organizativo y coercitivo para modificar las relaciones igualitarias en
el seno de la comunidad.
La cabra presenta sus primeras muestras de domesticación hace más de diez mil años, en el Zagros y el Taurus. |
Empezará
pues a tomar fuerza la distinción social, no sólo representada en la
acumulación de riquezas por parte de una élite, sino en la misma composición social
del poblado, donde los excedentes permitirán la dedicación a tiempo completo de
ciertas tareas especializadas anteriormente inexistentes.
Estos
modelos de asentamiento transformarán las condiciones de hábitat hasta entonces
conocidas, asumiendo desde una primera fase nuevos elementos como las murallas
defensivas o las edificaciones comunitarias tipo almacén o torre, como las que
podemos observar ya en Jericó, hace 11.000 años, y que sentarán las bases de la
futura aparición de las primeras grandes civilizaciones.
El
cambio al Holoceno, hace ahora unos 11.500 años, favorecerá una primera fase
húmeda que permitirá la expansión de los cereales hacia zonas interiores, donde
se irá asentando el ecosistema mixto de bosque-estepa, antes de que, con el
paso de los milenios, las distintas bioregiones adopten su composición
definitiva actual, con predominio del desierto, al sur, la estepa árida, al
norte, y los bosques, en las grandes cordilleras.
Entraremos
así de lleno en la fase conocida como agrícola-ganadera, o Neolítico, cuyo
primer y máximo representante será el conocido como Creciente Fértil, centrado
en tres áreas, Siria-Palestina, Anatolia-Tauros, y Zagros-Irán Occidental, donde veremos nacer definitivamente los
elementos clásicos de la domesticación; cereales como el trigo, la cebada y la
avena, legumbres como el guisante o la lenteja, y animales como la oveja y la
cabra, que poco a poco irán incorporando nuevos componentes y mostrarán toda
una nueva cultura tecnológica acorde con las nuevas actividades, como la
cerámica, morteros, hoces con dientes de sílex, hachas, palos cavadores, etc…
Vasijas, jarras, morteros, moledores, hoces y hachas, utensilios característicos del Neolítico. |
El
aumento de la producción y la acumulación de excedentes para períodos de
carestía conllevarán el paulatino aumento de la población, de la artesanía, de
los oficios, de los elementos religiosos, las castas, pero también la destrucción
del medio circundante y los conflictos por el dominio del territorio.
Esta
intensificación de la actividad humana modificará para siempre los ecosistemas,
propiciando la extinción prolongada en el tiempo de especies, alterando el
hábitat, cazando hasta la total desaparición y cortando las rutas de expansión
natural de las comunidades faunísticas.
Y
es que en estas fases, y como práctica que se extenderá con algunas variantes
prácticamente hasta hace sólo unas centurias, la principal forma de sortear la
sobrepoblación y el agotamiento de los recursos domésticos será la expansión de
la agricultura y ganadería extensiva, mediante la tala y quema de bosques, para
el cultivo o los pastos, en nuevas áreas salvajes.
Poca
incidencia, aunque documentada, tendrá la alternancia de cultivos o el
barbecho.
Campo de trigo en Israel. |
Pero
al fenómeno de la neolitización primigenia le quedan, sin embargo, numerosos
interrogantes por resolver. Excepciones que poco a poco incomodan a la hora de
escribir una Protohistoria lineal bien definida y secuenciada.
Por
ejemplo, no debemos dejar de lado los posibles efectos del cambio climático al
Holoceno, todavía muy desconocidos en estas áreas.
Recordemos
que hasta finales del Pleistoceno, el Mar Rojo era poco más que un canal de
agua que apenas separaba África de la península Arábiga. De igual forma, no
será hasta bien entrado el Holoceno cuando de forma definitiva, Europa y Asia
Menor, queden desconectadas por el Bósforo, estrecho que llenará los grandes
lagos de agua dulce del Mar Muerto con las aguas del Mediterráneo, hace unos
7.500 años.
La
humedad imperante en el Sahara hasta el 9.000-7000 antes del presente, es otro
factor ambiental a tener en cuenta.
Se
dice que el Sahara es hoy tan seco como lo fue hace 13.000 años, pese a que la fauna
que se ha encontrado en algunos yacimientos durante el Pleistoceno Final no
apoya demasiado esta teoría.Seguramente se produjeron fases de alternancia bastante acusada durante el tardiglaciar.
Estructuras megalíticas de Playa Nabta. |
Queda, pues, la gran incógnita de un enorme
territorio tragado por las arenas del desierto que fue muy distinto hace entre 12.000 y 9.000
años B.P., tanto, que en esas fechas encontramos yacimientos como Playa Nabta,
en el Alto-Egipto-Nubia, que muestran un clima mucho más húmedo donde las
comunidades pastoriles o conductoras de ganado se asentaron con sus reses
creando lugares de culto como el hallado en su Cromlech, y enterramientos con
bóvidos en fecha muy tempranas.
De
la misma forma, seguimos con la incertidumbre de la datación de pinturas
rupestres en fases tempranas a lo largo y ancho del Sahara, como Tassili
n’Ajer, donde no es posible determinar con exactitud la cronología de presencia
de los grandes mamíferos salvajes representados, ni de las primeras fases
pastoriles con humanos que dirigen rebaños, con evidentes paralelismos con el
arte levantino de la Península Ibérica.
Así,
el uso de la cerámica, tan ligado desde siempre al fenómeno neolítico, tiene
sus primeras apariciones durante el Mesolítico norteafricano, en el Sahara,
hace ahora entre 12/10.000 años, incluso bastante antes en China, con
dataciones anteriores o similares a las primeras cerámicas del Próximo Oriente.
El
seguimiento y control de las manadas en esta zona norteafricana, a modo de
economía pre-pastoril, parece presentarse en las mismas fechas, siendo muy
similares a las del Mesolítico en Palestina.
A
través de las pinturas rupestres y los restos arqueológicos, sabemos de la
existencia del uro (antepasado de toros, vacas y bueyes) y sus descendientes
domésticos en el norte de África, especies todas ellas que soportan mal los
climas desérticos, y que aparecen con hombres que los pastorean hace miles de
años en un territorio que hoy no es sino puro desierto.
En
lo referente a la agricultura cabe suponer otro tanto, ya que se han
documentado proto-cultivos en Europa Occidental y norte de África que pueden
remontarse a 11.000 años antes del presente, y se sabe que el cultivo del sorgo
y el arroz africano, o al menos su provecho a modo de proto-cultivo, ofrecen
dataciones incluso más antiguas que el trigo duro de Mesopotamia y Próximo
Oriente.
Sorgo africano. |
Y
qué decir de otros centros de neolitización…
En
el sudeste asiático y en China encontramos ya definidas estas prácticas, como
focos independientes y sin aparente conexión, hace 9.500 años, y más allá, en
el por esas fechas inconexo continente americano, conocemos dataciones de
cultivos no extensivos de herbáceas, judías, patatas, fríjoles, calabazas o
tubérculos de oca, hace 10.500 años en Chilca, Ayacucho o Yungay, en fechas que
coinciden en el tiempo con el Natufiense de tipo mesolítico en Palestina.
No
es que pretenda negar la bien documentada y muy conocida importancia primordial
del surgimiento y consolidación de la agricultura y la ganadería en Próximo
Oriente, ni mucho menos, pero sí pienso que sería interesante replantear
seriamente el modelo difusionista como centro primigenio basado en la
combinación cereales-ovicápridos-cerámica, que deja profundas lagunas en otros
territorios igualmente destacables.
Gobekli Tepe. |
Lo
que en definitiva hace replantearse seriamente la cuestión de la evolución
cultural y tecnológica humana, es su escala planetaria, y siempre partiendo de
un momento muy determinado que toma como base el cambio al nuevo período
Holoceno. Como si una “perfecta maquinaria” cerebral del hombre se hubiera
puesto de acuerdo para, a partir de entonces, y no con anterioridad, empezar a
“inventar” o ingeniar nuevas tecnologías casi idénticas en territorios muy
distantes e inconexos, elementos comunes que resultan, objetivamente, muy
difíciles de interpretar como una repentina explosión psíquico-genética de
especie, que comenzará a desarrollar temáticas y artefactos como arcos,
flechas, grabados rupestres en forma de círculos concéntricos, espirales,
construcciones ciclópeas, megalitismo, cultos y tradiciones mitológicas, en
cualquier rincón del planeta Tierra.
La
misma concepción del megalitismo, o construcciones ciclópeas ligadas a las
prácticas agrícolas avanzadas, desde antaño, queda en evidencia tras el reciente
descubrimiento del complejo Gobekli Tepe, en Turquía, datado en 12.000-11.000
años, pero ese, será tema para tratar en una próxima entrada.
Parece
que cuesta mucho reescribir la Historia, o al menos, aceptar que en sus fases
más tempranas seguimos desconociendo gran parte de ella.
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