Imagino
que, como el que les habla, cualquier persona acostumbrada a practicar el
dibujo y la pintura se habrá dado cuenta a lo largo de su vida que un hecho que
ocurre con relativa frecuencia es el de ver, imaginar o proyectar formas, en
cualquier superficie, condicionadas por una temática que ocupe nuestros
pensamientos en una determinada época.
De
niño me fijaba a menudo en el estucado de la pared blanca de mi casa, en él mi
imaginación descubría innumerables figuras de animales, que se superponían, y
eran tan evidentes que no comprendía como resultaban inapreciables para los
demás. Hubiera apostado a que les habían dado forma con toda la intención. Una
cabeza de leona aquí, un caballo allá, un hipopótamo siguiendo esta línea, un
oso siguiendo aquella otra…
Lo
mismo ocurría cuando observaba el mármol del banco de la cocina o del baño,
allí se podía apreciar con todo lujo de detalles la majestuosa figura de una
jirafa, una cabra, o incluso un leopardo moteado en pleno movimiento.
Ya
de adolescente la temática varió un poco, y recuerdo que las soporíferas clases
de matemáticas o química en el instituto “alentaban” mi espíritu artístico, y
pasaba las horas dibujando en los libros de texto, donde a poquito que me
fijara, los espacios entre párrafos, gráficos o ilustraciones, ofrecían un
sinfín de posibilidades donde poder apreciar la figura de mis cantantes
favoritos, las curvas de Samantha Fox, una guitarra eléctrica, un teclado, etc.
Hoy
en día me sigue sucediendo, y observando la mesa sobre la que escribo, distingo
claramente entre las vetas de la madera la cabeza de un gran jabalí, con su ojo
incluido…
Es
evidente, pues, que cuando nuestros antepasados pintaron en las cavernas
sintieron esa misma sensación en innumerables ocasiones, y en aquellos relieves
y sombras que observaban a la luz del fuego, en sus largas noches de invierno,
imaginaron y proyectaron aquella temática que era el centro de atención de su
visión cotidiana, la caza de los grandes mamíferos y los misterios de la
reproducción.
Pero,
por encima de debatir acerca de las diversas interpretaciones del arte
parietal, la inquietante pregunta al respecto que siempre queda en el aire y
atormenta mi mente es; ¿por qué a partir de cierto momento y no antes?...De
momento no existe respuesta fidedigna.
Veamos
pues unas pinceladas breves acerca del primer arte de la humanidad.
Incisiones en tibia de elefante de Bilzinsleben (Alemania). |
En
el transcurso de los últimos años hemos ido descubriendo que la aparición del
pensamiento abstracto, y por tanto, el surgimiento de una concepción simbólica
ligada al arte, hunde sus raíces en la misma aparición de la humanidad, y ya en
la primera industria lítica de nuestros ancestros podemos observar cierta
estética de las formas que podría acercarse mucho al concepto de arte.
El
tratamiento de los restos óseos presenta también un troceado sistemático que no
en pocas ocasiones muestra espectaculares incisiones precisas muy regulares,
cargadas de intencionalidad, como por ejemplo las marcas ordenadas de despiece
en una tibia de elefante, hallada en el yacimiento de Bilzingsleben (Alemania),
datadas hace unos trescientos mil años.
Pero
los primeros adornos propiamente dichos que conocemos los podemos atribuir al
hombre de neandertal. Plumas, tintes o colorantes, objetos perforados, grabados
e incluso las últimas revelaciones sobre pinturas rupestres de más de cuarenta
mil años, en La Cueva de Nerja (Málaga) y ciertas del norte de España (El
Castillo, Altamira…), son consideradas hoy como propias de este tipo humano.
El
arte prehistórico suele dividirse en mueble o rupestre, siendo normalmente el
primero transportable y practicado sobre soportes, orgánicos o inorgánicos, en
armas y utensilios, objetos ornamentales o “religiosos”, mientras que el
segundo se desarrolló en cuevas o abrigos al aire libre, a través de grabados,
dibujos, pinturas o moldeados de barro.
Cabeza de caballo en marfil del Mas d'Azil (Francia). |
Sin
embargo el primer problema al que se enfrenta el arqueólogo o el prehistoriador
del arte respecto a las pinturas rupestres o los grabados y tallas sobre
materiales inorgánicos es el de la datación.
Y
es que resulta difícil encontrar material orgánico datable a pesar de que para
obtener la pintura se emplearan vegetales, carbones, grasa animal o sangre,
mezcladas con componentes minerales y agua.
De
esta forma, encontrar otro tipo de materiales en el contexto arqueológico, o
atender a una tipología o estilo, resulta clave para determinar la época en que
fueron realizadas y establecer una secuenciación temporal de las mismas, aun aceptando
que ello puede conllevar un margen de error bastante considerable.
Las
técnicas fueron muy variadas, y centrándonos en la pintura podemos hoy
constatar que los hombres de la prehistoria emplearon lámparas fijas y móviles,
de piedra y hueso, para iluminar las distintas estancias de las cavernas,
además de lápices, barras, polvos y morteros que usaron mediante distintas
prácticas como el dibujo, el tamponado, el soplado o el “macarrón”, realizado
con los dedos de la mano.
Los
colores que se emplearon en las pinturas rupestres fueron el blanco, el negro,
distintos tonos de ocre, el rojo, el marrón e incluso el violeta.
Los
trazos de los grabados en paredes o en objetos, hechos con sílex, presentan una
tipología diferenciada en trazos simples, repetidos, dobles, pareados, en
espino, raspados, estriados o picados.
El
relieve jugó un papel importante, aprovechándose aquellos naturales que ofrecía
la misma base o soporte, las sombras, o aplicando técnicas como el borde
interno, la cobertura de tinta plana y la policromía.
Superposición diacrónica en La Pileta (Málaga-España)). |
El
prehistoriador de arte estudia también la posición en el espacio de las figuras
representadas y su relación entre sí, a través de conceptos como la
yuxtaposición y la superposición. Esta última puede ser parcial, de
transparencia (por ejemplo ver la cría en el vientre de una hembra preñada), simplemente diacrónica, es decir, que se haya pintado en época posterior sobre
una más antigua, o de provecho, cuando se redibujan figuras a partir de otras existentes, aprovechando curvas y trazos para crear la nueva.
Otras
cuestiones importantes son la perspectiva, el perfil o el frente, el ángulo, la
simetría y la animación.
Aunque
existen ciertos autores que afirman una datación superior para algunas pinturas
rupestres africanas y australianas, la comunidad científica establece hoy que
las más antiguas a nivel mundial se encuentran en España y Francia, en una
horquilla situada entre el 43.000 y el 37.000 B.P. coincidiendo una vez más, de
forma enigmática, con la llegada de Homo sapiens al continente y su contacto
con el neandertal, de quien ya se acepta en España que pintó las focas de
Nerja.
Ciervo herido por lanzas en Peña Candamo (Asturias-España). |
Destaca
en el Paleolítico, por encima de todas, la “escuela” franco-cantábrica, con
abundantes localizaciones en el Perigord, la Borgoña, el Bajo Ródano o la
vertiente pirenaica francesa, en el país vecino, y ya en el nuestro, en
Asturias, Cantabria, País Vasco y Navarra, aunque también encontramos
extensiones de arte rupestre y mueble durante el Paleolítico en Aragón,
Extremadura, Sistema Central, Levante y Andalucía, así como en el vecino
Portugal.
Gran
controversia presenta todavía el Arte Levantino, del que se sigue discutiendo
si fue Paleolítico o Neolítico, aunque hoy en día parece haber un mayor consenso por ubicarlo en las últimas fases del Paleolítico y sobre todo durante el
Mesolítico, si bien pudo prolongarse después durante bastantes milenios. Hablaremos
pues de él en otro capítulo.
En
general el Arte Franco-Cantábrico se caracteriza por sus pocas representaciones
humanas (al contrario que el Levantino), algunos signos y, sobre todo, las
representaciones muy realistas de animales.
Pero
algo que de entrada llama mucho la atención en las pinturas rupestres
franco-cantábricas de nuestro país es que los animales más representados no
fueron necesariamente los más cazados, como ha puesto de relieve el estudio de
distintos yacimientos de caza asociados.
Bisonte de Cueva de Altamira (Cantabria-España). |
Generalmente
es difícil distinguir el sexo, y son escasas las representaciones de crías.
Por
encima de otras, las especies más destacables en el arte franco-cantábrico en
nuestro país son el caballo (y quizás el zebro), el bisonte y el uro, y en
menor medida el ciervo, la cabra, el mamut y
el rinoceronte lanudo, si bien en Francia aparecen otros animales con
mayor frecuencia.
Existen
no obstante, como digo, pinturas, grabados y dibujos de muchas otras especies
(especialmente en Francia), aunque en número bastante más reducido, como renos,
megaloceros, rebecos, saigas, jabalíes, focas, peces, aves, reptiles y
distintos carnívoros como leones, osos, lobos, glotones, linces, zorros e
incluso alguna hiena y leopardo, que ofrecen un maravilloso aporte para el
conocimiento de la fauna extinta que otrora habitó el continente, y que tendrán en el futuro del blog una destacada entrada exclusiva a este efecto.
Manos por soplado en Gargas (Francia). |
También
son frecuentes las manos humanas, a través de las técnicas del soplado
(negativos) o la pintura (positivos) (que casi siempre representan la
izquierda, lo que presupone que los artistas eran diestros) tanto de forma
grupal como aislada, asociadas a animales, entre las que podemos encontrar, por
tamaño, las de mujeres y niños, incluso algunas a las que faltan falanges.
Los
cuatro estilos base de Arte Paleolítico (en los que incluye al arte rupestre)
que desarrolló Leroi Gourhan fueron:
Estilo
1: Auriñaciense a Gravestiense Final (37.000-25.000 B.P.), con pocos
yacimientos que presentan abundancia de signos como las vulvas, las
puntuaciones y los bastoncillos, cercanos siempre a la entrada de las cuevas,
aprovechando la luz natural, y con escasa representación de animales, siempre
muy abstractos e irreconocibles.
Grabados de Abri Cellier (Francia). |
El
descubrimiento en 1994 de las formidables y excepcionales pinturas de la Gruta de Chauvet, en Francia, donde aparecen
representadas innumerables especies animales a la perfección, datadas en período Gravetiense (32.000 B.P.), desmonta
claramente esta primera secuenciación…
Pinturas rupestres de Chauvet (Francia) |
Estilo
2: Finigravetiense-Solutrense (25.000-20.000 B.P.), Empieza a ser más frecuente
el arte rupestre donde destacan las figuras animales con curva cervico-dorsal
muy marcada, las extremidades son difusas y las cuernas suelen ser biangulares
rectas. Se mantiene la abundancia de signos y se sigue pintando no muy lejos de
la entrada de la cueva.
Estilo
3: Solutrense Final-Magdaleniense Inicial (20.000-15.000 B.P.), el arte
rupestre es ya abundantísimo, destacan Lacaux (Francia) y El Castillo (España).
Las figuras animales tienen ya una gran calidad de ejecución, siendo frecuente
la representación de cuerpos voluminosos conocidos como “preñados” y las
cabezas son pequeñas en relación al cuerpo.
"Caballo chino" de Lascaux (Francia). |
Se
emplea mucho la técnica del relleno de tinta plana. Aparecen algunas figuras
humanas pero muy desproporcionadas y poco realistas.
Se
mantienen los signos antiguos y aparecen otros nuevos, como los acodados o con
llave.
El
arte rupestre se interna más en las grutas, pero todavía no llega a las zonas
más profundas.
Ideomorfos claviformes. |
Estilo
4: Magdaleniense Final (15.000-11.000 B.P.), presenta una mayor distribución
geográfica de los yacimientos, con representaciones muy realistas de los
animales, con proporciones cercanas a la realidad anatómica de cada especie.
Pintura muy naturalista en la que destaca la presencia de las “M” ventrales en
los caballos, y las perspectivas de óptica real, pero las figuras humanas
suelen aparecer sin cabeza a modo de signos que evolucionan hacia los
claviformes.
En
esta fase encontramos las pinturas en lo más profundo de las cuevas.
La
Cueva de Altamira es la más representativa de nuestro país en este período.
Reproducción de un panel del techo de Altamira (Cantabria-España). |
Venus de Lespuge (Francia). |
Respecto
al arte mueble llama la atención que a día de hoy todavía no se haya
documentado la existencia de ninguna Venus en la Península Ibérica, estando
presentes en fases del Auriñaciense y el Gravetiense desde el Pirineo francés
hasta Siberia. Sin embargo, otro tipo de arte mueble es especialmente
significativo en nuestro país, véase las plaquetas grabadas de El Parpalló
(Valencia).
El Arte Paleolítico en España es abundantísimo, siendo seguramente el país del
mundo más importante (junto a Francia) en este tipo de yacimientos, destacando
por encima del resto algunas cuevas como Altamira, Ekain, El Castillo, El
Parpalló, Tito Bustillo, La Pasiega o Los Casares.
Comentados
muy por encima algunos tecnicismos sobre el arte prehistórico podemos ahora
entrar en consideraciones sobre su significado.
Con
los primeros descubrimientos durante el siglo XIX se dio por hecho que éste fue
realizado por ocio, por el mero gusto del arte por el arte, si bien costó mucho
aceptar que los “salvajes” hombres de la Prehistoria fueran capaces de pintar
lo hallado en Altamira. Tuvo que pasar mucho tiempo y encontrar otros
yacimientos similares para aceptar esta idea.
Ya
en el siglo XX cobra fuerza la etnografía y se otorga una mayor importancia al
totemismo, al arte mágico propiciatorio de la caza y la fertilidad, conocidos
como “magia simpática”, asociándose las pinturas rupestres de las cavernas y
los exvotos como moradas de los dioses y ofrendas a la zoolatría.
Fueron
Leroi Gourhan y Laming Emperaire quienes desde la década de los sesenta y
setenta del pasado siglo empezaran a ver una dualidad de valores en sentido
sexual al más puro estilo freudiano, considerando a los caballos como símbolos
masculinos y a los bóvidos como femeninos, algo que a mí, personalmente, jamás
me ha convencido.
Hechicero zoomorfo. Le Gabillou. |
Sin
embargo Leroi Gourhan apuntó hacia otro aspecto más amplio que en mi opinión es
mucho más acertado y comparto plenamente, y es que atendiendo a los aborígenes
australianos, a través de la etnografía, establece que el arte rupestre
responde a varias cuestiones como el puro placer, la explicación de un tema en
concreto que atañe a un grupo tribal, a veces por simple magia simpática
propiciatoria de la caza, otras para iniciación del aprendizaje a los jóvenes
cazadores, y la más espectacular (que siempre ha rondado por mi cabeza),
registrar sucesos y acontecimientos de la historia de esos pueblos.
¿Qué
quería expresar el ser humano mediante estas representaciones en esas épocas
ancestrales?
Si
bien es cierto que pudieron tener un carácter religioso-chamánico, no lo es
menos que estas expresiones pretendían contar historias, situaciones o actos.
Transmisión cultural de historias. |
Las
representaciones artísticas prehistóricas no son sino una forma de expresión
que suple el vacío que supone la ausencia de la escritura, quizás una vía para
otorgar un saber custodiado por algunos maestros, que sería transmitido en sus
orígenes mediante procesos iniciáticos a algunos miembros de aquellas
sociedades.
Resulta
curioso que con el tiempo muchas de las grandes “salas de arte prehistórico” se
encuentren en las estancias más profundas de las cuevas, en aquellas más
alejadas de lo terrenal, del mundo visible, de la luz, fuera del alcance de lo
banal o superfluo, como sugiriendo todo un camino interior de reflexión en la
oscuridad del conocimiento, a modo de etapas, que llega a su final para exponer
su explosión simbólica a quienes consigan superar el reto.
Una
concepción que por otro lado tranquilizaba a los miembros del clan, un amparo
de “algo” que está por encima de todo, protegiendo, superando las barreras de
lo natural o comprensible, dando un sentido más profundo a la existencia. En
definitiva, la plasmación más antigua de la doble vía de la razón y la
creencia, que no busca sino una explicación, una respuesta a las eternas
preguntas que persiguen al hombre.
Escena grabada que "cuenta" un acto relacionado con zambullirse al agua. Cueva de Los Casares (Guadalajara-España). |
Los
pueblos de la Prehistoria se sirvieron de pinturas de escenas, dibujos y trazados
geométricos, que se irían simplificando con el tiempo hasta llegar a un estado
de proto-escritura, para transmitir cuestiones muy importantes de los
habitantes de la época, y que fueron por tanto, el origen de los posteriores
pictogramas egipcios, sumerios o chinos, que más tarde darían lugar a la
escritura y alfabetos conocidos y aceptados.
Esa
“pre” o “proto” “escritura”, en definitiva, una técnica narradora de hechos, actos, situaciones, o plasmadora de conceptos, tendría pues una edad aceptada de al menos 40.000
años.
Como
ya he expuesto en más de una ocasión, es hora de ir enterrando la imagen
preconcebida, a menudo de menosprecio, de unos seres humanos prehistóricos que
poco a poco entendemos como menos atrasados de lo que suponíamos.
De
alguna forma, existirían sin duda unas lenguas o idiomas propios, con un tronco
o raíz originaria, y con muchísimos dialectos que se fundían en un sustrato
común y que seguramente se plasmaban desde antiguo mediante pinturas simbólicas
y grabados en las rocas, que se irían haciendo esquemáticos y simbólicos con el
tiempo y que en definitiva no serían sino los antecedentes de la escritura
pictográfica.
Pero
esto podremos apreciarlo mejor en los posteriores capítulos de la serie sobre
arte prehistórico de nuestro país, dedicados al Mesolítico, Neolítico,
Calcolítico y el Bronce Antiguo.
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