Antes
de empezar a hablar sobre el Cuaternario, permítanme un breve apunte sobre la finalidad última del Ecologismo o Conservacionismo. Éste se fundamenta en la
idea de entender que somos parte de un todo, algo que afecta a un objetivo
común; el bien de nuestra especie.
Les pido pues un poco de paciencia y me permito la
licencia de insertar en este post a modo de prólogo de la Historia, una reflexión que nos
ayudará a comprender mejor que el debate sobre el saber, las ideas y los
conceptos no es algo cerrado, sino abierto y necesario, y por otro lado,
inseparable de cualquier disciplina que sea objeto de estudio.
En
ese sentido el conocimiento a nivel “de calle” debe ampliarse haciéndose
sencillo, comprensible. Imposible que unos cuantos elegidos solucionen los
problemas de la mayoría, sin participación global.
Y
es que somos lo que quisimos ser, o mejor dicho, lo que nos procuramos, y de
ello debemos aprender, para evitar o proponer nuevos modelos.
En
la larga y compleja historia del Cosmos, o de nuestro mismo hogar, La Tierra, nuestra
presencia es apenas un suspiro, una insignificancia que, en términos relativos,
y después de casi catorce mil millones de años, reduciría nuestro paso por los
mismos, a escala, en unos pocos minutos si adaptáramos a un año todo lo acontecido, como ejemplo didáctico, o tan sólo de segundos si
atendemos únicamente a la Historia, desde Sumeria y Egipto hasta hoy.
Como
si el planeta en que vivimos o la Naturaleza, hubieran contado poquito con
nosotros en esto de existir. Tampoco somos tan relevantes e importantes…
Pues
bien, en esos “diez segundos de Historia Cósmica”, desde hace unos 7.000 años hasta hoy, el Homo sapiens (o sea, nosotros),
como producto de esa Naturaleza, ha ido modificando el planeta hasta
convertirse en la especie dominante del mismo.
Desde
esta visión egocéntrica, normalmente apartada del concepto de ser un animal
más, no parecemos caer en la cuenta de que efectivamente, nuestra especie,
tendrá fecha de caducidad.
Podremos
adaptarnos, modificar y hasta colonizar otros planetas, pero aunque
sobrevivamos por un tiempo más o menos extenso, terminaremos evolucionando
hacia otra especie o desapareceremos para siempre, tal y como ha sucedido con el resto de vida planetaria.
Ahora
bien, bajo ese prisma, mañana nos levantamos, maltratamos a todos nuestros
semejantes, robamos, vivimos “a cuerpo de rey”, y esperamos al “Día del Juicio
Final”, total, qué más da, si esto está perdido sí o sí, ignoramos la ética y
las leyes de convivencia entre humanos.
Fíjense
si no en los leones, que si pueden se alían contra el macho de una manada, lo
matan o lo echan de su clan, se quedan con sus leonas y con su territorio,
matan a las crías del rival y transmiten sus propios genes…¡¡La sabia ley del
más fuerte!!.
Pero
resultó que la Naturaleza quiso proporcionar una cualidad al ser humano que fue
precisamente la que le permitió doblegar al resto. No fue la fuerza del león,
ni la velocidad del antílope, ni el camuflaje de un insecto, ni las alas de un
ave…fue un alto nivel de inteligencia respecto al resto.
Esta
inteligencia nos llevó hacia una triple “c”, la de la consciencia, la
conciencia y la ciencia, y entendimos que, en contra de la afirmación de Thomas
Hobbes, “El hombre es lobo para el
hombre”, debíamos considerar esto de ser animales sociales con una serie de
pautas, cargadas de ética, moral y leyes, para hacer más fácil y llevadera
nuestra subsistencia.
Muchos
siguen anclados en el determinismo y dicen que ni los debates, ni los
argumentos, ni las ideas, son capaces de evitar un final prefijado. Podría ser,
pero a buen seguro que nos ayudarán a llegar mejor hasta él o incluso a facilitar una transición a la nueva evolución.
Pero,
¿recibimos estas pautas y leyes para y con nosotros, como las recibió Moisés,
del Altísimo, en forma de Tablas Sagradas?...Seguramente no.
Hemos sido
nosotros, con nuestros pensamientos, con nuestras ideas, con nuestra
conciencia, con nuestras tendencias y nuestras visiones, según cada época,
quienes fuimos escribiéndolas y revisándolas continuamente para modificarlas
buscando mejorarlas en todo lo posible.
Así,
en el terreno de lo social o lo político, avanzamos hacia estados democráticos
en contra de los totalitarismos, por y para el bien común. Sin las ideas,
debates y reivindicaciones de hombres y mujeres, esto no sería posible.
Resumiendo,
que es el ser humano el encargado de decidir qué es lo bueno y qué es lo malo
para su especie, qué acciones son correctas y cuáles no. Esto afecta a todos
los ámbitos de la propia especie, no sólo a los que entran en conflicto con las
demás.
En definitiva, de nosotros depende nuestra propia Evolución como especie.
En definitiva, de nosotros depende nuestra propia Evolución como especie.
¿Cuál
es la idea básica (después muy desvirtuada) del Ecologismo?; intentar que el
ser humano en su conjunto alargue su existencia y la disfrute de la forma más
placentera que pueda. Se trata de pensar en la especie a largo plazo, y dentro
de ésta, prestándole toda la atención posible, en el individuo. No de cómo
vivamos sólo nosotros, sino nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y
todas las generaciones venideras hasta que evolucionemos o desaparezcamos, porque si no, caemos
en la ley del más fuerte.
Algunos
argumentan, “que esa es una Ley Básica de la Naturaleza y es la que hay que
respetar”…No lo comparto, nosotros somos parte de la Naturaleza, y por tanto,
todos nuestros productos, acciones, ideas y pensamientos, son fruto de ésta, no
caigamos una vez más en la supremacía egocéntrica del ser humano, como algo
ajeno a ella.
Sostenibilidad,
racionalidad y altas dosis de tolerancia, estas son las claves que pueden dejar avanzar lo suficiente a la Ciencia como para permitir una adaptabilidad en positivo.
Para
conseguirlas, lo primero es entender que todos formamos parte de un gran
sistema, una compleja pirámide ecológica en la que ninguna especie sobra por
completo y de la que no podemos escapar ni siquiera con nuestra inteligencia,
un círculo vicioso que nos da o nos quita según lo manejemos, que puede
prolongar nuestra existencia o acelerar nuestro exterminio, dependiendo de cómo
actuemos sobre él.
Los
humanos potenciamos nuestra cualidad más sobresaliente, el raciocinio,
precisamente porque fue ésta la que nos permitió seguir en este complejo
entramado. Nos dio un espacio, un hueco en el juego de la vida. Si otras
especies se extinguieron no fue tanto por fruto del azar puro y duro, como a
veces se argumenta. Simplemente sus particularidades excepcionales no fueron
capaces de superar a las de otras.
Las
hubo que encontraron en un alto nivel reproductivo su “vehículo” para dicha
carrera, algunas potenciaron su capacidad para el camuflaje, otras
desarrollaron complejos sistemas defensivos, como las sustancias venenosas, o
su musculatura, para adquirir velocidad, mientras que el tamaño, mayor o menor,
también jugó sus bazas, así como la especialización o la generalización. Un
sinfín de cualidades que permitieron a unos sobrevivir por encima de los demás,
quizás no de manera consciente, pero sí selectiva, pues quienes lo consiguieron
transmitieron los genes “ganadores” a sus descendientes. Una competición
desigual, no sólo en espacio sino en tiempo, donde muchos de los que fueron
vencedores durante grandes períodos, pasaron con posterioridad al rango de
vencidos, entregando su legado a los nuevos triunfadores.
Y
si en algo podemos nosotros diferenciamos del resto de animales no es simplemente
por poseer un mayor nivel de inteligencia, sino por la cualidad de preguntarnos
acerca de lo que nos rodea y darle un sentido. Esto nos impulsó hacia un
sentimiento de creencia en aquello que considerábamos nuestra meta u objetivo.
Una necesidad orientada hacia diversas causas o fines, pero siempre presente en
nuestra constitución como especie, un proceso que alcanzó cotas insospechadas, en una carrera acelerada
e imparable, sin marcha atrás.
Pero
en esta carrera particular de especie hay miedo, mucho miedo, y no faltan los
motivos…
Crédito de imágenes:
Foto 1: Public Domain Images.
Foto 2: Miguel Llabata.
Foto 3: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 4: Miguel Llabata.
Foto 5: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
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