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domingo, 4 de enero de 2015

EN BUSCA DE LA CUNA DE LA HUMANIDAD.




El Gran Valle del Rift fue casi con toda probabilidad la cuna de la Humanidad, el lugar donde los primeros ancestros de nuestra línea directa aparecieron para comenzar una larga travesía que llegó hasta nosotros, y que sigue su camino a través de nuestra especie hoy en día, hasta quién sabe dónde.
Dentro de este espacio primigenio la Garganta de Olduvai (Oldupai) es un referente imprescindible a la hora de aproximarnos a aquellos tiempos que olvidamos como especie.
En ella se han hallado restos arqueológicos de entre los más antiguos de todo el planeta, en niveles de hace alrededor de más de dos millones de años, donde asociada a restos de boisei y habilis se ha podido documentar la industria lítica más primitiva, a base de lascas y cantos.

Pero veamos un poco más de aquel nacimiento de lo humano…


Muchos investigadores han querido ver en Ardipithecus al ancestro que dio paso al género australopitecino. Aquel primer tatarabuelo africano que vivió hace unos cuatro millones y medio de años contaba, entre sus principales características, con la capacidad del bipedismo, la marcha erguida sobre dos piernas.
Sin embargo la polémica está servida, pues Ardipithecus es un homínido de difícil clasificación, ya que sus más que evidentes caracteres simiescos le convierten, según la opinión de otros especialistas, en un mejor candidato para la línea evolutiva propia del chimpancé. Una vez más se pone de manifiesto que la tarea de recomponer el inmenso puzle a partir de los pocos restos encontrados es prácticamente una utopía. ¿Qué ocurre con los que no se encuentran?, ¿estamos hablando de una verdad absoluta que se ajusta a la realidad de lo que sucedió hace casi cinco millones de años o más bien tratamos de encajar unas evidencias ínfimas en una tendencia de nuestra visión actual? ¿De verdad podemos tomar tan a la ligera un puñado de restos incompletos y sesgados para hacerlos encajar en nuestra versión como una secuencia bien definida?
Es una posibilidad más, pero en ningún caso un tema resuelto.

Paranthropus aethiopicus, Paranthropus boisei, Australopithecus africanus y Homo? rudolfensis.

El tema se va complicando a medida que aparecen en el registro arqueológico los fósiles de especies de características similares en espacios cronológicos muy extensos, de las cuales muchas coexistieron compartiendo hábitat.
Así pues, aun validando a Ardipithecus como posible ancestro, lo cual ya es mucho aventurar según los propios investigadores, se nos explica que éste debió dar origen a Australopithecus anamensis hace unos 4’2 millones de años. Anamensis, a su vez, sería origen de dos líneas evolutivas que comenzaron hace unos 3’8 millones. La línea de los australopitecos robustos o Paranthropus, a través del Australopithecus afarensis, y la de los australopitecos gráciles, cuyo eslabón nos es desconocido.
Al parecer sería esta segunda rama, con ancestro desconocido, la que con posterioridad evolucionaría hacia otras dos, que darían lugar por un lado a los australopitecos africanus, hace unos 3 millones de años, y seguramente habilis (hace dos millones) puesto que hoy son muchos los que tienden a considerar a este último como Australopiteco más que como Homo, dadas sus características morfológicas. Y es que en realidad su cualidad principal, ser hábil y construir herramientas, se ha visto cuestionada por la más que probable asociación de otras herramientas con australopitecos en diversos yacimientos.
Por otro lado, la supuesta y no encontrada rama grácil de aquel desconocido ancestro, descendiente de anamensis, llegaría hasta un primer Homo, hace unos dos millones y medio de años, que también es una incógnita, ya que no hay registro de él. A partir de aquí, (con muchos “supuestos” y vacíos, como vemos) Homo aparece por primera vez bien constatado hace algo menos de dos millones de años, en África, bajo el nombre de Homo ergaster.



Otra corriente de investigadores se inclina por pensar que las ramas que derivaron en Australopithecus, por un lado, y Homo, por otro, tendrían un antepasado común, igualmente desconocido, pero que unos no intervendrían como ancestros de otros en dicho proceso.
Es decir, que desde un antepasado como Ardipithecus, surgieron dos o más ramas, una de las cuales llevó hacia los australopitecos y otra hacia el género Homo.



Todo este galimatías nos permite hacernos una idea aproximada del desconocimiento profundo y seguramente poco realista de tan complejo proceso.

El primer humano de la Historia de quien creemos tener constancia, a ciencia cierta, es pues Homo ergaster.

En este contexto, las primeras dataciones de herramientas descubiertas, aparecen ya hace unos 2’6 millones de años, conocidas bajo el nombre de Cultura Olduvayense, y dentro de ésta, en su fase más antigua, Estadio I.
Estos restos de utensilios, cantos de piedra tallados, poliedros, raederas y lascas, e incluso las primeras estructuras líticas a modo de refugio, los podemos encontrar por esas fechas en zonas de Etiopía, Kenia, Tanzania, Marruecos y África Austral, no sólo ligados a Homo habilis (del que ya hemos visto que se discute mucho sobre si perteneció a dicho género, o más bien fue un tipo de australopiteco), sino a otras especies australopitecinas.

Grupo de australopitecos.

De nuevo entraríamos aquí de lleno en la dificultad de definir con claridad a qué o a quién podemos empezar a considerar pues humano de pleno derecho.
La tecnología Olduvayense se prolongó tanto en el tiempo (incluso más de 1’5 millones de años), que los científicos prefieren hablar de diversas culturas que compartirían una tradición común.
Si bien en África los restos hallados parecen anteriores a los de otras partes del mundo, muestras de estos utensilios se han encontrado en lugares tan distantes como Europa o Java (en el Extremo Oriente asiático), y no necesariamente vinculados a una sola “especie”.
Cultural y tecnológicamente hablando, nos encontraríamos en el Paleolítico Inferior, o Edad de Piedra Antigua en su primera fase, que presentaría a estos distintos tipos de homínidos más bien como herbívoros, o quizás omnívoros, actuando incluso como carroñeros o generalistas, capaces de aprovechar los restos de animales muertos por otros predadores, aunque es casi seguro que también cazaron presas pequeñas que estaban a su alcance.
Durante un período aproximado de un millón de años, y atendiendo al número de especies aceptadas por la ciencia, fueron varios los componentes de la rama de los homínidos que convivieron en espacio y tiempo.

Australopithecus afarensis
 Hace unos 2’5 a 2 millones de años, tendríamos a Australopithecus africanus, Australopithecus garhi, Australopithecus sediba, Paranthropus aethiopicus y Paranthropus boisei, todos ellos pertenecientes a la gran familia australopitecina, caracterizada por su marcha bípeda, su alimentación principalmente vegetariana, una altura de 1’30 a 1’40 metros y una media cerebral similar a la de los simios modernos, en torno a los 500 c.c.
Respecto a “Homo” rudolfensis, hace mucho tiempo ya que se discute su especiación aparte de “Homo” habilis, de quien se cree que no es sino una variante. Ambos homínidos, como vengo comentando, son mejor adscritos, según autores, al género australopithecus por sus características, aunque se acepta que su capacidad craneal fue un poco mayor, cercana a una media de unos 650 c.c., y se les atribuye la capacidad de fabricar herramientas, que también compartirían con otros australopitecos, como garhi. 






Traspasando la barrera de los dos millones de años, conforme nos acercamos al presente, encontramos conviviendo probablemente a Australopithecus africanus, Paranthropus boisei, Paranthropus robustus, Homo/Australopithecus habilis y por primera vez una especie, que por sus características, es adscrita con total certeza al género Homo; Homo ergaster.
Para llegar a ergaster hemos dado un salto temporal de seiscientos mil años, extenso período que deja un gran vacío cargado de inquietudes y preguntas sin respuestas para la historia de una antiquísima “Humanidad”, que una vez más, se pierde en la bruma del tiempo.





Crédito de imágenes:

Foto 1: Miguel Llabata.
Foto 2: Miguel Llabata.
Foto 3: Miguel Llabata.
Foto 4: Miguel Llabata.
Foto 5: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 6: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.

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