Hablar
de la prehistoria del hombre supone adentrarse de lleno en el terreno de lo
desconocido, un sinfín de preguntas sin respuestas definitivas que intentan
llenar el vacío de lo que ya les he presenté en mi anterior etapa como “un
tiempo que olvidamos”.
Hace
algo menos de dos millones de años la Tierra atravesaba una fase climática
glaciar conocida hoy como Donau, encuadrada ya dentro del Cuaternario. La
expansión de los hielos desde los polos había propiciado el descenso del nivel
de las aguas oceánicas a nivel planetario, favoreciendo la caída de las
temperaturas, una menor humedad y el consiguiente aumento de los ecosistemas
fríos y secos, de tipo estepario.
En
ella sabemos que estuvieron ya quienes, con toda seguridad, podemos denominar
humanos. Sin
embargo, aquellos ancestros, aquellos abuelos de los que descendemos todos los
hombres y mujeres del presente, compartían escenario con otros seres muy
parecidos de los que hoy no tenemos referentes, pues tan sólo nos quedan
parientes bastante más lejanos, que conocemos como chimpancés.
En
aquel contexto suponemos hoy la coexistencia de al menos cuatro tipos distintos
de homínidos que compartieron hábitat desde entonces, y durante casi un millón
de años, alternando distintas fases glaciares e interglaciares, en un extenso
período temporal.
Pero
para empezar a hablar sobre nosotros, sobre nuestro origen, sobre nuestro más
remoto pasado, cabría hacerse una primera pregunta fundamental.
¿Qué
podemos considerar humano?...
A
la que podrían seguir otras como; ¿Quiénes fueron todos aquellos homínidos?,
¿cómo podríamos definirlos?, ¿qué relaciones mantuvieron entre sí?...
Idealización del modelo evolutivo del ser humano |
Existe
una especie de consenso académico a la hora de establecer cómo se desarrolló
nuestro pasado más remoto, pero lejos de presentarse como algo definitivo y
totalmente veraz, este acuerdo no es sino una de las múltiples bases posibles
desde las que partir.
A
menudo, muchas de las evidencias e indicios hallados apuntan hacia conclusiones
muy distintas a las mayoritariamente aceptadas, desajustando el arduo trabajo
de generaciones que se han esforzado por establecer una cronología y unas
secuencias del desarrollo del ser humano durante tan larguísimo período, por lo
que con frecuencia son tachadas de inconsistentes tan sólo porque no se ajustan
a las teorías más dogmáticas.
Si
ya es difícil ponerse de acuerdo o establecer con exactitud lo acontecido
durante los seis milenios anteriores al nuestro, que pueden considerarse como
historia por los documentos escritos que dejaron constancia del día a día de
nuestros antepasados, mucho más lo será conforme nos remontemos atrás en el
tiempo y pretendamos conjeturar y completar el rompecabezas a partir de
incompletos restos materiales o teorías viciadas por corrientes ideológicas del
momento en que se estudian.
De
esta forma la mayor parte de la población conocemos, como mucho, una parte, una
visión sesgada y parcial de esta edad oscura que se remonta a nuestro
nacimiento como especie.
Trataré
aquí, pues, de mostrarles una visión de conjunto, que entremezclará la
comúnmente aceptada con otros aspectos que, desde el más absoluto rigor, no se
ajustan tanto a ella, pero que de una u otra forma habrá que acabar por tener
en cuenta si no queremos dejar de lado una buena parte del verdadero pasado de
la Humanidad.
Charles Darwin. |
Durante
milenios, y hasta hace tan sólo ciento cincuenta años, el hombre explicó su
origen como producto de una acción divina, fuere en la cultura que fuere, de
este modo dio sentido a su aparición en el mundo que habitaba. Desde la
aparición de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, inmersa de lleno en
el auge del racionalismo empírico, esta concepción cambió para llegar a
considerarnos como fruto de un proceso de cambio y transformaciones que a
partir de un antepasado común a otros animales, nos hizo nacer como seres
humanos de pleno derecho. Sin embargo, ya desde el principio, observamos
grietas que quedan abiertas, y que ofrecen serias dudas acerca de cuál fue
verdaderamente el camino que seguimos en nuestra evolución.
Por
descontado, no existe ninguna secuencia completa que establezca este tránsito
desde un antepasado común con los primates hasta Homo sapiens, pero lo que
resulta todavía más desconcertante es que ni siquiera podemos definir con
exactitud lo que significa “humano” ni qué características debe poseer una
especie para considerarse como tal, es más, ni siquiera podemos establecer
claramente el propio concepto de “especie”.
Hasta
hoy, el principal argumento de quienes se oponen al modelo evolutivo darwinista
radica en que no se ha encontrado ese supuesto “eslabón perdido”, ancestro
común a simios y hombres. Por su parte la respuesta de los evolucionistas ha
sido, en los últimos tiempos, la de asegurar que no existe “un eslabón perdido”
sino “muchos encontrados”.
Tales
afirmaciones, si se contempla la cuestión de manera objetiva, presentan dudas
más que razonables.
Pero
no se alarmen, ya les dije que este blog navegaría a contra viento (crispando
las mentes más recalcitrantes) durante buena parte de su recorrido.
Si
han pensado que se trata de una apología decidida del Creacionismo en contra
del Evolucionismo, están muy equivocados.
Para
empezar, hay que partir de la base de que cualquier investigador del tema, como
sucede en muchos otros ámbitos de la vida, ve condicionada su carrera, su
financiación y su prestigio en base a los resultados obtenidos. No debe pues
extrañarnos que cada huesecillo, si hay margen para ello, se convierta en una
nueva especie y por ende, en noticia sensacionalista.
Como
si de mercaderes ambulantes se tratara, escucharemos en muchas ocasiones los
grandiosos descubrimientos de personalidades que refuerzan una corriente
establecida, esa tela de araña envolvente de la que ya les he hablado en alguna
ocasión.
¡Una
nueva especie!, ¡una prueba más!, ¡un nuevo vínculo!...
Y
así, de unos pequeños fragmentos óseos se inventa toda una historia alejada de
la variedad real, de la población exacta, de la complejidad inter-especies.
Esto
es lo que se nos cuenta, lo que llega, lo que damos por válido. Hay otros
matices que no interesa que se desvelen tanto, al parecer.
Les
hablo más bien de una inercia, una rueda de la que muchos temen salir. Con
ejemplos muy sencillos vamos a intentar desmenuzar paso a paso lo establecido,
no para destruir, sino para aportar.
En
primer lugar cabría definir conceptos asumidos por todos pero que encierran en
sí una gran controversia. “Especie”, “Evolución”, ¿qué sabemos exactamente de
ellos?, ¿cómo los definimos?.
Portada de El Origen de las Especies. |
Los
mismos biólogos admiten que en su disciplina el tema de la especiación sigue
siendo enrevesado, complejo y sin resolución definitiva. El manual básico de
partida se llamaba curiosamente “El Origen de las Especies”, pero es
precisamente el origen mismo de éstas, cuándo se forman exactamente y cuándo se
separan hasta aislarse, la parte más oscura de todo el proceso evolutivo.
Siguiendo
definiciones básicas de manual encontramos que en Botánica y Zoología suele
considerarse especies a cada uno de los distintos grupos en que se dividen géneros
de seres vivos, que a su vez están compuestos por individuos que comparten
caracteres genéricos y tienen en común además otras semejanzas por las cuales
quedan vinculados entre sí, distinguiéndose de los que poseen las demás especies.
La especie puede subdividirse en ocasiones en variedades o razas.
La
especie puede considerarse, pues, como un conjunto de seres vivos constituido
por individuos que pueden reproducirse entre sí de forma indefinida, y cuya
descendencia es fértil.
En
Biología, una especie es la unidad básica de la clasificación biológica. Clasificación
que comprende los organismos relacionados que comparten características comunes
y son capaces de reproducirse, sin embargo, la determinación de los límites de
una especie es puramente subjetiva, y por tanto, siempre subordinada a interpretación de quien clasifique.
¿Qué
o quiénes deciden hasta dónde llegan los caracteres genéricos y cuándo dejan de
serlo para diferenciarse, asumiendo además que incluso dentro de éstos, los
habrá también propios, dando lugar a variedades o subespecies?
¿La
capacidad reproductiva fértil, quizás? Hasta hoy, éste es uno de los argumentos
de mayor peso.
Sin
embargo no es tan fácil en Biología definir una especie. No es infrecuente que
los descendientes de cruces inter-específicos (del mismo género pero de
distinta especie) no sólo sean viables, sino también fértiles. Es cierto que
esto resulta muy común en plantas, de hecho dicha “transferencia” de genes está
más que asumida en su caso, lo que ya resulta más incómodo de admitir para los
biólogos es que sea posible en otros reinos, especialmente en animales, pero
sucede así, en realidad.
El
cruce entre un león y una tigresa da como resultado un ligre. Si bien nunca se
ha documentado la existencia de un ligre macho fértil, esta circunstancia se
produce de forma corriente en las ligresas, que han vuelto a aparearse en
repetidas ocasiones con leones o tigres dando origen a nuevas crías fértiles
llamadas le-ligres o ti-ligres. Hoy en día las poblaciones naturales de leones
y tigres no se solapan, pero no sucedió así en el pasado.
Existen
muchas otras especies que crían híbridos fértiles en el propio medio natural,
por ejemplo los camélidos sudamericanos, como llamas, alpacas, vicuñas y
guanacos, diversos bóvidos, etc. Pero mejor que ningún otro, el caso del
coyolobo puede aclararnos las ideas al respecto.
Ligre (cría de león y tigresa) y Zubrón (cría de toro o vaca y bisonte) |
Lobo
y coyote se presuponen especies diferentes; lobo (Canis lupus), perro (Canis
familiaris, o bien Canis lupus familiaris), coyote (Canis latrans). Habitualmente los lobos cazan a los coyotes,
pues son competidores, por lo que no es nada normal su reproducción en
libertad. No obstante, en algunas ocasiones excepcionales se sabía que podía
ocurrir un cruce entre ellos, aunque las crías solían resultar ejemplares que o
bien nacían estériles, o bien disminuían su fertilidad con el paso de unas
cuantas generaciones.
Dicha
concepción ha sido puesta en revisión actualmente, al menos en una vasta zona
del este de Norteamérica, pues se ha documentado mediante pruebas genéticas el
nacimiento de una nueva especie; el coyolobo.
Se
trata de un híbrido que según el genetista Bradley White, de la Universidad de
Trent, supone el más claro ejemplo de un tipo evolutivo en acción, ya que las
causas de su nacimiento, su origen mismo, habría que rastrearlo en el tiempo en
un período que se prolongaría en más de cien años, coincidiendo con los procesos
de deforestación en la zona y con las persecuciones y controles de alimañas que
se han llevado a cabo en el territorio desde ese período.
La
gran adaptabilidad del coyote a condiciones desfavorables impidió su
rarefacción, en tanto que en el caso del lobo, los escasos supervivientes se
vieron abocados a procrear con sus parientes para lograr sobrevivir.
El
resultado fue el coyolobo, un animal que actualmente posee características de
ambas especies, capaz de reproducirse perfectamente, que caza en jaurías y ataca
a presas mayores, como hacen los lobos, pero que no desdeña otras menores como
roedores, lagomorfos y aves, e incluso, como su ancestro coyote, gusta de
frecuentar basureros y consume frutos y bayas, sin temor a penetrar en los
alrededores de zonas urbanas.
Cabría
decir pues, que al menos en parte, la aparición del coyolobo se debe al impacto
humano en el planeta, a la modificación de un hábitat, lo que no es sino una
transformación en las condiciones de vida hasta entonces imperantes.
Aparece
una nueva especie en escena y altera el ritmo normal de otras, como también
puede suceder cuando se dan cambios climáticos, en cualquier época y lugar.
Lobo (Canis lupus) y Coyote (Canis latrans). |
No
son pocos los biólogos que admiten que al concepto de especie no le queda otra
que cambiar. En el mundo microscópico sería una locura definir especies por las
barreras reproductivas, porque se reproducen casi todas entre ellas. En el
ámbito macroscópico el tema parece más definido, pero aun así encontramos muchos ejemplos que
debilitan y echan por tierra esta concepción.
Nuestro
pariente más cercano, el chimpancé, se distingue de nosotros en un 5% de su
genética, y si bien no se ha documentado ningún caso de cruce entre él y un
humano moderno, no podemos estar tan seguros de que esta circunstancia no se
haya producido entre distintas supuestas especies del género Homo en el pasado,
datos que ya resultan bastante más difíciles de demostrar, pero que aun así, se
han obtenido recientemente, apuntando hacia una dirección que numerosos
investigadores sospechaban, algunos apasionados del tema intuíamos, y que otros, con cierta
inquietud, trataban de silenciar o desprestigiar por temor a desestructurar un
concepto preestablecido y bastante dogmático; el de la evolución de las
especies a partir de secuencias y ancestros muy bien definidos, algo que en
realidad debe haber sido mucho más complejo de lo normalmente establecido o
aceptado.
Seguiremos con todo ello en próximos capítulos.
Crédito de imágenes:
Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
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Foto 6: Lobo: Public Domain Images Coyote: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Bueno sylvanus, me alegro verte con tanto impetu en este nuevo blog!!
ResponderEliminarYa me he leído todos los artículos que has puesto de momento y te doy mis felicitaciones porque has conseguido mantener vivo lo mejor de "El Tiempo que olvidamos". Aunque será mejor que bajes algo el pie del acelerador con el número de artículos o no podré seguir el ritmo jajaja
Y ansioso estoy porque empieces a desarrollar el mundo rewilding.
Por cierto. El relato de la primera entrada genial, tipo novela de Asimov!
Felicidades y espero ver a este blog crecer tan bien como lo hizo en anterior.