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miércoles, 4 de marzo de 2015

MAGDALENIENSE: EL TARDIGLACIAR.




Hace 18.000 años el clima glacial comenzó a cambiar de forma lenta, pero progresiva.
Superada la fase de mayor frío conocida en el planeta para los últimos ciento ochenta mil años, el calentamiento de La Tierra fue aumentando durante el transcurso de los milenios siguientes, favoreciendo el retroceso de las masas de hielo que habían ocupado extensas zonas de continentes como Europa.
No fue éste, por tanto, un fenómeno abrupto, ni mucho menos, sino el resultado de varios miles de años que, poco a poco, iban permitiendo el asentamiento de climas algo más húmedos, aunque todavía muy frescos, que propiciaban la expansión del bosque, al menos en nuestra península.
Los descendientes cromañones de aquellos solutrenses acantonados en la Europa Occidental durante el máximo glacial, fueron expandiendo gradualmente sus poblaciones por el continente, aprovechando los nuevos pasos generados por el deshielo.
Esta adaptación de la base poblacional europea a la nueva situación, tuvo como consecuencia la aparición del tecnocomplejo Magdaleniense, datado entre 17.000 y 12.000 B.P., que toma su nombre del yacimiento francés de La Madeleine, y que estuvo caracterizado sobre todo por lo que parece ser un notable aumento poblacional que ha llevado a algunos autores a considerar esta cultura como la “primera civilización” europea, por extenderse más allá de su núcleo original en el suroeste francés para desarrollarse desde la costa atlántica portuguesa hasta las tierras interiores de la República Checa.


Los yacimientos magdalenienses son especialmente abundantes en el ámbito franco-cantábrico, donde destacan Las Caldas, Altamira, El Castillo, Ekain, o Duruthy, pero aparecen también muy bien representados por el resto de la Península Ibérica y ciertas zonas de Francia, véanse los yacimientos de Vale Boi, Cardina o Foz de Coa (Portugal), la fachada mediterránea peninsular (Nerja, El Parpalló) y sobre todo los del Pirineo, donde encontramos importantísimos enclaves como Espélugues y Niaux.
Alcanzó esta cultura por el norte hasta Bélgica, y llegó a Alemania, Suiza y más allá de la República Checa por el este, donde contactaría con los pueblos de las estepas, lo que muestra un esbozo de su gran ámbito territorial.
Incluso las viejas tesis africanistas, que se dejaron de lado durante el último cuarto del siglo pasado, vuelven hoy a tomarse en consideración por muchos autores, y se habla de nuevo del Iberomaurisiense norteafricano como una cultura exportada al Magreb por parte de cromañones ibéricos, hace unos 12.000 años.

Pintura rupestre de bisonte en la Cueva de Altamira (Cantabria-España).

Quizá fueran las condiciones ambientales cambiantes las que obligaran a los magdalenienses a aprovechar un mayor espectro alimenticio que el hasta entonces abarcado, pero de alguna forma, esta nueva economía de subsistencia jugo a favor del aumento poblacional y el semi-sedentarismo llevándoles a ocupar durante un tiempo más prolongado determinados territorios bastante delimitados en los que, según estaciones, podían conseguir el alimento y la materia prima necesaria que fue objeto de trueque, comercio y acuerdos entre distintos poblados.
En esos territorios habitaron los magdalenienses las partes más próximas a las entradas de las cuevas, aunque existen claros indicios de construcciones al aire libre, mientras que las zonas más profundas de las cavernas fueron destinadas al arte parietal, seguramente con significado mágico-educativo encaminado a ritos y prácticas iniciáticas que hoy desconocemos con exactitud.
Como ya he mencionado, gracias a los restos arqueológicos de determinados materiales, se sabe también que en esta época se produjeron intensos contactos comerciales entre clanes alejados, que seguramente llegaban a acuerdos para le explotación conjunta de territorios en determinadas épocas del año, a través de colaboración en cacerías.

Estructura habitacional al aire libre.


Ciervos (Cervus elaphus).
Con el paso de los milenios los grandes mamíferos de la Edad del Hielo comenzaron su retirada hacia latitudes más norteñas, que conservaban su hábitat potencial, lo que obligó en buena medida a los magdalenienses a fijarse en especies que, ya desde estos tiempos y hasta bien entrado el Holoceno, constituirían la base de la caza a través de una especialización que sobre todo, y por lo que respecta a nuestra península, se centrará en la cabra montés y el ciervo.



Arpones magdalenienses.
Sin embargo aumentará de forma muy significativa el consumo de recursos marinos y también de origen vegetal, y esto se verá traducido en un despliegue tecnológico de la industria ósea que tendrá como elemento más representativo del Magdaleniense al arpón, en sus distintas modalidades.
Se ha llegado a sugerir que, continuando y mejorando la capacidad de navegación de sus antecesores solutrenses, los magdalenienses dominarían ciertas técnicas que les permitirían hacerse a la mar con embarcaciones desde las que practicarían la caza de focas y cetáceos.
Cada vez más aceptada parece también la invención del arco y las flechas durante este período, aunque todavía se toma como momento consolidado de su uso el Mesolítico, alcanzado ya el Holoceno.  

Lo que sí sabemos es que el perro acompañaba entonces al hombre en sus cacerías, y que los magdalenienses comenzaron a seguir y controlar de forma más sistemática a las manadas de animales gregarios, entre los cuales estaban aquellos que tenían potencial de domesticación.
De hecho, hablé ya en anteriores post sobre la posibilidad de un temprano proceso de “domesticación” o selección con los caballos durante el Paleolítico, mencionando las conclusiones extraídas a partir del estudio de los yacimientos de La Quina y Le Placard.
Especialmente significativo fue el auge de las manifestaciones artísticas, tanto de arte parietal como en arte mueble, sobre todo los objetos ornamentales tallados en asta, hueso o marfil, así como el uso de conchas marinas en collares.
Enterraron los magdaleniense a sus muertos con ajuares, y en algunas ocasiones en túmulos, lo que casi con total seguridad constituyese ya una muestra primigenia del fenómeno megalítico, que pudo haberse dado también en la delimitación de esos territorios cada vez frecuentados en períodos temporales más amplios, seguramente a través de señalizaciones con piedras de tamaño considerable que advirtieran a los numerosos pobladores ajenos a la zona ocupada.

Objetos ornamentales con conchas marinas.


Esto resulta más fácil de entender si caemos en la cuenta de que el fenómeno del Megalitismo, tal como hoy lo concebimos, se producirá muchos milenios más tarde, y no sólo en el Viejo Mundo, sino también en América, por lo que parece razonable suponer que este tipo de prácticas, más o menos evolucionadas, llegaran al Nuevo Continente en aquel período en que aún quedaba conectado con Eurasia a través de Beringia.
Y es que esta cultura magdaleniense, en sí, bien puede tomarse, con todas las cautelas y condicionantes de significado, como la gran primera civilización planetaria.
Piensen que no sólo el Megalitismo, sino la domesticación, el arco y la flecha, las pinturas rupestres casi idénticas (manos impresas, espirales) y hasta ciertos grabados geométricos, aparecieron como elementos culturales en ambos mundos, que quedarán desconectados hace unos 12.000 años.
Podemos aceptar que en el Viejo Mundo las semejanzas sean consecuencia de un proceso largo de aculturación entre pueblos que se prolongó durante milenios y milenios, ¿pero qué ocurre entonces con América?. ¿Acaso estamos programados genéticamente los seres humanos para innovar de repente, casi al mismo tiempo, distintas invenciones idénticas?. ¿Cómo pueden explicarse esas tremendas coincidencias en mundos desconectados desde milenios atrás si no son fruto de una cultura común anterior, más o menos establecida y con mayor o menor relevancia?...
Es mucho lo que desconocemos del oscuro período de nuestra prehistoria, ese que a menudo nos empeñamos en tildar de primitivo y aislado, y al que tantas y tantas sorpresas queda por ofrecernos.
Quizá los hombres y mujeres del Paleolítico Superior no construyeron templos, ni ciudades, ni grandes embarcaciones, ni cultivaron o pastorearon sus propias reses (simplemente porque no lo necesitaban), ni expresaron sus vivencias y acontecimientos históricos a través de un modelo de escritura que hoy se encuadra bajo cierta tipología, pero a buen seguro mantuvieron ya un estilo de vida que muy bien podría entenderse como el de una “civilización” con características comunes, bastante más avanzada de lo que hoy suponemos.


Pueblos diversos, aún con cierto grado de nomadismo, pero mucho menor, que contactaron con otros durante miles y miles de años, transmitiendo y adquiriendo conocimientos que pudieron extenderse a lo largo y ancho del planeta, y fueron después evolucionando de distinta forma según territorios.
Todo un legado cultural de los últimos grandes cazadores que, a partir del surgimiento del sedentarismo pleno, con la agricultura, la ganadería, y las primeras ciudades y estados, empezó a quedar perdido, sustituido o no transmitido, convirtiéndose en un "tiempo" que la humanidad futura olvidará para siempre.
Y es que buena parte del planeta tuvo que adaptarse, en un período temporal muy concreto, a un fenómeno natural de dimensiones dantescas, que perdurará en la memoria colectiva durante miles de generaciones en la mayoría de culturas: El fin de la Era Glaciar.
Si la tendencia desde el 18.000 B.P. era el calentamiento progresivo de La Tierra, hace 13.000/12.900 años, un nuevo repunte del frío se cebó de nuevo con buena parte del mundo.
Esta etapa, conocida como Dryas Reciente (Young Dryas), se produjo repentinamente, según algunos autores en tan sólo algunas décadas, y supuso un retorno a las duras condiciones glaciares de hacía milenios.
 
Hoy en día se cree que el causante de este cambio climático a gran escala fue un meteorito de dimensiones considerables que cayó en Canadá hace 12.900 años, y que es conocido como “cometa Clovis”.
Sin embargo, y aunque en principio el efecto fue el de enfriamiento intenso, la caída de este meteorito aceleró el proceso de cambio produciendo una serie de alteraciones en cadena que, durante un milenio, modificaron de forma significativa el clima del planeta a través de diversos factores naturales como pudieron ser terremotos, tsunamis, tifones, inundaciones, movimientos de la corteza terrestre, etc. que a la postre desembocarían en el final de una "Era", con el consiguiente calentamiento terrestre y la entrada al nuevo período Holoceno, en el que actualmente nos encontramos.









Crédito de imágenes:

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