Actualmente
nos encontramos en la era de la revolución biotecnológica, y posiblemente,
aunque no nos demos cuenta, los Homo
sapiens estamos evolucionando ya hacia una nueva especie o subespecie.
Muchos se escandalizan porque lo estemos haciendo de forma, según ellos,
“artificial”, sin caer en la cuenta, una vez más, de que todo lo producido por
el hombre forma parte de la Naturaleza, no es algo ajeno a ella.
Hoy
en día la clonación de órganos vitales, o la búsqueda de genes beneficiosos en
contra de los malignos, es un hecho consumado que si no se generaliza es más
bien por cuestiones éticas y morales que por posibilidades reales de llevarlo a
cabo.
El
ser humano, en pocos años, habrá sido capaz de crear al “superhombre”,
entendiendo como tal a aquel ser capacitado para superar enfermedades de todo
tipo que hasta hoy le han supuesto una traba en su existencia, un humano capaz
de prolongar su esperanza de vida muy por encima de los cien años. Quién sabe
si en un futuro lejano no seremos capaces, una vez secuenciados, de encontrar
utilidad a los genes de otras especies animales y acoplarlos a la nuestra, por
ejemplo para respirar bajo el agua o lo que se nos ocurra…
¿Dónde
radica pues el problema?. Es un tema verdaderamente peliagudo...
A
los primeros investigadores del cuerpo humano, por ejemplo a los médicos de la
Edad Media, los quemaban en hogueras por llevar adelante sus avances. Mucho se
ha discutido desde entonces y mucho se ha logrado, valga como ejemplo la
reproducción asistida, un hecho aceptado con toda naturalidad hoy en día.
Pero
sin duda, no falta parte de razón en ese miedo al progreso, a lo desconocido,
ese temor que nos hace intuir que estos avances y logros pueden volverse en
nuestra contra si no extremamos las precauciones y los acompañamos de unas pautas.
La
pérdida de biodiversidad natural o la “artificialidad” de la especie nos
expondrían a graves consecuencias, pero sobre todo, existe la angustiosa
preocupación, más que fundada, de que el “superhombre” sea de determinada raza,
condición o clase, en contra de otras.
Queda
claro que la biotecnología está cada vez más en manos de grandes
multinacionales de ámbito privado, y en los países desarrollados, básicamente
en Occidente. ¿Quiénes serían los beneficiarios de estas clonaciones o de estas
modificaciones genéticas?. Evidentemente los ciudadanos más pudientes del
Primer Mundo, que se valen del Tercero, dicho sea de paso.
¿Una
vez más la ley del más fuerte?, ¿selección natural?...En unas pocas centurias
una raza o estrato social dominaría a otro, que no podría permitirse el lujo.
Mañana, un hombre rico de Norteamérica, Europa o Australia, por ejemplo, podría decidir que quiere a sus
hijos sin ningún riesgo de enfermedades, con genes de mayor longevidad, con una
altura de 1’90m., musculosos, rubios y con ojos azules. ¿Eugenesia pura?, ¿reminiscencias
de un pasado enmascarado en presente?...No cabe duda de que huele mucho a eso.
¿Podemos
condenar, por otro lado, a una persona que quiera que su hijo, con una grave
enfermedad hasta ahora sin remedio, se valga de estas nuevas técnicas para sortear
a la muerte?, ¿qué es si no la medicina?. ¿Acaso la esperanza de vida en los
países del Tercer Mundo no es hoy en día mucho menor que en los del Primero?,
¿no gozamos de un sistema sanitario y de medicinas adecuadas los ciudadanos de
Europa que no tienen en otras partes del planeta?...
¿No
estamos pues ante una carrera?; la baja natalidad del Primer Mundo contra la
alta del Tercero, los avances en medicina de Occidente contra el subdesarrollo
sanitario de los demás… ¿Se escandaliza alguien por ello?, ¿se pone remedio
para equilibrar la situación?...Creo que en el fondo es un debate cargado de
hipocresía. No vemos ética la creación de un “superhombre”, cuando en realidad,
mirando hacia otro lado, ya se está fomentando.
Negar
el progreso es un sinsentido, al final será inevitable, pero una vez más quiero
recalcar el hecho de que por encima de todos estos matices vistos, nuestra
condición de humanos, nuestra consciencia, nuestra conciencia, deben
acompañarnos en nuestros actos, en los avances y logros como especie, en definitiva, en nuestra evolución, y esto,
sin ningún género de dudas, debe ir cargado de sentimientos como la
generosidad, la bondad, de respeto al prójimo, aquello que precisamente nos
distingue bastante de los demás animales del planeta, la fraternidad entre
pueblos, y en este sentido, que no se nos olvide nunca, el prójimo somos todos y cada uno de los humanos
que ha habido, que hay y que habrá sobre la Tierra.
Una gran familia destinada
a entenderse y a ayudarse mutuamente con el fin de sobrevivir mejor en base no a su capacidad para imponerse a otros, sino a colaborar y aunar esfuerzos.
Y esto vale tanto para el Primer como para el Tercer Mundo, pues si condenables son muchas de las actitudes de Occidente respecto al resto del planeta, no menos condenables son los sistemas que cada vez más están poniendo en riesgo al mundo democrático desde los países subdesarrollados o en Vías de Desarrollo, que deben trabajar por avanzar, si es necesario con toda la ayuda que pueda procurárseles, hacia estados libres y democráticos que no supongan una amenaza para aquellos que han conseguido un notable avance de convivencia pacífica y representativa.
Pero
bastante ajena aún a todas estas cuestiones tratadas, nuestra gran familia humana parece
desentenderse del lugar en el que debe seguir prosperando…
El
aumento poblacional humano a escala planetaria sigue su curso. Siete mil
millones de habitantes en 2011, cifra que se verá duplicada en un futuro no muy
lejano.
Cierto
es que la evolución de las especies en el mundo ha sido, es y será, un continuo
ir y venir, un aparecer y desaparecer en el tiempo, condicionado por varios
factores como la adaptación al medio, la competitividad, la especialización o
el aislamiento.
Sin
embargo un hecho clave en la historia de nuestro planeta ha sido y es, sin
lugar a dudas, la transformación antrópica del medio a partir del surgimiento
de la agricultura y la ganadería.
Aquel
momento supuso la pérdida de la inocencia para la especie humana.
De
cazadores-recolectores integrados en su medio pasamos a manipuladores y
controladores absolutos de cuanto nos rodeaba, creando un excedente alimentario
que nos permitió crecer en número, en detrimento de la mayor parte de especies
del planeta.
Esto
nos generó muchos beneficios, pero es más que posible que acabe costándonos la
existencia si no somos capaces de encontrar la sostenibilidad.
Durante
casi doscientos mil años el ser humano se mantuvo en una horquilla que no debió
superar los diez millones de habitantes a nivel mundial. Sin embargo en los
últimos diez mil años, a partir del Neolítico, el aumento poblacional se disparó
sin freno, especialmente en los últimos doscientos años, desde la Revolución
Industrial y Tecnológica, llegando a los siete mil millones de habitantes en el presente…
¿Hasta
cuándo durarán los recursos?. ¿Es nuestro planeta una fuente de riquezas
inagotables?. ¿Será la propia especie humana el factor “empleado” por la
Naturaleza para autorregularse?.
Si
no se toman ciertas medidas, como apostar con convicción por la Ciencia, este
proceso brutal e imparable de transformación del medio natural, en un espacio
de tiempo tan breve, nos abocará irremediablemente a un final catastrófico.
Mucha
gente lo ve lejano, o en el peor de los casos dicen que cuando acabemos con
todos los espacios disponibles tendremos la suficiente tecnología como para
recrearlos.
En
tanto en cuanto los avances del hombre, a través de la Ciencia, no nos permitan
cambiar los genes de nuestros metabolismos, generar alimentos suficientes en
laboratorios, condensar píldoras que puedan alimentarnos durante meses, o
colonizar nuevos planetas y acondicionarlos a imagen y semejanza del nuestro, o vaya usted a saber qué (pues aún quedan muy lejos nuestros límites en esos terrenos), hasta entonces, debemos procurar un margen de tiempo suficiente que posibilite trabajar y profundizar en un esfuerzo continuo no sólo orientado a velar por el mantenimiento de los ecosistemas naturales más o menos primigenios que aún hoy se conservan en el planeta, sino
a recrear o regenerar otros donde se han perdido, para potenciar la biodiversidad que tan
necesaria nos ha sido y que tan fundamental e imprescindible puede resultarnos
en un futuro.
Crédito de imágenes:
Foto 1: Imagen libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 2: Miguel Llabata.
Foto 3: Miguel Llabata.
Foto 4: Óscar Martínez.
Foto 5: Miguel Llabata.
Foto 6: Public Domain Images.
Foto 7: Imágenes libres de derechos de Wikimedia Commons.
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