Las
penínsulas meridionales de Europa, auténticos santuarios de refugio para la
fauna templada, que se habían mantenido hasta la llegada de Homo sapiens un tanto al margen de los
efectos de la glaciación de Würm (que azotaba con rigor las zonas del centro y
norte del continente europeo desde el 100/80.000 B.P.), conocieron en esos quince
milenios entre 40 y 25.000 B.P. una serie de cambios que hoy pueden parecer poco significativos, pero
que a buen seguro tuvieron en su época proporciones magníficas.
Los
estudios del clima de entonces, estratigrafías, capas de hielo, sondeos de los
fondos marinos, foraminíferos, microfauna y sobre todo la vegetación, a partir
de la Palinología, han puesto de relieve que si a principios de este micro-período
tratado (40/25.000 B.P.) se reproducían los efectos moderados del tiempo
glaciar entonces vigente, hacia mitad de dicho ciclo, en torno al 35/30.000 B.P.,
Europa conoció una breve pulsación benigna interestadial.
Una
mejora de las condiciones climáticas que dejó las temperaturas medias generales
cuatro o cinco grados por debajo de las actuales durante alrededor de cinco milenios, volviendo a cifras muy
similares a las de las últimas fases del anterior período interglaciar
Riss-Würm.
Olea europaea. |
En
algunas zonas del sur y el este de España, como la Cueva de la Carigüela y en
Cova Beneito (Alicante), esto se traduce en una reaparición en
altos porcentajes de los pólenes de Olea
europaea, Quercus ilex y Quercus coccifera, típicos del más puro
ecosistema termo-mesomediterráneo.
No
es de extrañar, pues, que sea en estas fechas cuando observemos por última vez
elementos de la gran mastofauna que parecía ya extinta, pero que a buen seguro
había permanecido acantonada en zonas apropiadas del sur del continente, como
las especies vegetales que vuelven a aparecer en el registro.
Algunas
especies faunísticas de clima templado habían ido desapareciendo del registro
con el inicio de la última glaciación. Para estas desapariciones o
acantonamientos relictos debió influir también, además de la bajada de
temperaturas, la coexistencia con otros componentes faunísticos mejor
preparados con los que competirían por los recursos.
Bisontes
de bosque (B.schoetensacki), tares,
muflones, macacos de Berbería, cérvidos Haplodoiceros, osos tibetanos, hienas
rayadas o puercoespines, parecen extintos a tenor de su ausencia en los
yacimientos del sur de Europa entrada la última glaciación.
Sin
embargo, otras especies que hasta hace poco tiempo eran incluidas en este grupo
de extinciones provocadas por el inicio del nuevo glaciar de Würm, han sido
recientemente localizadas mucho más tarde en algunos yacimientos de las
penínsulas meridionales.
Cueva
de El Castillo, Cueva de la Silluca (España) y Foz de Exanrique (Portugal)
aportan los últimos restos conocidos de elefante de colmillos rectos hace ahora
entre 43.000 y 34.000 años, mientras en
otros aparecen aún por las mismas fechas los últimos rinocerontes de estepa
hace 35.000 años, o los de Merck, hacia 28.000 B.P.
En
Grecia, por ejemplo, encontramos también hipopótamos en los yacimientos de
Piniós (45/30.000 B.P.) y en la cueva de Dyros (32.000 B.P.).
El
mismo gamo, que se creía extinto en España a principios del Würm (entre 90 y
80.000 B.P.), ha sido localizado en el yacimiento de la Cueva de Higueral de
Motillas (Cádiz), con restos asociados a la caza del ser humano que suponen una
prueba muy difícil de conseguir sobre su supervivencia, aun relicta, en el
extremo sur peninsular en época solutrense, durante el máximo glacial de hace
21.000-18.000 años, mientras que al parecer logró llagar hasta época histórica,
o incluso hasta el presente, en el sur de Italia, los Balcanes y Anatolia.
Gamo (dama dama) |
Leones
y leopardos también mantienen sus últimas apariciones en el registro de la zona
centro-sur peninsular de Iberia hacia finales de este micro-período tratado, y
aún se encuentran hace ahora entre 30 y 20.000 años. Veremos más adelante por
qué sí aparecen, sin embargo, en el norte de la península en fechas más
tardías.
Como
comprenderán, estamos hablando en términos muy relativos, observando una
tendencia. Ya sería casualidad que justo los últimos representantes de estas
especies aparecieran en los escasos yacimientos estudiados.
Querer
ver en esto cuestiones absolutas sería como admitir que dentro de treinta mil
años, y en unas supuestas condiciones similares, los arqueozoólogos darían como
extinto al lince ibérico muchas centurias si no milenios antes de nuestro
presente, dada la imposibilidad de encontrar sus restos en depósitos naturales
por ejemplo de nuestro presente, donde tan sólo existen trescientos ejemplares.
Por
ello, es posible que muchas de esas otras especies, como muflones, tares,
bisontes de bosque, búfalos acuáticos o macacos de Berbería, de los que hasta
ahora no se han encontrado pruebas de supervivencia en fechas tan tardías, hayan
acompañado al resto de fauna interglaciar hasta tiempos mucho más recientes,
solo que sus restos no han podido ser aún localizados.
En
estos procesos, como ya he repetido en muchas ocasiones, unos cuantos milenios
no pueden ser tomados como sentencias absolutas.
Respecto al hombre de neandertal (Homo neanderthalensis), había aparecido en Europa entre 250 y 230.000 B.P.,
durante un período interglaciar, el Mindel-Riss.
Como
muchas de las otras especies de clima templado que estamos viendo, el
neandertal resistió la siguiente glaciación de Riss acantonado en los enclaves
meridionales de Europa que le eran propicios (al igual que elefantes de
colmillos rectos, hipopótamos y un largo etcétera). Hace unos 150.000 años, en
pleno período glaciar de Riss, asistió a la mayor bajada de temperaturas
conocida por él hasta entonces (muy similar al máximo glacial del Würm de hace
20.000 años) con una diferencia de casi -10º respecto a la media actual. Sin
embargo, como la mayoría de especies de clima templado, superó la adversidad, y
con la llegada del interglaciar Riss-Würm de hace 140.000 años recolonizó buena
parte del continente europeo.
Perfectamente
adaptado a estas circunstancias, el hombre de neandertal contemplaría la
llegada de un nuevo período glaciar, el Würm, y como antes sucediera, con el
paso de los milenios se replegaría a enclaves propicios donde encontraba una
mayor protección al frío; las penínsulas meridionales y los valles y cadenas
montañosas de Europa que mantenían los últimos reductos boscosos y le ofrecían
refugio en numerosas y abundantes cuevas, cercanas a los arroyos permanentes
que proporcionaban agua.
Caza cuerpo a cuerpo. |
En ocasiones,
también cerca del mar, donde podía encontrar otros recursos alimenticios
complementarios a la caza selectiva de grandes mamíferos del entorno. Una caza
que llevaba a cabo mediante una tecnología y una táctica concreta, a través de
pequeños grupos, en emboscadas y utilizando el cuerpo a cuerpo, como sugieren sus armas y las numerosas fracturas óseas descubiertas en sus restos.
Neandertal
debía estar preparado para afrontar estos períodos duros de adaptación o
escasez de recursos, seguramente a través de un modelo poblacional limitado, en
el que pequeños grupos de cazadores mantendrían clanes poco numerosos pero
suficientes para evitar la extinción, a la espera de nuevos tiempos de bonanza
climática.
Sin
embargo estas pulsaciones climáticas, a gran escala y durante períodos de
tiempo relativamente extensos, se habían producido ya en el pasado, y nunca
supusieron la extinción definitiva de la gran mastofauna, o al menos no de tal
cantidad de especies.
De
la misma forma que la vegetación templada quedará recluida durante el máximo
glacial (21/18.000 B.P.) en zonas meridionales de Europa que incluso hoy se
encuentran por debajo del nivel marino, la fauna lo había hecho también en
momentos fríos anteriores, como en el máximo glacial del Riss de hace unos
180.000 años, para retornar a sus antiguos dominios mediante recolonización del
territorio con la llegada del interglaciar Riss-Würm de hace 140/125.000 años.
¿Por
qué en esta ocasión no lo lograron?
La
única variable contrastada que encontramos como novedad respecto a períodos
anteriores es la aparición del Hombre Moderno, que justamente aparece en un
momento crítico de supervivencia relicta de las especies templadas, que, “casualmente”,
vemos como arrojan sus últimas fechas de supervivencia en los milenios de
llegada de Homo sapiens…
Sin
duda, la combinación Homo sapiens+momento crítico cercano al pleniglacial,
supusieron el primer gran impacto de extinción anormal sobre los grandes mamíferos
europeos.
Las
formas organizativas de Homo sapiens, en complejos sistemas grupales más
numerosos, necesarios para dar caza a animales en entornos abiertos, le
permitirían crecer en número muy por encima de neandertal, acostumbrado a
sobrevivir en pequeños grupos que no eran capaces de obtener tanto alimento
como el que podían aportar las grandes manadas de herbívoros esteparios como
renos, mamuts, saigas, bisontes, etc., y esto en definitiva, pudo suponer parte
de la clave del éxito. Una superioridad tecnológica, numérica y de obtención de
recursos alimenticios de sapiens a lo largo de un período aproximado de 15.000
años que al final superará por adaptación al entorno a la cultura neandertal,
sin menoscabo de la cuestión de interrelación entre ambos tipos humanos, que a
buen seguro se produjo, para bien y para mal, en numerosas ocasiones.
Hombre de neandertal (Homo neanderthalensis) |
Homo sapiens, a través del
tecnocomplejo Auriñaciense primero, y Gravetiense, después, irá ocupando Europa
desde hace 45/40.000 años, y desde al menos 38.000 B.P, se instalará en la
totalidad de la Península Ibérica de forma permanente, aumentando poblaciones y
presionando sobre el entorno. Un entorno frágil, en un período crítico de
supervivencia, adaptado durante decenas de miles de años a convivir sin tan
magnífico depredador.
Ni
siquiera podemos afirmar con rotundidad que su aparición, como parece sugerir
la evidencia fósil de neandertales con caracteres modernos de la Cueva de las
Palomas, no haya sido anterior, aun cuando no esté vinculada a industria
auriñaciense, puesto que la adscripción de industria lítica presenta mucha
controversia, al haber sido empleado el musteriense por ambos tipos humanos.
La
nueva estepa fría, plagada de recursos cárnicos para quien supiera adaptarse a
ella, debió de ser el medio en que H.sapiens
se vio impulsado a desarrollar una nueva industria y tecnología para la
supervivencia, en un medio extremo, más castigado que el del Próximo Oriente.
De
este modo, incluso beneficiado por conocimientos neandertales que eran los
mejor adaptados al entorno desde hacía milenios, pero innovando a la vez otros
propios debido a la necesidad (como pudieran ser los propulsores de venablos,
las lanzas ligeras y los campamentos estacionales al aire libre, similares a
los tipis de los indígenas americanos), la adaptación de sapiens fue tan perfecta que apenas le resultaron necesarios unos
pocos milenios para habitar Europa, de este a oeste, mientras que neandertal
aguantaba como podía en sus cada vez más escasos enclaves boscosos.
Una
de las diferencias que podrían permitirnos comprobar el alcance de esta
cuestión es la estructura de las técnicas caza de ambos tipos humanos entonces
existentes.
Llevando al mamut a una emboscada. |
Si el modus operandi del Neandertal, nos indica claramente la emboscada para la caza cuerpo a
cuerpo con el animal, la estrategia del Hombre Moderno ha quedado demostrada en
depósitos de fósiles de especies como el caballo, que era conducido en manada
hacia los acantilados para caer en trampas naturales que podían terminar, de
golpe, con decenas de ejemplares, al igual que la etnoarqueología moderna
parece confirmar que las armas arrojadizas, desde cierta distancia, y con
técnicas de caza muy planificadas, de emboscada, incluso empleando el fuego,
que eran llevadas a cabo por la unión de numerosos componentes de diversas
tribus, podían acabar con cientos de ejemplares de especies animales en unas
pocas jornadas de caza en determinados períodos estacionales.
Si
no podemos constatar que neandertal fuera masacrado directamente por sapiens a
través de prácticas bélicas, sí podemos intuir que la competencia aumentaría de
forma tan espectacular que dejaría pocas opciones de supervivencia al primero,
que poco a poco, a través de diez mil años de coexistencia, vería como sus
territorios iban siendo ocupados de forma efectiva por el segundo.
Lo
que sí sabemos a día de hoy, en cualquier caso, es que los últimos neandertales sobrevivieron en
refugios climáticos templados del sur de la Península Ibérica hasta hace unos
30.000 años, como Columbeira, Cova Negra, Salemas o las distintas cuevas de
Gibraltar, y hasta no mucho antes, se les podía también encontrar en el norte
de España (Esquilleu 34.000 B.P.), por lo tanto, cierto contacto con el sapiens
moderno tuvo que producirse también aquí con total seguridad.
Y
lo que también conocemos hoy, con seguridad, es que los humanos modernos, más
allá del África subsahariana, mantenemos entre un 2 y un 4% de genética
neandertal, probando así el cruce interespecífico.
A
veces podemos fijarnos en la Historia más reciente para observar modelos que nos ofrecen una pincelada de lo que pudieron ser procesos
similares en épocas pasadas.
El
encuentro de dos mundos aislados durante milenios se produjo hace ahora unos
quinientos años con la llegada de los primeros europeos al continente
americano. En sus primeras fases la convivencia pudo resultar más fácil, dado
que eran pocos los recién llegados.
Causarían sensación, curiosidad, y como resultarían poco problemáticos, se llegaría a momentos puntuales de relaciones sociales de conveniencia, que en las películas estamos acostumbrados a ver, por ejemplo, en los primeros cazadores y buscadores de pieles que se adentraban en el Lejano Oeste y que comerciaban con los indígenas llegando a integrarse incluso en sus poblados, adoptando sus costumbres y prácticas o manteniendo descendencia con los locales, a la par que aportando innovaciones tecnológico-culturales.
Causarían sensación, curiosidad, y como resultarían poco problemáticos, se llegaría a momentos puntuales de relaciones sociales de conveniencia, que en las películas estamos acostumbrados a ver, por ejemplo, en los primeros cazadores y buscadores de pieles que se adentraban en el Lejano Oeste y que comerciaban con los indígenas llegando a integrarse incluso en sus poblados, adoptando sus costumbres y prácticas o manteniendo descendencia con los locales, a la par que aportando innovaciones tecnológico-culturales.
Pero
al final, estas avanzadillas fueron el inicio de una colonización masiva
posterior del territorio que terminaría por imponer su cultura dejando al
elemento indígena prácticamente arrinconado.
Esa
etapa inicial bien podría ser equivalente a las primeras fases del período
Auriñaciense, que en nuestra Península no llegaría a tener un impacto
devastador en sus inicios.
Sin
embargo, avanzado el Auriñaciense, y afianzado el Gravetiense, datado de forma
convencional entre 30.000 y 22.000 B.P., éstos supondrían ya fases de una
colonización de mayor calado a nivel peninsular.
Peñón de Gibraltar, en el extremo sur de la Península Ibérica. |
Pero,
en este caso concreto de especie, ¿podríamos asegurar que sapiens exterminó a neandertal a través del conflicto interespecífico?. En mi opinión, y por lo poco que sabemos
actualmente, no debió de ser exactamente así.
Sapiens
aprovechó ciertas ventajas organizativas, reproductivas y tecnológicas,
ocupando los espacios que neandertal iba dejando vacíos, como sucedió en
sucesivos relevos temporales de tantas y tantas especies que estaban quedando
recluidas en las penínsulas meridionales y daban paso a nuevos inmigrantes
provenientes de Asia a través de Europa Oriental.
¿Habría
momentos de competencia y conflictos?, seguro que sí, ¿los habría de convivencia
y aporte genético y cultural?, también.
Por
tanto, la pregunta debería ser reformulada; ¿extinguió sapiens a neandertal?, y aquí la respuesta sería: Sí.
Los
últimos neandertales desaparecieron porque eran muy escasos en esos momentos de
adaptación y se vieron superados por las oleadas sapiens, que terminaron
ocupando el territorio que debía de haber recolonizado neandertal, pero a buen
seguro, éstos nos dejaron como herencia una parte muy importante de su legado,
no sólo genético, sino cultural.
El
Gravetiense supuso pues la culminación de un proceso de cambio que llevó a un
nuevo tiempo en Europa.
Y
es que, a pesar de que se reconocen, como es lógico para tan amplio espacio no
sólo geográfico sino temporal, multitud de tradiciones o derivaciones del
tecnocomplejo, con ciertas diferencias, el Gravetiense ha sido considerado
desde siempre, por los autores más versados en el tema, como la primera gran
Cultura Paneuropea, al menos con una base o tradición común a la mayor parte
del continente, y adscrita con total certeza como exclusiva de Homo sapiens,
desde la Península Ibérica a Bélgica, por el oeste, y hasta Ucrania y Rusia,
por el este.
Venus de Lespuge, Pirineos franceses. |
Entre
sus innovaciones más características están la punta de la Gravette, que dio
nombre al tecnocomplejo, y son muy frecuentes los buriles y azagayas, así como
la evidencia de construcción de estructuras habitacionales al aire libre.
Aparece también con mayor significación el arte, en los primeros objetos de
hueso decorados, y cómo no, a través de las pinturas rupestres y de las famosas
venus paleolíticas.
Las
venus, talladas en hueso, asta o madera, evidencian una tradición común de
culto a la feminidad desde el Pirineo hasta Siberia que, lejos de estar
evocando la exaltación de los atributos sexuales femeninos a modo de actuales
"revistas eróticas", como algunos han llegado incluso a proponer,
deben ser mejor entendidas a mi modo de ver como la representación de la deidad
suprema de la época, la Diosa Madre, La Madre Naturaleza, el principio de la
fecundidad.
Pero
este controvertido tema del arte, y su influencia e importancia en las
sociedades del momento, serán tratados de forma más pausada en otro capítulo
posterior.
En
definitiva, y atendiendo al tema del impacto humano sobre las especies que hoy
nos ocupa, podemos entrever claramente que las nuevas prácticas depredadoras
de Homo sapiens, en unos entornos donde ciertas especies de ámbito interglaciar quedaban recluidas de forma relicta, supondrían, sin duda, una ayuda significativa a la extinción final
de las mismas por la unión de diversos factores negativos, algo que no ocurrió en ninguna otra fase anterior, ni tampoco en ese mismo período con las especies de fauna fría, bien preparadas para afrontar su fase climática propicia.
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