El
Gran Valle del Rift fue casi con toda probabilidad la cuna de la Humanidad, el
lugar donde los primeros ancestros de nuestra línea directa aparecieron para
comenzar una larga travesía que llegó hasta nosotros, y que sigue su camino a
través de nuestra especie hoy en día, hasta quién sabe dónde.
Dentro
de este espacio primigenio la Garganta de Olduvai (Oldupai) es un referente
imprescindible a la hora de aproximarnos a aquellos tiempos que olvidamos como
especie.
En
ella se han hallado restos arqueológicos de entre los más antiguos de todo el
planeta, en niveles de hace alrededor de más de dos millones de años, donde asociada a
restos de boisei y habilis se ha podido documentar la industria
lítica más primitiva, a base de lascas y cantos.
Pero
veamos un poco más de aquel nacimiento de lo humano…
Muchos
investigadores han querido ver en Ardipithecus al ancestro que dio paso al
género australopitecino. Aquel primer tatarabuelo africano que vivió hace unos
cuatro millones y medio de años contaba, entre sus principales características,
con la capacidad del bipedismo, la marcha erguida sobre dos piernas.
Sin
embargo la polémica está servida, pues Ardipithecus es un homínido de difícil
clasificación, ya que sus más que evidentes caracteres simiescos le convierten,
según la opinión de otros especialistas, en un mejor candidato para la línea
evolutiva propia del chimpancé. Una vez más se pone de manifiesto que la tarea
de recomponer el inmenso puzle a partir de los pocos restos encontrados es
prácticamente una utopía. ¿Qué ocurre con los que no se encuentran?, ¿estamos
hablando de una verdad absoluta que se ajusta a la realidad de lo que sucedió
hace casi cinco millones de años o más bien tratamos de encajar unas evidencias
ínfimas en una tendencia de nuestra visión actual? ¿De verdad podemos tomar tan
a la ligera un puñado de restos incompletos y sesgados para hacerlos encajar en
nuestra versión como una secuencia bien definida?
Es
una posibilidad más, pero en ningún caso un tema resuelto.
Paranthropus aethiopicus, Paranthropus boisei, Australopithecus africanus y Homo? rudolfensis. |
El
tema se va complicando a medida que aparecen en el registro arqueológico los
fósiles de especies de características similares en espacios cronológicos muy
extensos, de las cuales muchas coexistieron compartiendo hábitat.
Así
pues, aun validando a Ardipithecus como posible ancestro, lo cual ya es mucho
aventurar según los propios investigadores, se nos explica que éste debió dar
origen a Australopithecus anamensis hace unos 4’2 millones de años. Anamensis,
a su vez, sería origen de dos líneas evolutivas que comenzaron hace unos 3’8
millones. La línea de los australopitecos robustos o Paranthropus, a través del
Australopithecus afarensis, y la de los australopitecos gráciles, cuyo eslabón
nos es desconocido.
Al
parecer sería esta segunda rama, con ancestro desconocido, la que con
posterioridad evolucionaría hacia otras dos, que darían lugar por un lado a los
australopitecos africanus, hace unos 3 millones de años, y seguramente habilis
(hace dos millones) puesto que hoy son muchos los que tienden a considerar a
este último como Australopiteco más que como Homo, dadas sus características
morfológicas. Y es que en realidad su cualidad principal, ser hábil y construir
herramientas, se ha visto cuestionada por la más que probable asociación de
otras herramientas con australopitecos en diversos yacimientos.
Por
otro lado, la supuesta y no encontrada rama grácil de aquel desconocido
ancestro, descendiente de anamensis, llegaría hasta un primer Homo, hace unos
dos millones y medio de años, que también es una incógnita, ya que no hay
registro de él. A partir de aquí, (con muchos “supuestos” y vacíos, como vemos)
Homo aparece por primera vez bien constatado hace algo menos de dos millones de
años, en África, bajo el nombre de Homo ergaster.
Otra
corriente de investigadores se inclina por pensar que las ramas que derivaron
en Australopithecus, por un lado, y Homo, por otro, tendrían un antepasado
común, igualmente desconocido, pero que unos no intervendrían como ancestros de
otros en dicho proceso.
Es
decir, que desde un antepasado como Ardipithecus, surgieron dos o más ramas,
una de las cuales llevó hacia los australopitecos y otra hacia el género Homo.
Todo
este galimatías nos permite hacernos una idea aproximada del desconocimiento
profundo y seguramente poco realista de tan complejo proceso.
El
primer humano de la Historia de quien creemos tener constancia, a ciencia cierta,
es pues Homo ergaster.
En
este contexto, las primeras dataciones de herramientas descubiertas, aparecen
ya hace unos 2’6 millones de años, conocidas bajo el nombre de Cultura
Olduvayense, y dentro de ésta, en su fase más antigua, Estadio I.
Estos
restos de utensilios, cantos de piedra tallados, poliedros, raederas y lascas,
e incluso las primeras estructuras líticas a modo de refugio, los podemos
encontrar por esas fechas en zonas de Etiopía, Kenia, Tanzania, Marruecos y
África Austral, no sólo ligados a Homo habilis (del que ya hemos visto que se
discute mucho sobre si perteneció a dicho género, o más bien fue un tipo de
australopiteco), sino a otras especies australopitecinas.
Grupo de australopitecos. |
De
nuevo entraríamos aquí de lleno en la dificultad de definir con claridad a qué
o a quién podemos empezar a considerar pues humano de pleno derecho.
La
tecnología Olduvayense se prolongó tanto en el tiempo (incluso más de 1’5
millones de años), que los científicos prefieren hablar de diversas culturas
que compartirían una tradición común.
Si
bien en África los restos hallados parecen anteriores a los de otras partes del
mundo, muestras de estos utensilios se han encontrado en lugares tan distantes
como Europa o Java (en el Extremo Oriente asiático), y no necesariamente
vinculados a una sola “especie”.
Cultural
y tecnológicamente hablando, nos encontraríamos en el Paleolítico Inferior, o
Edad de Piedra Antigua en su primera fase, que presentaría a estos distintos
tipos de homínidos más bien como herbívoros, o quizás omnívoros, actuando
incluso como carroñeros o generalistas, capaces de aprovechar los restos de
animales muertos por otros predadores, aunque es casi seguro que también
cazaron presas pequeñas que estaban a su alcance.
Durante
un período aproximado de un millón de años, y atendiendo al número de especies
aceptadas por la ciencia, fueron varios los componentes de la rama de los
homínidos que convivieron en espacio y tiempo.
Australopithecus afarensis |
Hace
unos 2’5 a 2 millones de años, tendríamos a Australopithecus africanus,
Australopithecus garhi, Australopithecus sediba, Paranthropus aethiopicus y
Paranthropus boisei, todos ellos pertenecientes a la gran familia
australopitecina, caracterizada por su marcha bípeda, su alimentación
principalmente vegetariana, una altura de 1’30 a 1’40 metros y una media
cerebral similar a la de los simios modernos, en torno a los 500 c.c.
Respecto
a “Homo” rudolfensis, hace mucho tiempo ya que se discute su especiación aparte
de “Homo” habilis, de quien se cree que no es sino una variante. Ambos
homínidos, como vengo comentando, son mejor adscritos, según autores, al género
australopithecus por sus características, aunque se acepta que su capacidad
craneal fue un poco mayor, cercana a una media de unos 650 c.c., y se les
atribuye la capacidad de fabricar herramientas, que también compartirían con
otros australopitecos, como garhi.
Traspasando
la barrera de los dos millones de años, conforme nos acercamos al presente,
encontramos conviviendo probablemente a Australopithecus africanus,
Paranthropus boisei, Paranthropus robustus, Homo/Australopithecus habilis y por
primera vez una especie, que por sus características, es adscrita con total
certeza al género Homo; Homo ergaster.
Para
llegar a ergaster hemos dado un salto temporal de seiscientos mil años, extenso
período que deja un gran vacío cargado de inquietudes y preguntas sin respuestas
para la historia de una antiquísima “Humanidad”, que una vez más, se pierde en
la bruma del tiempo.
Crédito de imágenes:
Foto 1: Miguel Llabata.
Foto 2: Miguel Llabata.
Foto 3: Miguel Llabata.
Foto 4: Miguel Llabata.
Foto 5: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 6: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.
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