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jueves, 5 de marzo de 2015

ARTE PREHISTÓRICO (I): ARTE PALEOLÍTICO.




Imagino que, como el que les habla, cualquier persona acostumbrada a practicar el dibujo y la pintura se habrá dado cuenta a lo largo de su vida que un hecho que ocurre con relativa frecuencia es el de ver, imaginar o proyectar formas, en cualquier superficie, condicionadas por una temática que ocupe nuestros pensamientos en una determinada época.
De niño me fijaba a menudo en el estucado de la pared blanca de mi casa, en él mi imaginación descubría innumerables figuras de animales, que se superponían, y eran tan evidentes que no comprendía como resultaban inapreciables para los demás. Hubiera apostado a que les habían dado forma con toda la intención. Una cabeza de leona aquí, un caballo allá, un hipopótamo siguiendo esta línea, un oso siguiendo aquella otra…
Lo mismo ocurría cuando observaba el mármol del banco de la cocina o del baño, allí se podía apreciar con todo lujo de detalles la majestuosa figura de una jirafa, una cabra, o incluso un leopardo moteado en pleno movimiento.
Ya de adolescente la temática varió un poco, y recuerdo que las soporíferas clases de matemáticas o química en el instituto “alentaban” mi espíritu artístico, y pasaba las horas dibujando en los libros de texto, donde a poquito que me fijara, los espacios entre párrafos, gráficos o ilustraciones, ofrecían un sinfín de posibilidades donde poder apreciar la figura de mis cantantes favoritos, las curvas de Samantha Fox, una guitarra eléctrica, un teclado, etc.
Hoy en día me sigue sucediendo, y observando la mesa sobre la que escribo, distingo claramente entre las vetas de la madera la cabeza de un gran jabalí, con su ojo incluido…
Es evidente, pues, que cuando nuestros antepasados pintaron en las cavernas sintieron esa misma sensación en innumerables ocasiones, y en aquellos relieves y sombras que observaban a la luz del fuego, en sus largas noches de invierno, imaginaron y proyectaron aquella temática que era el centro de atención de su visión cotidiana, la caza de los grandes mamíferos y los misterios de la reproducción.
Pero, por encima de debatir acerca de las diversas interpretaciones del arte parietal, la inquietante pregunta al respecto que siempre queda en el aire y atormenta mi mente es; ¿por qué a partir de cierto momento y no antes?...De momento no existe respuesta fidedigna.

Veamos pues unas pinceladas breves acerca del primer arte de la humanidad.


Incisiones en tibia de elefante de Bilzinsleben (Alemania).

En el transcurso de los últimos años hemos ido descubriendo que la aparición del pensamiento abstracto, y por tanto, el surgimiento de una concepción simbólica ligada al arte, hunde sus raíces en la misma aparición de la humanidad, y ya en la primera industria lítica de nuestros ancestros podemos observar cierta estética de las formas que podría acercarse mucho al concepto de arte.
El tratamiento de los restos óseos presenta también un troceado sistemático que no en pocas ocasiones muestra espectaculares incisiones precisas muy regulares, cargadas de intencionalidad, como por ejemplo las marcas ordenadas de despiece en una tibia de elefante, hallada en el yacimiento de Bilzingsleben (Alemania), datadas hace unos trescientos mil años.
Pero los primeros adornos propiamente dichos que conocemos los podemos atribuir al hombre de neandertal. Plumas, tintes o colorantes, objetos perforados, grabados e incluso las últimas revelaciones sobre pinturas rupestres de más de cuarenta mil años, en La Cueva de Nerja (Málaga) y ciertas del norte de España (El Castillo, Altamira…), son consideradas hoy como propias de este tipo humano.
El arte prehistórico suele dividirse en mueble o rupestre, siendo normalmente el primero transportable y practicado sobre soportes, orgánicos o inorgánicos, en armas y utensilios, objetos ornamentales o “religiosos”, mientras que el segundo se desarrolló en cuevas o abrigos al aire libre, a través de grabados, dibujos, pinturas o moldeados de barro.

Cabeza de caballo en marfil del Mas d'Azil (Francia).

Sin embargo el primer problema al que se enfrenta el arqueólogo o el prehistoriador del arte respecto a las pinturas rupestres o los grabados y tallas sobre materiales inorgánicos es el de la datación.
Y es que resulta difícil encontrar material orgánico datable a pesar de que para obtener la pintura se emplearan vegetales, carbones, grasa animal o sangre, mezcladas con componentes minerales y agua.
De esta forma, encontrar otro tipo de materiales en el contexto arqueológico, o atender a una tipología o estilo, resulta clave para determinar la época en que fueron realizadas y establecer una secuenciación temporal de las mismas, aun aceptando que ello puede conllevar un margen de error bastante considerable.
Las técnicas fueron muy variadas, y centrándonos en la pintura podemos hoy constatar que los hombres de la prehistoria emplearon lámparas fijas y móviles, de piedra y hueso, para iluminar las distintas estancias de las cavernas, además de lápices, barras, polvos y morteros que usaron mediante distintas prácticas como el dibujo, el tamponado, el soplado o el “macarrón”, realizado con los dedos de la mano.
Los colores que se emplearon en las pinturas rupestres fueron el blanco, el negro, distintos tonos de ocre, el rojo, el marrón e incluso el violeta.
Los trazos de los grabados en paredes o en objetos, hechos con sílex, presentan una tipología diferenciada en trazos simples, repetidos, dobles, pareados, en espino, raspados, estriados o picados.
El relieve jugó un papel importante, aprovechándose aquellos naturales que ofrecía la misma base o soporte, las sombras, o aplicando técnicas como el borde interno, la cobertura de tinta plana y la policromía.  

Superposición diacrónica en La Pileta (Málaga-España)).
El prehistoriador de arte estudia también la posición en el espacio de las figuras representadas y su relación entre sí, a través de conceptos como la yuxtaposición y la superposición. Esta última puede ser parcial, de transparencia (por ejemplo ver la cría en el vientre de una hembra preñada), simplemente diacrónica, es decir, que se haya pintado en época posterior sobre una más antigua, o de provecho, cuando se redibujan figuras a partir de otras existentes, aprovechando curvas y trazos para crear la nueva.


Otras cuestiones importantes son la perspectiva, el perfil o el frente, el ángulo, la simetría y la animación.
                                            
Aunque existen ciertos autores que afirman una datación superior para algunas pinturas rupestres africanas y australianas, la comunidad científica establece hoy que las más antiguas a nivel mundial se encuentran en España y Francia, en una horquilla situada entre el 43.000 y el 37.000 B.P. coincidiendo una vez más, de forma enigmática, con la llegada de Homo sapiens al continente y su contacto con el neandertal, de quien ya se acepta en España que pintó las focas de Nerja.

Ciervo herido por lanzas en Peña Candamo (Asturias-España).

Destaca en el Paleolítico, por encima de todas, la “escuela” franco-cantábrica, con abundantes localizaciones en el Perigord, la Borgoña, el Bajo Ródano o la vertiente pirenaica francesa, en el país vecino, y ya en el nuestro, en Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra, aunque también encontramos extensiones de arte rupestre y mueble durante el Paleolítico en Aragón, Extremadura, Sistema Central, Levante y Andalucía, así como en el vecino Portugal.
Gran controversia presenta todavía el Arte Levantino, del que se sigue discutiendo si fue Paleolítico o Neolítico, aunque hoy en día parece haber un mayor consenso por ubicarlo en las últimas fases del Paleolítico y sobre todo durante el Mesolítico, si bien pudo prolongarse después durante bastantes milenios. Hablaremos pues de él en otro capítulo.
En general el Arte Franco-Cantábrico se caracteriza por sus pocas representaciones humanas (al contrario que el Levantino), algunos signos y, sobre todo, las representaciones muy realistas de animales.
Pero algo que de entrada llama mucho la atención en las pinturas rupestres franco-cantábricas de nuestro país es que los animales más representados no fueron necesariamente los más cazados, como ha puesto de relieve el estudio de distintos yacimientos de caza asociados.

Bisonte de Cueva de Altamira (Cantabria-España).

Generalmente es difícil distinguir el sexo, y son escasas las representaciones de crías. 
Por encima de otras, las especies más destacables en el arte franco-cantábrico en nuestro país son el caballo (y quizás el zebro), el bisonte y el uro, y en menor medida el ciervo, la cabra, el mamut y  el rinoceronte lanudo, si bien en Francia aparecen otros animales con mayor frecuencia.
Existen no obstante, como digo, pinturas, grabados y dibujos de muchas otras especies (especialmente en Francia), aunque en número bastante más reducido, como renos, megaloceros, rebecos, saigas, jabalíes, focas, peces, aves, reptiles y distintos carnívoros como leones, osos, lobos, glotones, linces, zorros e incluso alguna hiena y leopardo, que ofrecen un maravilloso aporte para el conocimiento de la fauna extinta que otrora habitó el continente, y que tendrán en el futuro del blog una destacada entrada exclusiva a este efecto.

Manos por soplado en Gargas (Francia).


También son frecuentes las manos humanas, a través de las técnicas del soplado (negativos) o la pintura (positivos) (que casi siempre representan la izquierda, lo que presupone que los artistas eran diestros) tanto de forma grupal como aislada, asociadas a animales, entre las que podemos encontrar, por tamaño, las de mujeres y niños, incluso algunas a las que faltan falanges.


 

Los cuatro estilos base de Arte Paleolítico (en los que incluye al arte rupestre) que desarrolló Leroi Gourhan fueron:

Estilo 1: Auriñaciense a Gravestiense Final (37.000-25.000 B.P.), con pocos yacimientos que presentan abundancia de signos como las vulvas, las puntuaciones y los bastoncillos, cercanos siempre a la entrada de las cuevas, aprovechando la luz natural, y con escasa representación de animales, siempre muy abstractos e irreconocibles.

Grabados de Abri Cellier (Francia).

El descubrimiento en 1994 de las formidables y excepcionales pinturas de la Gruta de Chauvet, en Francia, donde aparecen representadas innumerables especies animales a la perfección, datadas en período Gravetiense (32.000 B.P.), desmonta claramente esta primera secuenciación…

Pinturas rupestres de Chauvet (Francia)


Estilo 2: Finigravetiense-Solutrense (25.000-20.000 B.P.), Empieza a ser más frecuente el arte rupestre donde destacan las figuras animales con curva cervico-dorsal muy marcada, las extremidades son difusas y las cuernas suelen ser biangulares rectas. Se mantiene la abundancia de signos y se sigue pintando no muy lejos de la entrada de la cueva.

Estilo 3: Solutrense Final-Magdaleniense Inicial (20.000-15.000 B.P.), el arte rupestre es ya abundantísimo, destacan Lacaux (Francia) y El Castillo (España). Las figuras animales tienen ya una gran calidad de ejecución, siendo frecuente la representación de cuerpos voluminosos conocidos como “preñados” y las cabezas son pequeñas en relación al cuerpo.

"Caballo chino" de Lascaux (Francia).

Se emplea mucho la técnica del relleno de tinta plana. Aparecen algunas figuras humanas pero muy desproporcionadas y poco realistas. 
Se mantienen los signos antiguos y aparecen otros nuevos, como los acodados o con llave.
El arte rupestre se interna más en las grutas, pero todavía no llega a las zonas más profundas.

Ideomorfos claviformes.

Estilo 4: Magdaleniense Final (15.000-11.000 B.P.), presenta una mayor distribución geográfica de los yacimientos, con representaciones muy realistas de los animales, con proporciones cercanas a la realidad anatómica de cada especie. Pintura muy naturalista en la que destaca la presencia de las “M” ventrales en los caballos, y las perspectivas de óptica real, pero las figuras humanas suelen aparecer sin cabeza a modo de signos que evolucionan hacia los claviformes.



En esta fase encontramos las pinturas en lo más profundo de las cuevas.
La Cueva de Altamira es la más representativa de nuestro país en este período.

Reproducción de un panel del techo de Altamira (Cantabria-España).

Venus de Lespuge (Francia).

Respecto al arte mueble llama la atención que a día de hoy todavía no se haya documentado la existencia de ninguna Venus en la Península Ibérica, estando presentes en fases del Auriñaciense y el Gravetiense desde el Pirineo francés hasta Siberia. Sin embargo, otro tipo de arte mueble es especialmente significativo en nuestro país, véase las plaquetas grabadas de El Parpalló (Valencia).

El Arte Paleolítico en España es abundantísimo, siendo seguramente el país del mundo más importante (junto a Francia) en este tipo de yacimientos, destacando por encima del resto algunas cuevas como Altamira, Ekain, El Castillo, El Parpalló, Tito Bustillo, La Pasiega o Los Casares.



Comentados muy por encima algunos tecnicismos sobre el arte prehistórico podemos ahora entrar en consideraciones sobre su significado.

Con los primeros descubrimientos durante el siglo XIX se dio por hecho que éste fue realizado por ocio, por el mero gusto del arte por el arte, si bien costó mucho aceptar que los “salvajes” hombres de la Prehistoria fueran capaces de pintar lo hallado en Altamira. Tuvo que pasar mucho tiempo y encontrar otros yacimientos similares para aceptar esta idea.
Ya en el siglo XX cobra fuerza la etnografía y se otorga una mayor importancia al totemismo, al arte mágico propiciatorio de la caza y la fertilidad, conocidos como “magia simpática”, asociándose las pinturas rupestres de las cavernas y los exvotos como moradas de los dioses y ofrendas a la zoolatría.
Fueron Leroi Gourhan y Laming Emperaire quienes desde la década de los sesenta y setenta del pasado siglo empezaran a ver una dualidad de valores en sentido sexual al más puro estilo freudiano, considerando a los caballos como símbolos masculinos y a los bóvidos como femeninos, algo que a mí, personalmente, jamás me ha convencido.

Hechicero zoomorfo. Le Gabillou.
Sin embargo Leroi Gourhan apuntó hacia otro aspecto más amplio que en mi opinión es mucho más acertado y comparto plenamente, y es que atendiendo a los aborígenes australianos, a través de la etnografía, establece que el arte rupestre responde a varias cuestiones como el puro placer, la explicación de un tema en concreto que atañe a un grupo tribal, a veces por simple magia simpática propiciatoria de la caza, otras para iniciación del aprendizaje a los jóvenes cazadores, y la más espectacular (que siempre ha rondado por mi cabeza), registrar sucesos y acontecimientos de la historia de esos pueblos.
¿Qué quería expresar el ser humano mediante estas representaciones en esas épocas ancestrales?
Si bien es cierto que pudieron tener un carácter religioso-chamánico, no lo es menos que estas expresiones pretendían contar historias, situaciones o actos.



Transmisión cultural de historias.
Las representaciones artísticas prehistóricas no son sino una forma de expresión que suple el vacío que supone la ausencia de la escritura, quizás una vía para otorgar un saber custodiado por algunos maestros, que sería transmitido en sus orígenes mediante procesos iniciáticos a algunos miembros de aquellas sociedades.  
Resulta curioso que con el tiempo muchas de las grandes “salas de arte prehistórico” se encuentren en las estancias más profundas de las cuevas, en aquellas más alejadas de lo terrenal, del mundo visible, de la luz, fuera del alcance de lo banal o superfluo, como sugiriendo todo un camino interior de reflexión en la oscuridad del conocimiento, a modo de etapas, que llega a su final para exponer su explosión simbólica a quienes consigan superar el reto.


Una concepción que por otro lado tranquilizaba a los miembros del clan, un amparo de “algo” que está por encima de todo, protegiendo, superando las barreras de lo natural o comprensible, dando un sentido más profundo a la existencia. En definitiva, la plasmación más antigua de la doble vía de la razón y la creencia, que no busca sino una explicación, una respuesta a las eternas preguntas que persiguen al hombre.

Escena grabada que "cuenta" un acto relacionado con zambullirse al agua. Cueva de Los Casares (Guadalajara-España).

Los pueblos de la Prehistoria se sirvieron de pinturas de escenas, dibujos y trazados geométricos, que se irían simplificando con el tiempo hasta llegar a un estado de proto-escritura, para transmitir cuestiones muy importantes de los habitantes de la época, y que fueron por tanto, el origen de los posteriores pictogramas egipcios, sumerios o chinos, que más tarde darían lugar a la escritura y alfabetos conocidos y aceptados.
Esa “pre” o “proto” “escritura”, en definitiva, una técnica narradora de hechos, actos, situaciones, o plasmadora de conceptos, tendría pues una edad aceptada de al menos 40.000 años.
Como ya he expuesto en más de una ocasión, es hora de ir enterrando la imagen preconcebida, a menudo de menosprecio, de unos seres humanos prehistóricos que poco a poco entendemos como menos atrasados de lo que suponíamos.
De alguna forma, existirían sin duda unas lenguas o idiomas propios, con un tronco o raíz originaria, y con muchísimos dialectos que se fundían en un sustrato común y que seguramente se plasmaban desde antiguo mediante pinturas simbólicas y grabados en las rocas, que se irían haciendo esquemáticos y simbólicos con el tiempo y que en definitiva no serían sino los antecedentes de la escritura pictográfica.
Pero esto podremos apreciarlo mejor en los posteriores capítulos de la serie sobre arte prehistórico de nuestro país, dedicados al Mesolítico, Neolítico, Calcolítico y el Bronce Antiguo.








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