Evolución...¿Cómo
definimos actualmente el término “evolución”?;
Académicamente
consideramos evolución al proceso transformaciones continuas o cambios
sucesivos de las especies que, a través
de distintas generaciones y la selección natural, ha posibilitado las diversas
formas de vida que existen sobre el planeta, partiendo de antepasados comunes.
Todo ello se basa en la teoría científica de Charles Darwin, y si bien ésta
está totalmente aceptada entre la comunidad científica, los mecanismos que
explican dicho proceso, quedan todavía totalmente expuestos a revisión y
estudio constante, y las hipótesis continúan hoy siendo formuladas por muchos
de ellos.
Queda
claro pues que Evolución es un proceso de cambio. Lo que sigue abierto es el
debate en cuanto a qué, cuáles o cuántos, son los mecanismos que intervienen en
dicho proceso.
Bajo
el punto de vista de la clasificación biológica, organizada en una serie de
categorías, no debe extrañarnos el que seamos considerados como un simio más,
esto está plenamente aceptado y no es nada alarmante, aunque a algunos les siga
pesando como una losa.
¿Qué
nos distinguiría entonces de nuestros parientes? Según esto, el género y la
especie, pero ya hemos visto que la definición de especie biológica presenta
“flecos” que no acaban de convencer ni se presentan en términos absolutos.
La
Antropología, ciencia que estudia al ser humano combinando en una sola
disciplina aspectos naturales, sociales y humanos, se centra en los procesos
bio-sociales de la existencia de la especie humana, pero fundamentalmente se
fijó desde sus inicios en las comparaciones anatómicas entre la diversidad
física humana y en los modelos comparativos de la descripción de la diversidad
de “pueblos”.
Bajo
este método comparativo, subjetivo y partidario, se fue definiendo cada resto
óseo, por insignificante que fuera, como perteneciente a una u otra especie, y
muchas veces, como ancestro de unos u otros, acoplándolo así al marco de la
Teoría de la Evolución.
¿Qué
ocurriría, si en igualdad de condiciones, un investigador futuro, pongamos de
dentro de un millón de años, encontrara los restos óseos incompletos (o aún
completos) de un lobo, un coyote, un chacal, un gran danés, un bull-dog, un
pastor alemán, un bull-terrier, un caniche y un chihuahua?...Serían entendidos
como especies distintas, algunos incluso como procesos evolutivos que generaron
la aparición de una nueva especie, con ancestros definidos. Sin embargo esto
sólo sería verdad en una baja proporción.
El
tamaño y forma de los cráneos harían del chihuahua, el bull-dog y el
bull-terrier, especies claramente distintas, y en ningún caso, desde ese método
comparativo, se podría demostrar la viabilidad de cruce fértil entre todos
ellos; perros, lobos, coyotes y chacales.
En
realidad las diferencias entre éstos no son menores que las encontradas entre
Homo ergaster, erectus, antecessor, heidelbergensis, neanderthalensis, idaltus
o sapiens…
¡¡Ah
bueno!!, dicen algunos, ¡¡entonces lo que nos diferencia claramente es la
capacidad intelectual y los estadios culturales!!.
Gran danés, bull dog, terrier, chihuahua, bull terrier, lobo, coyote, chacal. |
Capacidad
intelectual…¿Cómo medirla para definir especie?
Recientes
estudios han demostrado que la inteligencia, la plasticidad cognitiva, no va
ligada a un mayor o menor tamaño del cerebro, ni siquiera a su proporción con
respecto al cuerpo, sino a de qué manera muchos de los módulos corticales (con
diferentes tipos de neuronas) podrían encontrarse disponibles y listos para
actuar e interactuar entre sí.
Los
elefantes tienen un cerebro mucho mayor y más pesado que el de los humanos, y
los titíes, pequeños monos del tamaño de una de nuestras manos, poseen una
proporción cerebro-cuerpo que si se diera igual en nosotros, haría que nuestro
cerebro fuera casi la mitad de grande que el de un elefante.
Ya
comenté que desde esa errónea concepción del tamaño del cerebro incluso se
llegó a afirmar que las mujeres, por poseer un cerebro menos pesado que el de
los hombres, eran, por su propia naturaleza, menos inteligentes que éstos…(sin
comentarios).
Entonces,
si el tamaño del cerebro o la capacidad craneal, como vemos, no es indicativa
de una mayor o menor inteligencia, ¿por qué se sigue argumentando la
diferenciación de especies a partir de ella?
Homo
erectus poseía una capacidad variable, entre 800-1.200 c.c., en tanto que
nosotros la tenemos entre los 1.300 y 1.500 c.c., pero, sorpréndanse, ¡¡el
neandertal llegaba incluso los 1.700 c.c.!!...Por esa regla de tres, debería
habernos “barrido del mapa” y no al contrario.
Bueno,
pues no queda mucho más, será la consciencia, la capacidad de previsión de
acontecimientos futuros, el pensamiento simbólico, o el estado cultural, lo que
nos distingue como especie humana moderna ¿no?...
¿Y
cómo definir capacidad de previsión futura? ¿Acaso muchos animales no entierran
comida para el invierno, o la almacenan en troncos, o construyen nidos donde
pernoctar cuando llegue la noche, o se sirven de elementos naturales para sus
fines, cual si fueran “herramientas”?
Los
castores, por ejemplo, cortan troncos y ramas y crean madrigueras a modo de
diques en los ríos, habitáculos, “casas” en definitiva. Qué decir de la abejas
o las hormigas y sus complejísimas sociedades entorno a sus estructuras
organizativas habitacionales. Los chimpancés escogen ramillas de un determinado
tamaño y espesor para introducirlas en los termiteros y conseguir comida, o
cascan nueces sirviéndose de piedras en un elaborado proceso que enseñan a sus
crías, que lo aprenden.
El
pensamiento simbólico, la consciencia… Neandertal enterraba a sus muertos y les
hacía ofrendas florales, mantuvo seguramente algún tipo de culto al oso
cavernario e incluso se ha encontrado una flauta de hueso vinculada a sus
restos.
Estados
o estadios culturales…Homo erectus usaba el fuego, fue un viajero capaz de
dispersarse por casi todos los rincones del Viejo Mundo, y al igual que el
Neandertal, elaboró una compleja industria lítica y construyó refugios
elaborados.
Ni
los sumerios ni los egipcios usaron teléfonos, tampoco viajaron a la luna, ni
practicaron con acierto el trasplante de órganos en operaciones quirúrgicas,
sin embargo a estos últimos los consideramos hombres, exactamente iguales a
nosotros. Si tenemos en cuenta que de ellos a nosotros han transcurrido unos
seis mil años, y de ellos a los primeros ergaster, casi dos millones,
entenderemos mejor la diferencia socio-cultural.
¿Y
las culturas primitivas de la actualidad, o del siglo XIX?, los indígenas del
Amazonas o de Nueva Guinea, ¿difieren del resto en algo, como especie, por su
distinto estadio cultural-tecnológico? Evidentemente no.
Una
cosa es bien cierta, la cantidad de restos óseos o de tecnología asociada a las
supuestas “especies” de la Prehistoria, de que disponemos para estudiar, es
pobre y sesgada.
Para
hacernos una idea, y tomando uno de los ejemplos mejor constatados, del Hombre
de Neandertal tan sólo se han hallado restos pertenecientes a cuatrocientos
individuos. Atendiendo a que vivieron durante un período de tiempo aceptado de
unos 225.000 años, nos queda claro que la muestra es insignificantemente
representativa a la hora de calibrar variedad, población y complejidad. Ni qué
decir conforme tratamos a especies anteriores en el tiempo.
¿Qué
dice de todo ello el criterio establecido, el aceptado mayoritariamente en la
actualidad?
Como
principal inconveniente al propio modelo, y aunque no es insalvable, el hecho
de que muchas especies, consideradas ancestros de otras, convivieran en el
mismo marco espacio-temporal, de ahí que se intente secuenciar al máximo las
líneas.
Así
pues, el consenso académico científico base para explicar nuestra aparición en
el mundo queda más o menos fijado hoy en día de la siguiente forma:
Hace
unos sesenta millones de años los primeros primates ancestrales o prosimios
modernos aparecieron sobre la Tierra e iniciaron su andadura evolutiva,
derivados a su vez desde otras especies animales. Millones de años después el
camino de la evolución siguió su curso, separándose en distintas ramas de un
árbol, con un mismo tronco originario, que habría dado paso a multitud de
procesos paralelos que desembocarían, hace unos dieciocho millones de años, en
la línea evolutiva de un ancestro común a gorilas, chimpancés, australopitecos
y hombres.
Desde
entonces los caminos de estos grandes simios antropoides viajarían juntos,
hasta que el ancestro del gorila, hace doce millones de años, y el del
chimpancé, hace unos nueve millones, se desmarcaron del trayecto evolutivo que
debió protagonizar nuestro primer tatarabuelo, que tuvo una descendencia
familiar posterior que a su vez se separó en incontables ramas que fueron
configurando la aparición de dos grandes grupos más o menos bien definidos; los
australopitecos y los Homo (“hombres”). A partir de aquí el tema se complica
porque empieza a tocarnos demasiado de cerca, apareciendo en el registro
arqueológico fósiles de especies de
características similares en espacios cronológicos muy extensos.
Algunas
coexistieron compartiendo hábitat, pero si ya resulta complicado descubrir
cualquier resto de una de estas especies, imaginen cuánto más será obtener uno
que posea justamente las características del tránsito evolutivo, o poder
afirmar, con seguridad, que pudo o no haber mantenido una reproducción fértil
con otro congénere.
Lo
más fácil, sin duda, ha sido secuenciar los descubrimientos atendiendo a una
característica concreta como la capacidad craneal, que implique una supuesta
evolución de la inteligencia, y ponerles una etiqueta, aun sin tener en cuenta
los matices anteriormente vistos. Ya teníamos entonces, desde un puñado de
restos incompletos, el esquema evolutivo de muchos eslabones.
Partiendo
de estas secuencias, bastante condicionadas por la subjetividad, sólo quedaba
imaginar una historia muy bien estructurada y secuenciada, la de la Humanidad.
No
es que me parezca un mal punto de partida, pero hacer de ello un axioma
incuestionable, sin revisión constante, me produce cierto escalofrío...
Crédito de imágenes:
Foto 1: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 2: Miguel Llabata.
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Foto 4: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.
Foto 5: Miguel Llabata.
Foto 6: Archivo libre de derechos de Wikimedia Commons.
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