Pocos
temas científicos han sido capaces de llegar al gran público como el que hoy
nos ocupa, el del Hombre de Neandertal.
La
fascinación que sentimos por la historia de esta “especie”, desde su
descubrimiento, ha permitido al ciudadano medio un conocimiento bastante
aproximado acerca de un momento concreto de la prehistoria humana.
Sin
embargo, existen una serie de estereotipos, comúnmente aceptados, que distan
bastante de aproximarse a una compleja realidad, dejando muchas preguntas sin
respuesta en el tintero.
Para
empezar a hablar del Hombre de Neandertal debemos partir de una premisa que
normalmente no se tiene en demasiada consideración, y es que, pese a ser una de
las “especies” mejor representadas en el registro fósil, tan sólo disponemos de
restos atribuibles a poco más de cuatrocientos individuos, lo que resulta sin
duda una base muy pobre para extraer conclusiones definitivas sobre procesos de
evolución, desarrollo, convivencia, patrones de conducta o relación con los
sapiens modernos.
Las
primeras muestras óseas de estos humanos fueron halladas durante la primera
mitad del siglo XIX en Bélgica y Gibraltar, pero no fueron tenidas en cuenta,
con todo su significado, hasta el descubrimiento de los restos del Valle de
Neander (Alemania), por J.K.Fuhlrott, en 1856.
Como
interpretaciones para esta nueva tipología craneal y esquelética, en una época
donde ni siquiera había sido expuesta la Teoría de la Evolución de Charles
Darwin (1859), se argumentaron lo que hoy definiríamos como estrambóticos
razonamientos, véase el de Franz Mayer, que trataba de explicar las evidentes
diferencias con los restos óseos de humanos modernos a partir de conclusiones
que postulaban una deformación ósea debida a causas anormales, fruto de
procesos patológicos. Así, se pensó que los restos hallados en Neander
correspondían al esqueleto de un cosaco perseguidor de Napoleón que sufría
raquitismo, de ahí la curvatura de sus piernas, y la pronunciación de los arcos
superciliares, debido al extremo dolor que padecía…
Tras
la publicación de El origen de las especies y su planteamiento de la Teoría de
la Evolución, el hombre de Neandertal se convirtió en el candidato idóneo para
ocupar el puesto de eslabón perdido entre el simio y el hombre, así que ya
pueden imaginar las representaciones que de ellos hicieron los ilustradores del
momento.
Hombre de neandertal simiesco, según Frantisek Kupka. |
Con
el paso del tiempo, y tras nuevos descubrimientos en el campo de la evolución
humana, el Neandertal fue poco a poco ocupando un lugar mejor posicionado
respecto a los humanos modernos, pero siempre en un plano inferior, de menor
evolución, manteniendo el arquetipo de bruto, salvaje y atolondrado.
Durante
el siglo XX, dicho homínido pasó de ser ancestro directo del hombre, a una
variante de éste, después a una especie totalmente apartada, y por último, ya
en el siglo XXI, parece retomar de nuevo cierta implicación con nuestra
genética, gozando de un estatus de gran capacidad intelectual y cultural que
prácticamente lo iguala a nosotros en todos sus aspectos, aunque todavía es
mucha la reticencia a la hora de aceptar esta concepción, y sigue planeando la
sombra del arquetípico "hombre-mono" o ser “inferior” sobre la mayoría
de ciudadanos de a pie e incluso una buena parte del ámbito científico.
Ya
les he hablado en otro post sobre la dificultad extrema o los inconvenientes a
la hora de establecer especies distintas, bien diferenciadas y secuenciadas, en
un pasado remoto, y cómo la tendencia actual parece sugerir que no es posible
descartar que se haya mantenido algún tipo de hibridación, un flujo genético
entre los componentes asignados a éstas, más frecuente del hasta ahora
aceptado, durante varias oleadas migratorias desconocidas en el presente.
Y
es que siendo objetivos, en base a los descubrimientos recientes, una visión
general se encuentra con que desde hace al menos un millón de años existen
diversas formas intermedias entre Homo
erectus (y ergaster) y los
humanos modernos (Homo sapiens),
cuyas relaciones no están plenamente establecidas y distan mucho de ser
definitivas.
Adaptando
el reciente hallazgo de aportación genética neandertal sobre humanos modernos
de Europa, Asia, y por extensión, Oceanía y América, los paleoantropólogos
tratan ahora de ver formas del Homo
antecessor europeo (800/700.000 B.P.) en África, que supongan un nexo
común, derivado desde poblaciones de erectus (ergaster), hace alrededor de un
millón de años, que irían evolucionando hacia el tipo Homo heidelbergensis en Europa, y Homo rhodesiensis en el continente africano.
Lo
bien cierto es que desde hace más de 500.000 años, encontramos una serie de
fósiles en distintos continentes que guardan grandes semejanzas entre sí,
aunque presenten además otros rasgos propios distintivos.
En
Europa encontramos a Homo heidelbergensis,
mientras que en África tenemos a Homo
rhodesiensis, ambos parecen encuadrarse en un proceso intermedio que los
lleva desde formas erectus hacia formas neandertales y sapiens, respectivamente,
y no podemos olvidar que esta circunstancia se observa también en el Hombre de
Solo, del sudeste asiático, cuyos restos han sido datados muy cercanos en el
tiempo, hace entre 53.000 y 27.000 B.P.
Cráneo de neandertal. |
Pero
incluso dentro de Europa se han hallado formas que en un principio fueron
asignadas a Homo heidelbergensis
aunque presentan mayores similitudes con Homo
rhodesiensis, como el Hombre de Petralona (Grecia), con una datación que se
ha fijado en 250.000 B.P.
No
se descarta que ciertos tipos evolucionados de erectus-ergaster norteafricanos,
como Homo mauritanicus ("atlantrophus"),
relacionados con heidelbergensis como una variedad primitiva de éste, llevaran
a cabo una migración hasta Europa hace entre 600 y 500.000 años, que
desplazaría a los olduvayenses georgicus y antecessor, toda vez que adaptaron
su cultura transicional hacia el achelense con un achelense más evolucionado
que estaba ya presente entre los humanos de Ubeidiya (Israel) desde hacía al
menos 1'4 millones de años.
En
este sentido cabe puntualizar que estos heidelbergensis arcaicos mauritanos
presentan similitudes con heidelbergensis centroeuropeos (Mauer) y con el
Hombre de Ceprano, pero mantienen diferencias respecto a los heidelbergensis
hallados en la Sima de los Huesos de España, que ofrecen sin embargo cierta
continuidad con Homo antecessor, por
lo que no sería nada descartable la hibridación entre estos últimos, más que
una evolución directa del tipo antecessor al tipo heidelbergensis.
Últimamente
se intenta identificar los restos más antiguos de Homo mauritanicus africanos (800/700.000 B.P.) como pertenecientes
a Homo antecessor, para encajar así
una secuenciación mejor adaptada al esquema evolutivo, aunque esta visión no
está exenta de controversia.
Tomando
este gran rompecabezas que supone la reciente evolución humana, existen dos
posturas o corrientes entre los investigadores del presente.
Unos
prefieren encuadrar a todos los tipos humanos descubiertos con antigüedad
cercana al medio millón de años bajo el nombre de "sapiens arcaicos",
que presentan algunas características morfológicas similares y una capacidad
craneal inicial entre 1250 y 1350 c.c., lo que incluiría a heidelbergensis,
rhodesiensis y otros no descubiertos, así como a sus descendientes, neandertal,
irhoud, idaltu, flosrisbad, denisova y solo, que también tendrían sus propios
rasgos distintivos.
Otros,
por el contrario, sólo aceptan la nomenclatura de "sapiens arcaicos"
para aquellos tipos derivados desde Homo
rhodesiensis en el continente africano; irhoud, florisbad, idaltu y
finalmente Kibish, que sería nuestro tipo primigenio de hombre moderno, que
apareció hace unos 200.000 mil años y comenzó su expansión fuera de África hace
unos 100.000 B.P.
Una
vez más hay que poner de relieve que el aporte genético de neandertal sobre
sapiens y las características del Hombre de Solo del sudeste asiático, con una
mezcla de rasgos claramente erectus y sapiens, están apuntando de manera
demasiado evidente hacia la Tercera Vía o Teoría Mixta, es decir, a una
reciente salida desde África de nuestro tipo base principal, el Homo sapiens de
Kibish, que recibió aporte genético de otras formas muy próximas, seguramente
subespecies, como neandertales y erectus tardíos, en distintas partes del Viejo
Mundo.
Es
muy probable que de haber quedado aislados, muchos de estos tipos
transicionales entre erectus y sapiens hubieran evolucionado definitivamente
hacia especies propias, incapaces de reproducirse entre ellas, sin embargo esto
no sucedió, el ser humano siempre fue capaz de emprender nuevas oleadas
migratorias y facilitó patrones de convievencia y contacto con sus
"vecinos" y congéneres.
Por
lo tanto, a día de hoy, me inclino más por la opción de considerar como
"sapiens arcaicos" a todas aquellas formas intermedias aparecidas
desde hace al menos 600.000 años, y sigo pensando que el aporte genético entre
poblaciones cercanas debió garantizar una continuidad casi a escala global
desde los tiempos de Homo ergaster.
Con
todo, las primeras evidencias de restos neandertales aparecen datadas durante
la fase climática interglaciar del Mindel-Riss (250/230.000 B.P), poniendo en
tela de juicio el arquetipo del neandertal como homínido evolucionado hacia una
adaptación perfecta a las rigurosas condiciones climáticas del frío glaciar.
Cabe,
pues, empezar a desmitificar concepciones muy arraigadas, y nada mejor para
ello que las conclusiones que se desprenden de los últimos trabajos de numerosos
científicos, quienes ofrecen una visión muy significativa en este terreno,
poniendo de relieve que las ocupaciones continuas del Hombre de Neandertal se
dieron en aquellas zonas de Europa que mantenían ecosistemas de clima templado,
asociados a espacios boscosos y donde no faltaran los abrigos rocosos, e
incluso en áreas costeras, estando ausentes en las zonas frías más castigadas
por los efectos de la glaciación.
¿Significa
esto que el neandertal no estaba preparado para climas fríos?. No, a mi juicio.
Aún hoy, en un estadio interglaciar, podemos constatar claramente el rigor
climático de Europa, que fuera de los ecosistemas costeros mediterráneos,
presenta largos inviernos muy fríos acompañados por frecuentes nevadas.
Así
pues, el neandertal parece haber surgido (a tenor de los restos hallados) a
partir de un cuello de botella producido entre poblaciones de Homo
heidelbergensis de la Península Ibérica, durante el interglaciar Mindel–Riss,
expandiéndose después por el resto del continente europeo y algunos puntos de
Asia Occidental.
Bajo
estas circunstancias puede entenderse que tras los estudios óseos y genéticos,
el hombre de neandertal sea presentado como un tipo humano adaptado en cierta
medida a condiciones algo frías, con una imagen que se corresponde con la de un
homínido muy musculado, de no demasiada estatura en comparación a los humanos
actuales, bastante robusto, con arcos superciliares muy marcados, provisto de
un importante apéndice nasal, orejas pequeñas, bastante velludo, y probablemente
caracterizado por un color de piel, ojos y cabellos claros, que ya en lo
referente a este último aspecto se confirma con el descubrimiento de cierto gen
de su ADN relacionado con los pelirrojos.
Sin
embargo, y aceptando esto, toda vez que el avance del último período glaciar
fue recrudeciendo las condiciones ambientales, el Hombre de Neandertal se vio
obligado a refugiarse en las penínsulas meridionales o en las cordilleras
abrigadas de Europa, como tantas otras especies de climas templados, favoreciendo
así la fragmentación de poblaciones que iban quedando inconexas y que poco a
poco se adentraban por la peligrosa senda de la extinción.
Y
es que las mismas oscilaciones climáticas durante el último período glaciar,
debieron dar origen a multitud de procesos de avance y retirada de las
poblaciones neandertales, que dependiendo del momento, se expandieron hacia el
norte, o buscaron refugio en el sur.
Existen
evidencias de ocupaciones antiguas de alguna cueva en yacimientos israelíes que
datan una primera presencia de humanos modernos o sapiens en fases muy
anteriores a otras posteriores de neandertales, que terminarán por desaparecer
de la zona, dejando el espacio a nuevos componentes de Homo sapiens.
Oscilación de temperaturas durante el último período glaciar. |
Pero
todo este proceso “misterioso” de oleadas, convivencia, aporte genético y
desarrollo de nuevos estadios culturales entre neandertales y humanos modernos,
y sus posibles consecuencias, serán la temática del próximo post, ya que debido
a su complejidad merecen ser tratados en
un capítulo aparte.
Crédito de imágenes:
Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 2: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 3: Miguel Llabata.
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Foto 6: Miguel Llabata.
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