Hace
ahora unos 11.500 años comenzó un nuevo período climático, el Holoceno,
considerado, a día de hoy, como un estadio interglaciar del Cuaternario. Este
ciclo, de condiciones templadas, vino a poner fin a la última edad del hielo
conocida como Würm.
Los
efectos de frío glaciar se redujeron desde hace milenios, pues, para quedar
mucho más restringidos que en fases frías. Sin embargo, desde un punto de vista
de definición pura y dura, la presencia actual de extensiones de hielos en los
casquetes polares o en las altas cordilleras estarían indicando que todavía
nos encontramos, en mayor o menor medida, dentro de los grandes ciclos
glaciares.
Si
tuviéramos que buscar hoy en día lugares del mundo donde las condiciones
ambientales predominantes de un período típicamente glaciar pudieran todavía
encontrarse, de uno u otro modo, sin duda alguna nuestra atención se centraría
principalmente en un inmenso territorio, dentro de la región Holártica, que
podríamos bautizar como El Gran Norte.
El
Gran Norte queda constituido por una serie de territorios continentales, y
también algunas islas, que se sitúan en latitud justo en la parte meridional
del Círculo Polar Ártico, y, principalmente, en una vastísima extensión por
debajo de éste que grosso modo viene a coincidir con dos grandes zonas
bioclimáticas o biogeográficas, de ecosistemas bastante definidos, conocidas
como Tundra y Taiga, cuya principal característica son las condiciones extremas
producidas por bajas temperaturas, con medias de muchos grados bajo cero a lo
largo de buena parte del año.
Estos
inmensos y despoblados territorios pertenecen, administrativamente hablando, a
varios países entre los que sobresalen, por su extensión, Rusia, Canadá, y
Estados Unidos (Alaska), aunque también quedan algunos otros que podrían
incluirse en el conjunto por poseer ciertos enclaves significativos, como
Noruega, Finlandia, Suecia o Dinamarca (Groenlandia).
Pero
si queremos centrarnos en alguna zona, con vistas a llevar adelante la
reconstrucción ambiental a través del rewilding, no cabe duda que regiones o
estados como Siberia (en toda su complejidad y grandeza), Alaska, y bastantes
áreas del Canadá, ofrecerían condiciones más que de sobra para avanzar, y
mucho, en este sentido.
Siberia,
13.000.000 km2, Alaska, 1.700.000 km2, y varias regiones de Canadá, que
incluidas en este ámbito podrían sumar hasta 7.000.000 km2, ofrecen un total
aproximado de 22.000.000 km2, que se dice pronto, y además los ofrecen
cargados de espacios naturales prácticamente salvajes, donde la naturaleza y el clima
desbordan todavía al hombre representando uno de los mayores reservorios, si
no el mayor, en cuanto espacios y zonas a preservar se refiere.
Juntos
apenas alcanzan los 43.000.000 de habitantes, que se encuentran
bastante concentrados en determinadas ciudades. Y esto me viene muy bien para
adaptarlo como comparativa a mi país, España, que con alrededor de medio
millón de km2 (frente a los veintidós millones de El Gran Norte), mantiene una
población aún superior, cercana a los 47 millones de habitantes…No soy muy de
cifras pero en este caso creo que hablan por sí solas sobre el potencial de
esta enorme región natural de nuestro planeta.
Como
no podría ser de otra forma, tan enorme extensión alberga muy diversas
condiciones y espacios, desde la parte oriental de la cadena montañosa de los
Montes Urales hasta Terranova y Labrador (saltando el Pacífico), o desde los
páramos de hielo del Círculo Polar hasta las primeras estribaciones del
Himalaya o las praderas norteamericanas.
Podríamos
definir así tres grandes tipos de ecosistemas, con infinidad de
particularidades y combinaciones, que pasarían por la tundra, la taiga, y la
montaña.
La
tundra es un ecosistema generalmente llano, muy amplio, de paisaje abierto, que
en su inmensa mayoría de extensión carece de elemento arbóreo y en cuyas
condiciones ambientales, caracterizadas por el frío extremo y la sequedad, sólo
prosperan con gran éxito musgos y líquenes, y con mayor dificultad, una serie
de plantas herbáceas y arbustos de pequeño porte entre los que destacan
algunas emparentadas con los juncos, como las ciperáceas, que se distribuyen a
modo de pastos, y también ciertas especies de violetas, avenas, gencianas,
cardos, arándanos, sauces o abedules enanos.
No
sólo la escasez de lluvia sino el hecho condicionante de que este ecosistema
permanezca durante la mayor parte del año cubierto por hielo, con pocas horas
de luz, y con una cortísima estación primaveral y veraniega, impide el
desarrollo de otras comunidades vegetales.
Sin
embargo, en el breve período de deshielo, la tundra se llena de enormes áreas
pantanosas que explosionan a su vez en un increíble despliegue de
biodiversidad, plasmado en miles y miles de especies, que aprovechan las
condiciones ofrecidas por el entorno.
Un
medio extremo, como vemos, del que hablaremos de nuevo, en conjunto, unas
líneas más abajo.
Por
debajo de la tundra, en latitud, encontramos el inmenso y oscuro bosque boreal
o Taiga, el mayor cinturón forestal a nivel planetario, que, condicionado de
nuevo por un duro clima de largos inviernos tremendamente severos, es ocupado
por especies vegetales encuadradas mayoritariamente dentro del grupo de las
coníferas (pinos, alerces, abetos…) que dejan poco o nulo espacio al
sotobosque, representado sólo por juncos, rosales o arándanos.
La
gran mayoría de las coníferas no pierden sus hojas en invierno, por lo que a
pesar de padecer las grandes nevadas que cubren los infinitos territorios de la
taiga, muchas especies animales han sabido encontrar refugio al amparo de la
masa forestal.
Pero
en la taiga son muy comunes también otros sub-ecosistemas, producto del clima,
como los grandes y numerosos lagos o las marismas boscosas, conocidas como
turberas, cuencas lacustres repletas de material vegetal descompuesto que
suponen un ecosistema híbrido entre el medio terrestre y el acuático.
Dentro
del vasto espacio ocupado por la taiga el relieve juega también un papel
fundamental, y es que en muchas áreas del Gran Norte aparecen elevaciones
montañosas que en su interior reproducen otra serie de condiciones y
ecosistemas, vinculados al medio rocoso, o incluso, refugios, a modo de valles,
que permiten, por ejemplo, cierta proliferación del bosque caducifolio.
Así,
los montes del Tamir, los de Versjoyansk, Chersky, Dzhugdzhur, Stanovoy,
Shiotealin, Kolyma, Coriacos, Kamtchatkos o el Altai, en Siberia, las Montañas
Brooks, Aleutianas, Fuskokwim, o la Cordillera de Alaska, en Alaska, o las
Montañas Mackenzie, Cordillera Costera, Yukon, o Rocosas, en Canadá, disponen
de condiciones muy especiales y particulares a efectos de biodiversidad y
representatividad de la misma, dentro del rango del Gran Norte.
Una
cuestión de gran relevancia a la hora de plantear un rewilding reside en la
circunstancia de caer en la cuenta de que muchas de las especies que antaño
ocuparon estos ecosistemas, durante las glaciaciones, siguen todavía presentes
hoy en día, pero con una distribución espacial y de interrelación distinta.
¿Por
qué?, sería la primera gran pregunta.
Principalmente
por la combinación de dos factores; cambio climático e impacto del humano moderno.
La composición de los ecosistemas mayoritarios, durante la última etapa glacial, no fue la misma.
La composición de los ecosistemas mayoritarios, durante la última etapa glacial, no fue la misma.
Los
estudios científicos parecen apuntar a que en aquellos momentos el ecosistema
o hábitat principal en el Gran Nort, fue el conocido como Estepa del Mamut.
¿Pero
qué fue antes, el huevo o la gallina?...
La
Estepa del Mamut era un tipo de ecosistema herbáceo, de condiciones extremas y
frías, donde, sin embargo, ciertas comunidades vegetales de gran variedad
encontraban ámbito en el que prosperar.
El
permafrost, el mismo hielo, o las nieves, no parecían afectar a todo el
conjunto de este enorme ámbito de igual forma.
Seguramente
ello se debía a las particularidades ambientales a nivel planetario, mucho
menos húmedas y extremadamente secas, debido a la gran extensión de los hielos, pero
también a la proliferación de grandísimas manadas de animales, compuestas por
muchas más especies que en la actualidad, que ayudaban a mantener esos espacios
con su misma presencia.
De
esta forma, las especies que actualmente consideramos como representativas de
otras áreas encontraban hábitats favorables y convivían junto a otras que hoy
nos parecerían fuera de lugar.
Así,
fijándonos sólo en animales salvajes que aún hoy sobreviven, comprobamos que
saigas, caballos, bisontes, o, en ciertas áreas, ciervos, convivían junto a
renos y bueyes almizcleros, por poner sólo algunos ejemplos.
Cuando
los cambios climáticos del finiglacial comenzaron a modificar drásticamente
esas condiciones, las distintas especies animales fueron retirándose hacia
reductos donde todavía encontraban hábitat ideal suficiente.
Sin
embargo, y pese a que estas circunstancias se produjeron de igual modo en
anteriores etapas glaciares e interglaciares, permitiendo ese acantonamiento
que facilitó una posterior conquista con la llegada de otra etapa favorable,
esta vez ocurrió algo, un evento especial jamás antes producido a tal escala o
nivel, que barrió del mapa a un porcentaje enorme de especies, sobre todo de
megafauna, que tuvo como consecuencia un mayor impacto en la posterior
evolución de los ecosistemas que han llegado hasta el presente.
La
misma tundra, tal como hoy la conocemos, o el avance del bosque boreal,
llegaron pues a alcanzar extensiones tremendas que nunca antes habrían
conquistado, y que se tragaron los pequeños reductos o refugios que conservaban
las peculiaridades necesarias para la supervivencia de la fauna fría.
El
único factor de impacto letal y novedoso conocido hasta el momento para
explicar ese evento de extinción global en aquellas fechas determinadas fue la
aparición del humano moderno en esas áreas. Nuestra especie, con todo su nuevo
potencial, llegó para cambiarlo todo.
Deben
tener presente algo, este debate no puede entenderse como que el humano moderno
fue aniquilando una por una a todas las especies animales, hasta hacerlas
desaparecer. Tan sólo el favorecer el exterminio total de una de ellas, abocada
ya a cuellos de botella o endogamia poblacional, pudo acarrear un efecto
cascada de dimensiones impredecibles que arrastró al resto. Imaginen pues el
impacto sobre varias.
Un
claro ejemplo, que permite al menos hacerse una mínima idea de aquel impacto, se entendiende muy bien a través de un magnífico documental que pueden
encontrar en You Tube, y que les recomiendo con insistencia, cuyo título es: Cómo los lobos son capaces de cambiar el
curso del río.
En
el sur de Siberia la presencia de Homo sapiens está datada ya desde hace 40.000
años, sin embargo, en aquel entonces, las condiciones climáticas eran aptas y
favorables al desarrollo de la fauna fría, que no notó la presencia humana.
Con
el fin de la glaciación las condiciones ambientales fueron reduciendo el
hábitat de esas mismas especies, empujándolas a áreas extremas. Áreas que
durante cientos de miles de años les sirvieron para mantenerse bajo mínimos, a
la espera de tiempos más favorables. Esas esperas facilitaron incluso la
evolución, generando nuevas especies de tipo “frío”, que tomaban el relevo a
las anteriores, ocupando sus nichos.
Sin
embargo en esta ocasión, el ser humano, que por supuesto fue y es una especie
más dentro del contexto natural, avanzó también hacia el norte y alcanzó las
áreas refugio, e incluso aprovechó el todavía existente Puente de Bering para
alcanzar el continente americano precisamente en las fechas en que se
aproximaba el momento más delicado, el fin de la Edad del Hielo y la entrada
al Interglaciar Holoceno.
No
hubo alternativa para la gran megafauna, y poco a poco, especies, hasta géneros
que durante millones de años habían podido perpetuarse, desaparecieron para
siempre de forma brusca, repentina, anormal.
Podemos
asumir, y así es, que los humanos formamos parte de la naturaleza, y por tanto
esta desaparición es producto de la misma. Pero del mismo modo podemos intuir
también que tan devastador efecto puede tener, aumentado exponencialmente a
día de hoy, un efecto del todo imprevisible y seguramente catastrófico, en
definitiva, para la supervivencia futura de nuestra misma especie.
De nosotros
depende pues, llegar a un equilibrio. Equilibrio que empieza por
considerar a todas esas especies a las que condenamos y que eran fruto de la
evolución y composición de los ciclos de los ecosistemas, que ya estaban
presentes antes de nuestra aparición y que nos acompañaron desde nuestro
nacimiento como género, hasta llegar al evolucionado Homo sapiens.
En
los próximos capítulos de este primer bloque vamos a centrar la atención en las
especies que habitaron o que aún hoy habitan el Gran Norte, y en aquellas que
lo habitaron pero que hoy sólo están presentes en otras áreas, para abordar un
posible modelo rewilding en el que trabajar, desde el presente, para conseguir
el futuro.
No
quiero cerrar el artículo de hoy sin mencionarles algo que vale para toda la
sección. Quisiera que tuvieran siempre muy presente cuál es el ámbito concreto
de este espacio o plataforma.
Es
decir, aquí intentamos centrarnos en aspectos medioambientales,
conservacionistas, o incluso simplemente en el entretenimiento, y así hay que
comprenderlo. Por eso, no viene al caso mezclar otras cuestiones, pero por otro
lado tampoco me gustaría pasar por alto el reconocer que todo ello puede pecar
de cierta frivolidad.
Frivolidad
a la hora de comprender también cuáles son las circunstancias concretas de las
propias gentes de estas áreas del planeta, nuestros hermanos, que viviendo tan
distintas realidades, en países incluso rivales por la propia idiosincrasia
humana y todos sus enormes defectos y carencias, con muy diversas
particularidades, pueden encontrarse hoy a años luz de preocuparse si quiera
por estas cuestiones, pues bastante tienen con lo que tienen para poder salir
adelante.
Parecería
así que uno queda más preocupado por los "animalitos" o el medio
ambiente que por los propios humanos y las desgracias que padecemos. Pero nada
más lejos de la realidad. Eso está muy presente, pero en otro plano, porque si
no este blog no se centraría, y quizás hasta perdería potencial a la hora de servir de ayuda al futuro de la propia especie.
Los
humanos, por desgracia, todavía no hemos sido capaces de llegar a entendernos y
vivir en paz y armonía absoluta, y esto es algo que ni siquiera sabemos si
algún día llegará a tener lugar, pero no es menos cierto que desde ámbitos
como éste que nos ocupa, puede avanzarse mucho, como nexo común, para alcanzar
mayores compromisos en este objetivo.
Crédito de imágenes:
Números 1, 2, 4, 6, 7, 9, 11, 13 y 14, son archivos de Public Domain Images.
Números 5, 8, 10 y 12, son archivos libres de derechos de Wikimedia Commons.
Número 3, mapa, de Miguel Llabata.
Buena exposición Miguel,aún que para muchos parezca extraño la humanidad también necesita a esta fauna para subsistir y es que ya lo dicen, menor biodiversidad menor habitavilidad para el ser humano y esto tambien influye la presencia de la megafauna,aún que el ganado domestico pueda "emular" la acción ramoneadora de la fauna salvaje,no alcanza el nivel de gestion que pueda realizar la mayor diversisdad que ofrecen los hervívors salvajes.Nuestros modelos de desarrollo y sociedad no durarán indefinidamente,por que tienden a tomar y a agotar los recursos del medio sin apenas renovarlos y tarde o temprano tienen que devolverlos para establezer el equilibrio natural.De ahí que hayan tantas crisis y colapsos en los pueblos y civilizaciones.
ResponderEliminarHola Marc, bienvenido a Tierra Sylvana y gracias por participar, en esta ocasión a través de los comentarios, pues me consta que en Google + estás siempre presente, así que doble agradecimiento.
EliminarCiertamente el círculo ecológico es un complejo y muy vinculado entramado en el que cualquier pieza modificada puede alterar las condiciones en un sentido o en otro.
Es posible que cambiar pequeños engranajes del mismo no hayan supuesto un impacto demasiado notable para nuestra especie, al menos a corto plazo, dentro del proceso. Sin embargo, alcanzadas cotas de transformación como las existentes en el presente, la posibilidad de asistir a variables impredecibles que nos afecten directamente en nuestra supervivencia como especie son cada día más probables.
Los humanos formamos parte del río de la vida que nos vio nacer, agotado, esquilmado ese fluir, nadie podemos estar seguros de cuál puede ser nuestro destino.
Pero los humanos tenemos también la capacidad de comprender y dar un sentido a estos complejos procesos y procurar una sostenibilidad recreando unas mínimas condiciones, siempre presente desde nuestro nacimiento como especie.
Ser capaces de mostrar un respeto sobre el resto de formas vivas que en conjunto nos han acompañado durante esta travesía, facilitando el correcto funcionamiento a escala planetaria del ciclo o período que nos posibilitó la existencia, es una tarea que no debemos pasar por alto. Atender a quienes hemos extterminado o aniquilado de la faz de La Tierra por capricho, comodidad o egosísmo, para devolver un mínimo de estabilidad al entramado natural, es un paso ineludible para las generaciones presentes y futuras si queremos que la humanidad no se la juegue apartándose del círculo que permite la vida a una especie en tiempo geológico.
Un gran saludo.