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miércoles, 7 de enero de 2015

EL HOMBRE DE NEANDERTAL.




Pocos temas científicos han sido capaces de llegar al gran público como el que hoy nos ocupa, el del Hombre de Neandertal.
La fascinación que sentimos por la historia de esta “especie”, desde su descubrimiento, ha permitido al ciudadano medio un conocimiento bastante aproximado acerca de un momento concreto de la prehistoria humana.
Sin embargo, existen una serie de estereotipos, comúnmente aceptados, que distan bastante de aproximarse a una compleja realidad, dejando muchas preguntas sin respuesta en el tintero.
Para empezar a hablar del Hombre de Neandertal debemos partir de una premisa que normalmente no se tiene en demasiada consideración, y es que, pese a ser una de las “especies” mejor representadas en el registro fósil, tan sólo disponemos de restos atribuibles a poco más de cuatrocientos individuos, lo que resulta sin duda una base muy pobre para extraer conclusiones definitivas sobre procesos de evolución, desarrollo, convivencia, patrones de conducta o relación con los sapiens modernos.

Las primeras muestras óseas de estos humanos fueron halladas durante la primera mitad del siglo XIX en Bélgica y Gibraltar, pero no fueron tenidas en cuenta, con todo su significado, hasta el descubrimiento de los restos del Valle de Neander (Alemania), por J.K.Fuhlrott, en 1856.
Como interpretaciones para esta nueva tipología craneal y esquelética, en una época donde ni siquiera había sido expuesta la Teoría de la Evolución de Charles Darwin (1859), se argumentaron lo que hoy definiríamos como estrambóticos razonamientos, véase el de Franz Mayer, que trataba de explicar las evidentes diferencias con los restos óseos de humanos modernos a partir de conclusiones que postulaban una deformación ósea debida a causas anormales, fruto de procesos patológicos. Así, se pensó que los restos hallados en Neander correspondían al esqueleto de un cosaco perseguidor de Napoleón que sufría raquitismo, de ahí la curvatura de sus piernas, y la pronunciación de los arcos superciliares, debido al extremo dolor que padecía…
Tras la publicación de El origen de las especies y su planteamiento de la Teoría de la Evolución, el hombre de Neandertal se convirtió en el candidato idóneo para ocupar el puesto de eslabón perdido entre el simio y el hombre, así que ya pueden imaginar las representaciones que de ellos hicieron los ilustradores del momento.

Hombre de neandertal simiesco, según Frantisek Kupka.

Con el paso del tiempo, y tras nuevos descubrimientos en el campo de la evolución humana, el Neandertal fue poco a poco ocupando un lugar mejor posicionado respecto a los humanos modernos, pero siempre en un plano inferior, de menor evolución, manteniendo el arquetipo de bruto, salvaje y atolondrado.
Durante el siglo XX, dicho homínido pasó de ser ancestro directo del hombre, a una variante de éste, después a una especie totalmente apartada, y por último, ya en el siglo XXI, parece retomar de nuevo cierta implicación con nuestra genética, gozando de un estatus de gran capacidad intelectual y cultural que prácticamente lo iguala a nosotros en todos sus aspectos, aunque todavía es mucha la reticencia a la hora de aceptar esta concepción, y sigue planeando la sombra del arquetípico "hombre-mono" o ser “inferior” sobre la mayoría de ciudadanos de a pie e incluso una buena parte del ámbito científico.
Ya les he hablado en otro post sobre la dificultad extrema o los inconvenientes a la hora de establecer especies distintas, bien diferenciadas y secuenciadas, en un pasado remoto, y cómo la tendencia actual parece sugerir que no es posible descartar que se haya mantenido algún tipo de hibridación, un flujo genético entre los componentes asignados a éstas, más frecuente del hasta ahora aceptado, durante varias oleadas migratorias desconocidas en el presente.
Y es que siendo objetivos, en base a los descubrimientos recientes, una visión general se encuentra con que desde hace al menos un millón de años existen diversas formas intermedias entre Homo erectus (y ergaster) y los humanos modernos (Homo sapiens), cuyas relaciones no están plenamente establecidas y distan mucho de ser definitivas.
Adaptando el reciente hallazgo de aportación genética neandertal sobre humanos modernos de Europa, Asia, y por extensión, Oceanía y América, los paleoantropólogos tratan ahora de ver formas del Homo antecessor europeo (800/700.000 B.P.) en África, que supongan un nexo común, derivado desde poblaciones de erectus (ergaster), hace alrededor de un millón de años, que irían evolucionando hacia el tipo Homo heidelbergensis en Europa, y Homo rhodesiensis en el continente africano.
Lo bien cierto es que desde hace más de 500.000 años, encontramos una serie de fósiles en distintos continentes que guardan grandes semejanzas entre sí, aunque presenten además otros rasgos propios distintivos.
En Europa encontramos a Homo heidelbergensis, mientras que en África tenemos a Homo rhodesiensis, ambos parecen encuadrarse en un proceso intermedio que los lleva desde formas erectus hacia formas neandertales y sapiens, respectivamente, y no podemos olvidar que esta circunstancia se observa también en el Hombre de Solo, del sudeste asiático, cuyos restos han sido datados muy cercanos en el tiempo, hace entre 53.000 y 27.000 B.P.

Cráneo de neandertal.

Pero incluso dentro de Europa se han hallado formas que en un principio fueron asignadas a Homo heidelbergensis aunque presentan mayores similitudes con Homo rhodesiensis, como el Hombre de Petralona (Grecia), con una datación que se ha fijado en 250.000 B.P.
No se descarta que ciertos tipos evolucionados de erectus-ergaster norteafricanos, como Homo mauritanicus ("atlantrophus"), relacionados con heidelbergensis como una variedad primitiva de éste, llevaran a cabo una migración hasta Europa hace entre 600 y 500.000 años, que desplazaría a los olduvayenses georgicus y antecessor, toda vez que adaptaron su cultura transicional hacia el achelense con un achelense más evolucionado que estaba ya presente entre los humanos de Ubeidiya (Israel) desde hacía al menos 1'4 millones de años.
En este sentido cabe puntualizar que estos heidelbergensis arcaicos mauritanos presentan similitudes con heidelbergensis centroeuropeos (Mauer) y con el Hombre de Ceprano, pero mantienen diferencias respecto a los heidelbergensis hallados en la Sima de los Huesos de España, que ofrecen sin embargo cierta continuidad con Homo antecessor, por lo que no sería nada descartable la hibridación entre estos últimos, más que una evolución directa del tipo antecessor al tipo heidelbergensis.
Últimamente se intenta identificar los restos más antiguos de Homo mauritanicus africanos (800/700.000 B.P.) como pertenecientes a Homo antecessor, para encajar así una secuenciación mejor adaptada al esquema evolutivo, aunque esta visión no está exenta de controversia.



Tomando este gran rompecabezas que supone la reciente evolución humana, existen dos posturas o corrientes entre los investigadores del presente.
Unos prefieren encuadrar a todos los tipos humanos descubiertos con antigüedad cercana al medio millón de años bajo el nombre de "sapiens arcaicos", que presentan algunas características morfológicas similares y una capacidad craneal inicial entre 1250 y 1350 c.c., lo que incluiría a heidelbergensis, rhodesiensis y otros no descubiertos, así como a sus descendientes, neandertal, irhoud, idaltu, flosrisbad, denisova y solo, que también tendrían sus propios rasgos distintivos.
Otros, por el contrario, sólo aceptan la nomenclatura de "sapiens arcaicos" para aquellos tipos derivados desde Homo rhodesiensis en el continente africano; irhoud, florisbad, idaltu y finalmente Kibish, que sería nuestro tipo primigenio de hombre moderno, que apareció hace unos 200.000 mil años y comenzó su expansión fuera de África hace unos 100.000 B.P.
Una vez más hay que poner de relieve que el aporte genético de neandertal sobre sapiens y las características del Hombre de Solo del sudeste asiático, con una mezcla de rasgos claramente erectus y sapiens, están apuntando de manera demasiado evidente hacia la Tercera Vía o Teoría Mixta, es decir, a una reciente salida desde África de nuestro tipo base principal, el Homo sapiens de Kibish, que recibió aporte genético de otras formas muy próximas, seguramente subespecies, como neandertales y erectus tardíos, en distintas partes del Viejo Mundo.
Es muy probable que de haber quedado aislados, muchos de estos tipos transicionales entre erectus y sapiens hubieran evolucionado definitivamente hacia especies propias, incapaces de reproducirse entre ellas, sin embargo esto no sucedió, el ser humano siempre fue capaz de emprender nuevas oleadas migratorias y facilitó patrones de convievencia y contacto con sus "vecinos" y congéneres.
Por lo tanto, a día de hoy, me inclino más por la opción de considerar como "sapiens arcaicos" a todas aquellas formas intermedias aparecidas desde hace al menos 600.000 años, y sigo pensando que el aporte genético entre poblaciones cercanas debió garantizar una continuidad casi a escala global desde los tiempos de Homo ergaster.



Con todo, las primeras evidencias de restos neandertales aparecen datadas durante la fase climática interglaciar del Mindel-Riss (250/230.000 B.P), poniendo en tela de juicio el arquetipo del neandertal como homínido evolucionado hacia una adaptación perfecta a las rigurosas condiciones climáticas del frío glaciar.
Cabe, pues, empezar a desmitificar concepciones muy arraigadas, y nada mejor para ello que las conclusiones que se desprenden de los últimos trabajos de numerosos científicos, quienes ofrecen una visión muy significativa en este terreno, poniendo de relieve que las ocupaciones continuas del Hombre de Neandertal se dieron en aquellas zonas de Europa que mantenían ecosistemas de clima templado, asociados a espacios boscosos y donde no faltaran los abrigos rocosos, e incluso en áreas costeras, estando ausentes en las zonas frías más castigadas por los efectos de la glaciación.
¿Significa esto que el neandertal no estaba preparado para climas fríos?. No, a mi juicio. Aún hoy, en un estadio interglaciar, podemos constatar claramente el rigor climático de Europa, que fuera de los ecosistemas costeros mediterráneos, presenta largos inviernos muy fríos acompañados por frecuentes nevadas.
Así pues, el neandertal parece haber surgido (a tenor de los restos hallados) a partir de un cuello de botella producido entre poblaciones de Homo heidelbergensis de la Península Ibérica, durante el interglaciar Mindel–Riss, expandiéndose después por el resto del continente europeo y algunos puntos de Asia Occidental.
Bajo estas circunstancias puede entenderse que tras los estudios óseos y genéticos, el hombre de neandertal sea presentado como un tipo humano adaptado en cierta medida a condiciones algo frías, con una imagen que se corresponde con la de un homínido muy musculado, de no demasiada estatura en comparación a los humanos actuales, bastante robusto, con arcos superciliares muy marcados, provisto de un importante apéndice nasal, orejas pequeñas, bastante velludo, y probablemente caracterizado por un color de piel, ojos y cabellos claros, que ya en lo referente a este último aspecto se confirma con el descubrimiento de cierto gen de su ADN relacionado con los pelirrojos.
Sin embargo, y aceptando esto, toda vez que el avance del último período glaciar fue recrudeciendo las condiciones ambientales, el Hombre de Neandertal se vio obligado a refugiarse en las penínsulas meridionales o en las cordilleras abrigadas de Europa, como tantas otras especies de climas templados, favoreciendo así la fragmentación de poblaciones que iban quedando inconexas y que poco a poco se adentraban por la peligrosa senda de la extinción.
Y es que las mismas oscilaciones climáticas durante el último período glaciar, debieron dar origen a multitud de procesos de avance y retirada de las poblaciones neandertales, que dependiendo del momento, se expandieron hacia el norte, o buscaron refugio en el sur.
Existen evidencias de ocupaciones antiguas de alguna cueva en yacimientos israelíes que datan una primera presencia de humanos modernos o sapiens en fases muy anteriores a otras posteriores de neandertales, que terminarán por desaparecer de la zona, dejando el espacio a nuevos componentes de Homo sapiens.

Oscilación de temperaturas durante el último período glaciar.
 

Pero todo este proceso “misterioso” de oleadas, convivencia, aporte genético y desarrollo de nuevos estadios culturales entre neandertales y humanos modernos, y sus posibles consecuencias, serán la temática del próximo post, ya que debido a  su complejidad merecen ser tratados en un capítulo aparte.









Crédito de imágenes:

Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 2: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 3: Miguel Llabata.
Foto 4: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 5: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 6: Miguel Llabata.

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