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viernes, 2 de enero de 2015

NUNCA TAL INSIGNIFICANCIA RESULTÓ TAN RELEVANTE...



Antes de empezar a hablar sobre el Cuaternario, permítanme un breve apunte sobre la finalidad última del Ecologismo o Conservacionismo. Éste se fundamenta en la idea de entender que somos parte de un todo, algo que afecta a un objetivo común; el bien de nuestra especie. 
Les pido pues un poco de paciencia y me permito la licencia de insertar en este post a modo de prólogo de la Historia, una reflexión que nos ayudará a comprender mejor que el debate sobre el saber, las ideas y los conceptos no es algo cerrado, sino abierto y necesario, y por otro lado, inseparable de cualquier disciplina que sea objeto de estudio.
En ese sentido el conocimiento a nivel “de calle” debe ampliarse haciéndose sencillo, comprensible. Imposible que unos cuantos elegidos solucionen los problemas de la mayoría, sin participación global.
Y es que somos lo que quisimos ser, o mejor dicho, lo que nos procuramos, y de ello debemos aprender, para evitar o proponer nuevos modelos.
En la larga y compleja historia del Cosmos, o de nuestro mismo hogar, La Tierra, nuestra presencia es apenas un suspiro, una insignificancia que, en términos relativos, y después de casi catorce mil millones de años, reduciría nuestro paso por los mismos, a escala, en unos pocos minutos si adaptáramos a un año todo lo acontecido, como ejemplo didáctico, o tan sólo de segundos si atendemos únicamente a la Historia, desde Sumeria y Egipto hasta hoy.
Como si el planeta en que vivimos o la Naturaleza, hubieran contado poquito con nosotros en esto de existir. Tampoco somos tan relevantes e importantes…
Pues bien, en esos “diez segundos de Historia Cósmica”, desde hace unos 7.000 años hasta hoy, el Homo sapiens (o sea, nosotros), como producto de esa Naturaleza, ha ido modificando el planeta hasta convertirse en la especie dominante del mismo. 


Desde esta visión egocéntrica, normalmente apartada del concepto de ser un animal más, no parecemos caer en la cuenta de que efectivamente, nuestra especie, tendrá fecha de caducidad.
Podremos adaptarnos, modificar y hasta colonizar otros planetas, pero aunque sobrevivamos por un tiempo más o menos extenso, terminaremos evolucionando hacia otra especie o desapareceremos para siempre, tal y como ha sucedido con el resto de vida planetaria.
Ahora bien, bajo ese prisma, mañana nos levantamos, maltratamos a todos nuestros semejantes, robamos, vivimos “a cuerpo de rey”, y esperamos al “Día del Juicio Final”, total, qué más da, si esto está perdido sí o sí, ignoramos la ética y las leyes de convivencia entre humanos.
Fíjense si no en los leones, que si pueden se alían contra el macho de una manada, lo matan o lo echan de su clan, se quedan con sus leonas y con su territorio, matan a las crías del rival y transmiten sus propios genes…¡¡La sabia ley del más fuerte!!.
Pero resultó que la Naturaleza quiso proporcionar una cualidad al ser humano que fue precisamente la que le permitió doblegar al resto. No fue la fuerza del león, ni la velocidad del antílope, ni el camuflaje de un insecto, ni las alas de un ave…fue un alto nivel de inteligencia respecto al resto.


Esta inteligencia nos llevó hacia una triple “c”, la de la consciencia, la conciencia y la ciencia, y entendimos que, en contra de la afirmación de Thomas Hobbes, “El hombre es lobo para el hombre”, debíamos considerar esto de ser animales sociales con una serie de pautas, cargadas de ética, moral y leyes, para hacer más fácil y llevadera nuestra subsistencia.
Muchos siguen anclados en el determinismo y dicen que ni los debates, ni los argumentos, ni las ideas, son capaces de evitar un final prefijado. Podría ser, pero a buen seguro que nos ayudarán a llegar mejor hasta él o incluso a facilitar una transición a la nueva evolución.




Pero, ¿recibimos estas pautas y leyes para y con nosotros, como las recibió Moisés, del Altísimo, en forma de Tablas Sagradas?...Seguramente no. 
Hemos sido nosotros, con nuestros pensamientos, con nuestras ideas, con nuestra conciencia, con nuestras tendencias y nuestras visiones, según cada época, quienes fuimos escribiéndolas y revisándolas continuamente para modificarlas buscando mejorarlas en todo lo posible.
Así, en el terreno de lo social o lo político, avanzamos hacia estados democráticos en contra de los totalitarismos, por y para el bien común. Sin las ideas, debates y reivindicaciones de hombres y mujeres, esto no sería posible.
Resumiendo, que es el ser humano el encargado de decidir qué es lo bueno y qué es lo malo para su especie, qué acciones son correctas y cuáles no. Esto afecta a todos los ámbitos de la propia especie, no sólo a los que entran en conflicto con las demás.
En definitiva, de nosotros depende nuestra propia Evolución como especie.

¿Cuál es la idea básica (después muy desvirtuada) del Ecologismo?; intentar que el ser humano en su conjunto alargue su existencia y la disfrute de la forma más placentera que pueda. Se trata de pensar en la especie a largo plazo, y dentro de ésta, prestándole toda la atención posible, en el individuo. No de cómo vivamos sólo nosotros, sino nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y todas las generaciones venideras hasta que evolucionemos o desaparezcamos, porque si no, caemos en la ley del más fuerte.
Algunos argumentan, “que esa es una Ley Básica de la Naturaleza y es la que hay que respetar”…No lo comparto, nosotros somos parte de la Naturaleza, y por tanto, todos nuestros productos, acciones, ideas y pensamientos, son fruto de ésta, no caigamos una vez más en la supremacía egocéntrica del ser humano, como algo ajeno a ella.


Sostenibilidad, racionalidad y altas dosis de tolerancia, estas son las claves que pueden dejar avanzar lo suficiente a la Ciencia como para permitir una adaptabilidad en positivo.
Para conseguirlas, lo primero es entender que todos formamos parte de un gran sistema, una compleja pirámide ecológica en la que ninguna especie sobra por completo y de la que no podemos escapar ni siquiera con nuestra inteligencia, un círculo vicioso que nos da o nos quita según lo manejemos, que puede prolongar nuestra existencia o acelerar nuestro exterminio, dependiendo de cómo actuemos sobre él.
Los humanos potenciamos nuestra cualidad más sobresaliente, el raciocinio, precisamente porque fue ésta la que nos permitió seguir en este complejo entramado. Nos dio un espacio, un hueco en el juego de la vida. Si otras especies se extinguieron no fue tanto por fruto del azar puro y duro, como a veces se argumenta. Simplemente sus particularidades excepcionales no fueron capaces de superar a las de otras.
Las hubo que encontraron en un alto nivel reproductivo su “vehículo” para dicha carrera, algunas potenciaron su capacidad para el camuflaje, otras desarrollaron complejos sistemas defensivos, como las sustancias venenosas, o su musculatura, para adquirir velocidad, mientras que el tamaño, mayor o menor, también jugó sus bazas, así como la especialización o la generalización. Un sinfín de cualidades que permitieron a unos sobrevivir por encima de los demás, quizás no de manera consciente, pero sí selectiva, pues quienes lo consiguieron transmitieron los genes “ganadores” a sus descendientes. Una competición desigual, no sólo en espacio sino en tiempo, donde muchos de los que fueron vencedores durante grandes períodos, pasaron con posterioridad al rango de vencidos, entregando su legado a los nuevos triunfadores.


Y si en algo podemos nosotros diferenciamos del resto de animales no es simplemente por poseer un mayor nivel de inteligencia, sino por la cualidad de preguntarnos acerca de lo que nos rodea y darle un sentido. Esto nos impulsó hacia un sentimiento de creencia en aquello que considerábamos nuestra meta u objetivo. Una necesidad orientada hacia diversas causas o fines, pero siempre presente en nuestra constitución como especie, un proceso que alcanzó  cotas insospechadas, en una carrera acelerada e imparable, sin marcha atrás.
Pero en esta carrera particular de especie hay miedo, mucho miedo, y no faltan los motivos…






Crédito de imágenes:

Foto 1: Public Domain Images.
Foto 2: Miguel Llabata.

Foto 3: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons. 
Foto 4: Miguel Llabata.
Foto 5: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.

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