Hace
18.000 años el clima glacial comenzó a cambiar de forma lenta, pero progresiva.
Superada
la fase de mayor frío conocida en el planeta para los últimos ciento ochenta
mil años, el calentamiento de La Tierra fue aumentando durante el transcurso de
los milenios siguientes, favoreciendo el retroceso de las masas de hielo que
habían ocupado extensas zonas de continentes como Europa.
No
fue éste, por tanto, un fenómeno abrupto, ni mucho menos, sino el resultado de
varios miles de años que, poco a poco, iban permitiendo el asentamiento de climas
algo más húmedos, aunque todavía muy frescos, que propiciaban la expansión del
bosque, al menos en nuestra península.
Los
descendientes cromañones de aquellos solutrenses acantonados en la Europa
Occidental durante el máximo glacial, fueron expandiendo gradualmente sus
poblaciones por el continente, aprovechando los nuevos pasos generados por el
deshielo.
Esta
adaptación de la base poblacional europea a la nueva situación, tuvo como
consecuencia la aparición del tecnocomplejo Magdaleniense, datado entre 17.000
y 12.000 B.P., que toma su nombre del yacimiento francés de La Madeleine, y que
estuvo caracterizado sobre todo por lo que parece ser un notable aumento
poblacional que ha llevado a algunos autores a considerar esta cultura como la
“primera civilización” europea, por extenderse más allá de su núcleo original
en el suroeste francés para desarrollarse desde la costa atlántica portuguesa
hasta las tierras interiores de la República Checa.
Los
yacimientos magdalenienses son especialmente abundantes en el ámbito
franco-cantábrico, donde destacan Las Caldas, Altamira, El Castillo, Ekain, o
Duruthy, pero aparecen también muy bien representados por el resto de la
Península Ibérica y ciertas zonas de Francia, véanse los yacimientos de Vale
Boi, Cardina o Foz de Coa (Portugal), la fachada mediterránea peninsular
(Nerja, El Parpalló) y sobre todo los del Pirineo, donde encontramos
importantísimos enclaves como Espélugues y Niaux.
Alcanzó
esta cultura por el norte hasta Bélgica, y llegó a Alemania, Suiza y más allá
de la República Checa por el este, donde contactaría con los pueblos de las
estepas, lo que muestra un esbozo de su gran ámbito territorial.
Incluso
las viejas tesis africanistas, que se dejaron de lado durante el último cuarto
del siglo pasado, vuelven hoy a tomarse en consideración por muchos autores, y
se habla de nuevo del Iberomaurisiense norteafricano como una cultura exportada
al Magreb por parte de cromañones ibéricos, hace unos 12.000 años.
Pintura rupestre de bisonte en la Cueva de Altamira (Cantabria-España). |
Quizá
fueran las condiciones ambientales cambiantes las que obligaran a los
magdalenienses a aprovechar un mayor espectro alimenticio que el hasta entonces
abarcado, pero de alguna forma, esta nueva economía de subsistencia jugo a
favor del aumento poblacional y el semi-sedentarismo llevándoles a ocupar
durante un tiempo más prolongado determinados territorios bastante delimitados
en los que, según estaciones, podían conseguir el alimento y la materia prima
necesaria que fue objeto de trueque, comercio y acuerdos entre distintos
poblados.
En
esos territorios habitaron los magdalenienses las partes más próximas a las
entradas de las cuevas, aunque existen claros indicios de construcciones al
aire libre, mientras que las zonas más profundas de las cavernas fueron
destinadas al arte parietal, seguramente con significado mágico-educativo
encaminado a ritos y prácticas iniciáticas que hoy desconocemos con exactitud.
Como
ya he mencionado, gracias a los restos arqueológicos de determinados
materiales, se sabe también que en esta época se produjeron intensos contactos
comerciales entre clanes alejados, que seguramente llegaban a acuerdos para le
explotación conjunta de territorios en determinadas épocas del año, a través de
colaboración en cacerías.
Estructura habitacional al aire libre. |
Ciervos (Cervus elaphus). |
Con
el paso de los milenios los grandes mamíferos de la Edad del Hielo comenzaron su retirada hacia latitudes más norteñas, que conservaban su hábitat potencial,
lo que obligó en buena medida a los magdalenienses a fijarse en especies que,
ya desde estos tiempos y hasta bien entrado el Holoceno, constituirían la base
de la caza a través de una especialización que sobre todo, y por lo que respecta a
nuestra península, se centrará en la cabra montés y el ciervo.
Arpones magdalenienses. |
Sin
embargo aumentará de forma muy significativa el consumo de recursos marinos y
también de origen vegetal, y esto se verá traducido en un despliegue
tecnológico de la industria ósea que tendrá como elemento más representativo
del Magdaleniense al arpón, en sus distintas modalidades.
Se
ha llegado a sugerir que, continuando y mejorando la capacidad de navegación de
sus antecesores solutrenses, los magdalenienses dominarían ciertas técnicas que
les permitirían hacerse a la mar con embarcaciones desde las que practicarían
la caza de focas y cetáceos.
Cada
vez más aceptada parece también la invención del arco y las flechas durante
este período, aunque todavía se toma como momento consolidado de su uso el
Mesolítico, alcanzado ya el Holoceno.
Lo
que sí sabemos es que el perro acompañaba entonces al hombre en sus cacerías, y
que los magdalenienses comenzaron a seguir y controlar de forma más sistemática
a las manadas de animales gregarios, entre los cuales estaban aquellos que tenían
potencial de domesticación.
De
hecho, hablé ya en anteriores post sobre la posibilidad de un temprano proceso
de “domesticación” o selección con los caballos durante el Paleolítico,
mencionando las conclusiones extraídas a partir del estudio de los yacimientos
de La Quina y Le Placard.
Especialmente
significativo fue el auge de las manifestaciones artísticas, tanto de arte
parietal como en arte mueble, sobre todo los objetos ornamentales tallados en
asta, hueso o marfil, así como el uso de conchas marinas en collares.
Enterraron
los magdaleniense a sus muertos con ajuares, y en algunas ocasiones en túmulos,
lo que casi con total seguridad constituyese ya una muestra primigenia del
fenómeno megalítico, que pudo haberse dado también en la delimitación de esos
territorios cada vez frecuentados en períodos temporales más amplios,
seguramente a través de señalizaciones con piedras de tamaño considerable que
advirtieran a los numerosos pobladores ajenos a la zona ocupada.
Objetos ornamentales con conchas marinas. |
Esto
resulta más fácil de entender si caemos en la cuenta de que el fenómeno del
Megalitismo, tal como hoy lo concebimos, se producirá muchos milenios más
tarde, y no sólo en el Viejo Mundo, sino también en América, por lo que parece
razonable suponer que este tipo de prácticas, más o menos evolucionadas,
llegaran al Nuevo Continente en aquel período en que aún quedaba conectado con
Eurasia a través de Beringia.
Y
es que esta cultura magdaleniense, en sí, bien puede tomarse, con todas las
cautelas y condicionantes de significado, como la gran primera civilización
planetaria.
Piensen
que no sólo el Megalitismo, sino la domesticación, el arco y la flecha, las
pinturas rupestres casi idénticas (manos impresas, espirales) y hasta ciertos
grabados geométricos, aparecieron como elementos culturales en ambos mundos,
que quedarán desconectados hace unos 12.000 años.
Podemos
aceptar que en el Viejo Mundo las semejanzas sean consecuencia de un proceso
largo de aculturación entre pueblos que se prolongó durante milenios y
milenios, ¿pero qué ocurre entonces con América?. ¿Acaso estamos programados
genéticamente los seres humanos para innovar de repente, casi al mismo tiempo,
distintas invenciones idénticas?. ¿Cómo pueden explicarse esas tremendas
coincidencias en mundos desconectados desde milenios atrás si no son fruto de
una cultura común anterior, más o menos establecida y con mayor o menor
relevancia?...
Es mucho lo que desconocemos del oscuro período de nuestra prehistoria, ese que a
menudo nos empeñamos en tildar de primitivo y aislado, y al que tantas y tantas
sorpresas queda por ofrecernos.
Quizá
los hombres y mujeres del Paleolítico Superior no construyeron templos, ni
ciudades, ni grandes embarcaciones, ni cultivaron o pastorearon sus propias
reses (simplemente porque no lo necesitaban), ni expresaron sus vivencias y
acontecimientos históricos a través de un modelo de escritura que hoy se
encuadra bajo cierta tipología, pero a buen seguro mantuvieron ya un estilo de
vida que muy bien podría entenderse como el de una “civilización” con
características comunes, bastante más avanzada de lo que hoy suponemos.
Pueblos
diversos, aún con cierto grado de nomadismo, pero mucho menor, que contactaron
con otros durante miles y miles de años, transmitiendo y adquiriendo
conocimientos que pudieron extenderse a lo largo y ancho del planeta, y fueron
después evolucionando de distinta forma según territorios.
Todo
un legado cultural de los últimos grandes cazadores que, a partir del
surgimiento del sedentarismo pleno, con la agricultura, la ganadería, y las
primeras ciudades y estados, empezó a quedar perdido, sustituido o no
transmitido, convirtiéndose en un "tiempo" que la humanidad futura olvidará para
siempre.
Y
es que buena parte del planeta tuvo que adaptarse, en un período temporal muy
concreto, a un fenómeno natural de dimensiones dantescas, que perdurará en la
memoria colectiva durante miles de generaciones en la mayoría de culturas: El
fin de la Era Glaciar.
Si
la tendencia desde el 18.000 B.P. era el calentamiento progresivo de La Tierra,
hace 13.000/12.900 años, un nuevo repunte del frío se cebó de nuevo con buena
parte del mundo.
Esta
etapa, conocida como Dryas Reciente (Young Dryas), se produjo repentinamente,
según algunos autores en tan sólo algunas décadas, y supuso un retorno a las
duras condiciones glaciares de hacía milenios.
Hoy
en día se cree que el causante de este cambio climático a gran escala fue un
meteorito de dimensiones considerables que cayó en Canadá hace 12.900 años, y
que es conocido como “cometa Clovis”.
Sin
embargo, y aunque en principio el efecto fue el de enfriamiento intenso, la
caída de este meteorito aceleró el proceso de cambio produciendo una serie de
alteraciones en cadena que, durante un milenio, modificaron de forma
significativa el clima del planeta a través de diversos factores naturales como
pudieron ser terremotos, tsunamis, tifones, inundaciones, movimientos de la
corteza terrestre, etc. que a la postre desembocarían en el final de una "Era",
con el consiguiente calentamiento terrestre y la entrada al nuevo período
Holoceno, en el que actualmente nos encontramos.
Crédito de imágenes:
Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
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