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viernes, 2 de enero de 2015

RASTREANDO LOS ORÍGENES DE LO HUMANO.




Hablar de la prehistoria del hombre supone adentrarse de lleno en el terreno de lo desconocido, un sinfín de preguntas sin respuestas definitivas que intentan llenar el vacío de lo que ya les he presenté en mi anterior etapa como “un tiempo que olvidamos”.

Hace algo menos de dos millones de años la Tierra atravesaba una fase climática glaciar conocida hoy como Donau, encuadrada ya dentro del Cuaternario. La expansión de los hielos desde los polos había propiciado el descenso del nivel de las aguas oceánicas a nivel planetario, favoreciendo la caída de las temperaturas, una menor humedad y el consiguiente aumento de los ecosistemas fríos y secos, de tipo estepario.
En ella sabemos que estuvieron ya quienes, con toda seguridad, podemos denominar humanos. Sin embargo, aquellos ancestros, aquellos abuelos de los que descendemos todos los hombres y mujeres del presente, compartían escenario con otros seres muy parecidos de los que hoy no tenemos referentes, pues tan sólo nos quedan parientes bastante más lejanos, que conocemos como chimpancés.



En aquel contexto suponemos hoy la coexistencia de al menos cuatro tipos distintos de homínidos que compartieron hábitat desde entonces, y durante casi un millón de años, alternando distintas fases glaciares e interglaciares, en un extenso período temporal.

Pero para empezar a hablar sobre nosotros, sobre nuestro origen, sobre nuestro más remoto pasado, cabría hacerse una primera pregunta fundamental.
¿Qué podemos considerar humano?...
A la que podrían seguir otras como; ¿Quiénes fueron todos aquellos homínidos?, ¿cómo podríamos definirlos?, ¿qué relaciones mantuvieron entre sí?...

Idealización del modelo evolutivo del ser humano

Existe una especie de consenso académico a la hora de establecer cómo se desarrolló nuestro pasado más remoto, pero lejos de presentarse como algo definitivo y totalmente veraz, este acuerdo no es sino una de las múltiples bases posibles desde las que partir.
A menudo, muchas de las evidencias e indicios hallados apuntan hacia conclusiones muy distintas a las mayoritariamente aceptadas, desajustando el arduo trabajo de generaciones que se han esforzado por establecer una cronología y unas secuencias del desarrollo del ser humano durante tan larguísimo período, por lo que con frecuencia son tachadas de inconsistentes tan sólo porque no se ajustan a las teorías más dogmáticas.
Si ya es difícil ponerse de acuerdo o establecer con exactitud lo acontecido durante los seis milenios anteriores al nuestro, que pueden considerarse como historia por los documentos escritos que dejaron constancia del día a día de nuestros antepasados, mucho más lo será conforme nos remontemos atrás en el tiempo y pretendamos conjeturar y completar el rompecabezas a partir de incompletos restos materiales o teorías viciadas por corrientes ideológicas del momento en que se estudian.
De esta forma la mayor parte de la población conocemos, como mucho, una parte, una visión sesgada y parcial de esta edad oscura que se remonta a nuestro nacimiento como especie.
Trataré aquí, pues, de mostrarles una visión de conjunto, que entremezclará la comúnmente aceptada con otros aspectos que, desde el más absoluto rigor, no se ajustan tanto a ella, pero que de una u otra forma habrá que acabar por tener en cuenta si no queremos dejar de lado una buena parte del verdadero pasado de la Humanidad.

Charles Darwin.
Durante milenios, y hasta hace tan sólo ciento cincuenta años, el hombre explicó su origen como producto de una acción divina, fuere en la cultura que fuere, de este modo dio sentido a su aparición en el mundo que habitaba. Desde la aparición de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, inmersa de lleno en el auge del racionalismo empírico, esta concepción cambió para llegar a considerarnos como fruto de un proceso de cambio y transformaciones que a partir de un antepasado común a otros animales, nos hizo nacer como seres humanos de pleno derecho. Sin embargo, ya desde el principio, observamos grietas que quedan abiertas, y que ofrecen serias dudas acerca de cuál fue verdaderamente el camino que seguimos en nuestra evolución.




Por descontado, no existe ninguna secuencia completa que establezca este tránsito desde un antepasado común con los primates hasta Homo sapiens, pero lo que resulta todavía más desconcertante es que ni siquiera podemos definir con exactitud lo que significa “humano” ni qué características debe poseer una especie para considerarse como tal, es más, ni siquiera podemos establecer claramente el propio concepto de “especie”.
Hasta hoy, el principal argumento de quienes se oponen al modelo evolutivo darwinista radica en que no se ha encontrado ese supuesto “eslabón perdido”, ancestro común a simios y hombres. Por su parte la respuesta de los evolucionistas ha sido, en los últimos tiempos, la de asegurar que no existe “un eslabón perdido” sino “muchos encontrados”.
Tales afirmaciones, si se contempla la cuestión de manera objetiva, presentan dudas más que razonables.
Pero no se alarmen, ya les dije que este blog navegaría a contra viento (crispando las mentes más recalcitrantes) durante buena parte de su recorrido.
Si han pensado que se trata de una apología decidida del Creacionismo en contra del Evolucionismo, están muy equivocados.
Para empezar, hay que partir de la base de que cualquier investigador del tema, como sucede en muchos otros ámbitos de la vida, ve condicionada su carrera, su financiación y su prestigio en base a los resultados obtenidos. No debe pues extrañarnos que cada huesecillo, si hay margen para ello, se convierta en una nueva especie y por ende, en noticia sensacionalista.
Como si de mercaderes ambulantes se tratara, escucharemos en muchas ocasiones los grandiosos descubrimientos de personalidades que refuerzan una corriente establecida, esa tela de araña envolvente de la que ya les he hablado en alguna ocasión.
¡Una nueva especie!, ¡una prueba más!, ¡un nuevo vínculo!...
Y así, de unos pequeños fragmentos óseos se inventa toda una historia alejada de la variedad real, de la población exacta, de la complejidad inter-especies.
Esto es lo que se nos cuenta, lo que llega, lo que damos por válido. Hay otros matices que no interesa que se desvelen tanto, al parecer.
Les hablo más bien de una inercia, una rueda de la que muchos temen salir. Con ejemplos muy sencillos vamos a intentar desmenuzar paso a paso lo establecido, no para destruir, sino para aportar.

En primer lugar cabría definir conceptos asumidos por todos pero que encierran en sí una gran controversia. “Especie”, “Evolución”, ¿qué sabemos exactamente de ellos?, ¿cómo los definimos?.

Portada de El Origen de las Especies.
Los mismos biólogos admiten que en su disciplina el tema de la especiación sigue siendo enrevesado, complejo y sin resolución definitiva. El manual básico de partida se llamaba curiosamente “El Origen de las Especies”, pero es precisamente el origen mismo de éstas, cuándo se forman exactamente y cuándo se separan hasta aislarse, la parte más oscura de todo el proceso evolutivo.
Siguiendo definiciones básicas de manual encontramos que en Botánica y Zoología suele considerarse especies a cada uno de los distintos grupos en que se dividen géneros de seres vivos, que a su vez están compuestos por individuos que comparten caracteres genéricos y tienen en común además otras semejanzas por las cuales quedan vinculados entre sí, distinguiéndose de los que poseen las demás especies. La especie puede subdividirse en ocasiones en variedades o razas.



La especie puede considerarse, pues, como un conjunto de seres vivos constituido por individuos que pueden reproducirse entre sí de forma indefinida, y cuya descendencia es fértil.
En Biología, una especie es la unidad básica de la clasificación biológica. Clasificación que comprende los organismos relacionados que comparten características comunes y son capaces de reproducirse, sin embargo, la determinación de los límites de una especie es puramente subjetiva, y por tanto, siempre subordinada a  interpretación de quien clasifique.
¿Qué o quiénes deciden hasta dónde llegan los caracteres genéricos y cuándo dejan de serlo para diferenciarse, asumiendo además que incluso dentro de éstos, los habrá también propios, dando lugar a variedades o subespecies?
¿La capacidad reproductiva fértil, quizás? Hasta hoy, éste es uno de los argumentos de mayor peso.
Sin embargo no es tan fácil en Biología definir una especie. No es infrecuente que los descendientes de cruces inter-específicos (del mismo género pero de distinta especie) no sólo sean viables, sino también fértiles. Es cierto que esto resulta muy común en plantas, de hecho dicha “transferencia” de genes está más que asumida en su caso, lo que ya resulta más incómodo de admitir para los biólogos es que sea posible en otros reinos, especialmente en animales, pero sucede así, en realidad.
El cruce entre un león y una tigresa da como resultado un ligre. Si bien nunca se ha documentado la existencia de un ligre macho fértil, esta circunstancia se produce de forma corriente en las ligresas, que han vuelto a aparearse en repetidas ocasiones con leones o tigres dando origen a nuevas crías fértiles llamadas le-ligres o ti-ligres. Hoy en día las poblaciones naturales de leones y tigres no se solapan, pero no sucedió así en el pasado.
Existen muchas otras especies que crían híbridos fértiles en el propio medio natural, por ejemplo los camélidos sudamericanos, como llamas, alpacas, vicuñas y guanacos, diversos bóvidos, etc. Pero mejor que ningún otro, el caso del coyolobo puede aclararnos las ideas al respecto.

Ligre (cría de león y tigresa) y Zubrón (cría de toro o vaca y bisonte)

Lobo y coyote se presuponen especies diferentes; lobo (Canis lupus), perro (Canis familiaris, o bien Canis lupus familiaris), coyote (Canis latrans).  Habitualmente los lobos cazan a los coyotes, pues son competidores, por lo que no es nada normal su reproducción en libertad. No obstante, en algunas ocasiones excepcionales se sabía que podía ocurrir un cruce entre ellos, aunque las crías solían resultar ejemplares que o bien nacían estériles, o bien disminuían su fertilidad con el paso de unas cuantas generaciones.
Dicha concepción ha sido puesta en revisión actualmente, al menos en una vasta zona del este de Norteamérica, pues se ha documentado mediante pruebas genéticas el nacimiento de una nueva especie; el coyolobo.
Se trata de un híbrido que según el genetista Bradley White, de la Universidad de Trent, supone el más claro ejemplo de un tipo evolutivo en acción, ya que las causas de su nacimiento, su origen mismo, habría que rastrearlo en el tiempo en un período que se prolongaría en más de cien años, coincidiendo con los procesos de deforestación en la zona y con las persecuciones y controles de alimañas que se han llevado a cabo en el territorio desde ese período.
La gran adaptabilidad del coyote a condiciones desfavorables impidió su rarefacción, en tanto que en el caso del lobo, los escasos supervivientes se vieron abocados a procrear con sus parientes para lograr sobrevivir.
El resultado fue el coyolobo, un animal que actualmente posee características de ambas especies, capaz de reproducirse perfectamente, que caza en jaurías y ataca a presas mayores, como hacen los lobos, pero que no desdeña otras menores como roedores, lagomorfos y aves, e incluso, como su ancestro coyote, gusta de frecuentar basureros y consume frutos y bayas, sin temor a penetrar en los alrededores de zonas urbanas.
Cabría decir pues, que al menos en parte, la aparición del coyolobo se debe al impacto humano en el planeta, a la modificación de un hábitat, lo que no es sino una transformación en las condiciones de vida hasta entonces imperantes.
Aparece una nueva especie en escena y altera el ritmo normal de otras, como también puede suceder cuando se dan cambios climáticos, en cualquier época y lugar.

Lobo (Canis lupus) y Coyote (Canis latrans).

No son pocos los biólogos que admiten que al concepto de especie no le queda otra que cambiar. En el mundo microscópico sería una locura definir especies por las barreras reproductivas, porque se reproducen casi todas entre ellas. En el ámbito macroscópico el tema parece más definido,  pero aun así encontramos muchos ejemplos que debilitan y echan por tierra esta concepción.
Nuestro pariente más cercano, el chimpancé, se distingue de nosotros en un 5% de su genética, y si bien no se ha documentado ningún caso de cruce entre él y un humano moderno, no podemos estar tan seguros de que esta circunstancia no se haya producido entre distintas supuestas especies del género Homo en el pasado, datos que ya resultan bastante más difíciles de demostrar, pero que aun así, se han obtenido recientemente, apuntando hacia una dirección que numerosos investigadores sospechaban, algunos apasionados del tema intuíamos, y que otros, con cierta inquietud, trataban de silenciar o desprestigiar por temor a desestructurar un concepto preestablecido y bastante dogmático; el de la evolución de las especies a partir de secuencias y ancestros muy bien definidos, algo que en realidad debe haber sido mucho más complejo de lo normalmente establecido o aceptado.

Seguiremos con todo ello en próximos capítulos.







Crédito de imágenes:

Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 2: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 3: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 4: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 5: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 6: Lobo: Public Domain Images     Coyote: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.

1 comentario:

  1. Bueno sylvanus, me alegro verte con tanto impetu en este nuevo blog!!
    Ya me he leído todos los artículos que has puesto de momento y te doy mis felicitaciones porque has conseguido mantener vivo lo mejor de "El Tiempo que olvidamos". Aunque será mejor que bajes algo el pie del acelerador con el número de artículos o no podré seguir el ritmo jajaja
    Y ansioso estoy porque empieces a desarrollar el mundo rewilding.
    Por cierto. El relato de la primera entrada genial, tipo novela de Asimov!
    Felicidades y espero ver a este blog crecer tan bien como lo hizo en anterior.

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