Si
ya resulta complicado definir y acotar los límites de una especie dentro de un
mismo género en el presente, imaginen cuánto más no lo será hacerlo con aquellas ya desaparecidas hace
miles de años, de las que apenas tenemos restos para estudiar.
Siguiendo
el modelo evolutivo es hasta cierto punto comprensible y necesaria la
secuenciación establecida por la Paleoantropología a la hora de intentar
plasmar una serie de eslabones que con el transcurrir del tiempo, han ido dando
paso a distintas especies, sin aparente relación directa entre sí.
Sin
embargo, no son pocos los autores que disienten a la hora de aceptar muchos de
esos nuevos "eslabones", sobre todo en lo referido a los homínidos,
que tantas pasiones y recelos despiertan por su vinculación con nuestro propio
origen.
Estas
diferencias vienen fundamentadas por detalles poco sólidos o concluyentes que
ponen en tela de juicio una tendencia demasiado de moda que parece consistir en
encontrar especies distintas, que encajan y refuerzan un modelo evolutivo fuera
de cualquier duda, pero que en ocasiones se localizan en demasía, queriendo
dotar a cada área de un componente nuevo y, por qué no decirlo, un
sensacionalismo que pone a los restos descubiertos y a sus autores en primera
línea del ámbito científico. Pero estos criterios, a la hora de describir y
aceptar nuevos homínidos, a día de hoy, siguen siendo muy subjetivos y no
necesariamente son compartidos por todos los miembros de la comunidad
científica, aunque de forma habitual los encontremos como dogmas y referencias
obligatorias en cualquier manual o trabajo accesible al ciudadano medio.
Así,
y aunque todavía se le nombra como otra especie, actualmente se tiende a
considerar que Homo ergaster, más que el ancestro directo de Homo erectus, fue
una variante anterior a éste surgida en África hace unos dos millones de años.
Y
es que ergaster fue un gran viajero que salió del continente africano (como
quizás pudieran haberlo hecho antes otros homínidos, véase habilis) y se
expandió por el Viejo Mundo bajo diversos nombres, dependiendo de la zona.
Esta
expansión, en el espacio y en el tiempo, tuvo como resultado una adaptación a
los nuevos entornos y una diferenciación plasmada en variantes morfológicas que
muchas veces ha llevado a los científicos a considerarlas como pertenecientes a
especies distintas, pero que según las últimas revisiones, empiezan a ser mejor
entendidas por algunos como subespecies, sin menospreciar el hecho de que en
determinados casos de aislamiento prolongado en el tiempo pudiera llegarse a un
proceso específico distintivo definitivo.
Estos
primeros “hombres y mujeres” de la Prehistoria, que aparecieron hace unos dos
millones de años en Kenia, Tanzania y Etiopía, eran ya muy similares a
nosotros, con piernas y brazos proporcionados, una talla que rondaba el metro
setenta de alzada, arcos superciliares marcados, caderas algo más anchas y
capacidad craneal entre los 800 y los 900 c.c.
Se
piensa que pudieron tener la facultad del lenguaje articulado, y atendiendo a
ello y a su mayor tamaño cerebral, también se ha postulado que estarían
preparados para el pensamiento abstracto.
En
base a material arqueológico hallado en yacimientos sudafricanos se ha
constatado el uso del fuego controlado en las paredes de la caverna con una
datación de al menos un millón cien mil años antes del presente.
Ergaster,
sus descendientes africanos, y sus similares asiáticos, erectus, así como sus
parientes europeos, georgicus o antecessor, vivieron durante un larguísimo
período temporal, desde hace 1’9 millones de años hasta, según diversos
autores, hace tan sólo 50.000 años en algunos puntos del Lejano Oriente.
Esto,
además de incidir en el hecho de la gran diversidad morfológica entre
variedades geográficas ya comentada, conllevó a su vez que sus estadios
culturales y tecnológicos variaran notablemente, desde el Olduvayense más
temprano hasta el Achelense tardío. Una industria lítica basada principalmente
en cantos tallados, lascas y bifaces o hachas de mano.
Hoy
se empieza a considerar seriamente que la salida de grupos de Homo ergaster del
continente africano hacia el resto del Viejo Mundo pudiera haberse producido,
como por otro lado es de lógica, a través de varias oleadas, unas muy
tempranas, y otras posteriores, como la derivada a partir de la innovación
tecnológica, ya que con la aparición de la industria achelense en Kenia hace
más de un millón y medio de años se iniciaría una competencia entre componentes
de la especie que desplazaría a grupos todavía olduvayenses hacia zonas
marginales donde no encontraban desventaja cultural.
De
cualquier forma, el Achelense terminó expandiéndose también por Asia y Europa,
lo que es un claro indicador de que a lo largo del tiempo existió siempre
cierta comunicación física, y más probablemente, de contacto cultural, de foco
a foco, entre diversos grupos poblaciones "mundiales" de homínidos
que habitaban el Viejo Mundo.
Por
lo tanto, aunque a menudo se especula con supuestas nuevas especies y líneas
evolutivas distintas, alejadas entre sí, muy ordenadas y bien secuenciadas,
éstas podrían haber sido, no obstante, mucho más complejas y enrevesadas,
seguramente con variantes geográficas subespecíficas; Hombre de Dmanisi, Hombre
de Ceprano, Hombre de Yuanmou, Hombre de Pekín, Hombre de Java, Hombre
Antecesor, Hombre de Heidelberg, Hombre de Solo...
No
debemos obviar que incluso para movimientos migratorios históricos
"recientes" encontramos serias dificultades a la hora de extraer
conclusiones definitivas, véase la Invasión de los Pueblos del Mar, oleadas
Indoeuropeas, etc.
Así
pues, querer ajustar las migraciones de estos primeros homínidos en una, dos, o
tres oleadas, es una frivolidad científica carente, a mi juicio, de toda
realidad.
Durante
un espacio cronológico que pudo alargarse más de un millón y medio de años (que
se dice pronto) debieron ser numerosísimos los contactos entre grupos
poblacionales que dependían del nomadismo como modo de vida, y si lógico es
suponer que un pequeño clan africano no llegara por su propio pie al lejano
Oriente o a Europa Occidental, también
lo es aceptar que se produjeran contactos interpoblacionales a menor escala
que, como en otros procesos de aculturación, generaran una onda expansiva,
quizás no sólo cultural, sino genética, que sí pudiera alcanzar zonas muy
alejadas entre sí.
En
realidad, un erectus y un sapiens moderno se diferencian anatómicamente por una
mayor robustez y 200 c.c. menos de capacidad craneal del primero sobre el
segundo. Ahora bien, la subjetiva representación que de ellos han hecho y hacen
los artistas, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, puede hacerlos
tan diferentes que, según gustos, erectus, sus similares o
"descendientes", pueden llegar a parecerse más a un chimpancé, o bien
pasar desapercibidos entre cualquiera de nosotros.
En
base a estas todavía aceptadas especies y a supuestas líneas evolutivas,
existieron desde finales del siglo XIX y durante el XX, dos teorías
principales.
La
primera de ellas, la Teoría Multiregional (a menudo dejada de lado por
considerarse obsoleta, y por temor, digámoslo claro), fue apoyada en su momento
por la Antropología y postulaba que Homo erectus (o ergaster), salió de África,
para asentarse después en Europa y Asia. En cada continente habría evolucionado
hacia una “raza” de las tradicionalmente consideradas para el hombre. En Europa
la caucásica, en África la negroide y en Asia la mongoloide.
Esta
teoría se vio afectada por dos inconvenientes; el primero, que fue usada por
los abanderados del racismo como evidencia de la distinción, origen y
superioridad de unas razas sobre otras en el presente, ya que se postulaba una
evolución reciente distinta para cada raza, demostración palpable del mal uso
que las ideas subjetivas e interesadas pueden hacer del conocimiento objetivo.
El segundo inconveniente es que los avances en genética han demostrado que
todos los humanos modernos de la actualidad tenemos nuestro origen común en una
zona de África del Este, hace unos 200.000 años, y somos el producto de una
migración por el mundo llevada a cabo a través del Oriente Próximo hace unos
100.000 años.
Dicho
origen sería la base de la segunda teoría, comúnmente aceptada por la mayoría
hasta hace muy poco, la Teoría “Out of Africa”, según la cual, “barrimos” o
desplazamos a otras “especies humanas distintas”, con las que llegamos a
compartir espacio, hasta adueñarnos del planeta.
Sin
embargo, muchos investigadores y apasionados del tema (entre los que me
incluyo) dejaron una puerta abierta a una tercera vía o modelo, que no negaba,
sino matizaba, las dos teorías anteriores.
La
tercera vía o Teoría Mixta sería un proceso de dispersión reciente desde
África, no necesariamente en una sola oleada, combinado, en algunos casos, con
una mezcla “inter-especies” o
“subespecies” en el resto de las regiones del mundo, entendiendo que no debíamos
olvidar la relevancia de componentes muy propios de los humanos (inteligencia,
sentimientos), y admitiendo lo que vengo repitiendo una y otra vez a lo largo
de estos primeros post; que se pretende reconstruir un puzle inmenso a partir
de unas pocas piezas dispersas y eso, a buen seguro, debe tener un alto grado
de probabilidades de error.
La
verdadera historia, en realidad, la intuíamos como más compleja y distinta…
Cráneo de Neandertal. |
Y
así, recientemente, un grandísimo apoyo a esta visión, un descubrimiento de
gran alcance a nivel histórico, vino a reforzar tales argumentos haciendo
tambalear los cimientos de la concepción mayoritariamente aceptada…La ciencia
avanza, despacio, pero sin freno.
La
noticia del descubrimiento fue publicada por la prestigiosa revista Science. Un
proyecto, llevado a cabo por un grupo de científicos (entre los que colabora
algún español, como Carles Laluza) liderado por Svante Pääbo, del Instituto Max
Plank de Leipzig, consiguió extraer buena parte del genoma del Hombre de
Neandertal en base al estudio óseo de más de cuarenta individuos de distintos
períodos cronológicos.
En
una segunda fase, un consorcio internacional (en el que había genetistas de
gran calado a nivel mundial como David Reich, Asociado de Genética de la
Escuela de Medicina de Harvard) reveló que los humanos modernos de Europa, Asia
y Oceanía (y por extensión posterior, América), compartimos hasta un 4% de
nuestro ADN singular con los neandertales, mientras no sucede así con los
humanos modernos más antiguos de África. Esto viene a confirmar las sospechas;
el humano moderno, salido de África hace 100.000 años, convivió y procreó con
el neandertal en algún punto de su migración, en Oriente Próximo, Europa o
partes del Asia Central, para luego ir expandiendo esta mezcla genética por el
resto del mundo.
Era
fácil de imaginar, pero difícil de admitir por muchos, que aún ahora se
revuelven panza arriba como gatos acorralados, oponiendo resistencia no sabemos
exactamente a qué.
En
ciento cincuenta años, desde que se descubriera el primer cráneo, y para que
vean hasta qué punto son subjetivas las teorías en todos estos procesos, el
Hombre de Neandertal ha pasado de ser concebido como un humano normal y
corriente con algún tipo de “malformación”, a ancestro directo del humano
moderno, a subespecie, a especie totalmente distinta y de nuevo a especie
implicada con los genes del hombre actual. En definitiva, no se sabe bien a
qué.
Y
es que a partir de los restos hallados e interpretados, Neandertal nos pareció
a muchos, desde siempre, tan “sapiens” como nosotros.
Justo
será por mi parte recordar a don José Luís Peña, profesor de Prehistoria en la
Universidad de Valencia, que a mediados de los noventa, en una de sus clases,
se adelantaba a su tiempo y a posteriores estudios genéticos admitiendo, sin
ningún rubor, que hoy en día podíamos encontrar rasgos neandertaloides en
muchas personas que pasean por cualquier calle de la ciudad. Aquel comentario,
en una época donde la tendencia de moda era justamente la contraria, alteró los
ánimos de los más dogmáticos alumnos que le abordaron con multitud de preguntas
que el investigador y profesor encajó estoicamente, sin doblegarse. Quizás
algunos aún lo recuerden, otros seguramente no, pero yo no olvido fácilmente a
quienes consiguen despertar mi admiración y son capaces de hacerme replantear
cuestiones que parecen absolutas y cerradas porque así lo decide la corriente
mayoritaria, pero que no son, ni mucho menos, temas "vistos para sentencia
definitiva".
Imaginen
por un momento un mundo glaciar poco poblado, con unos neandertales que no
surgieron en él, sino que tuvieron que adaptarse a un cambio de era
interglaciar a glaciar. Algunos lo consiguieron, ¿en qué número?, seguramente
bajo. Durante cincuenta mil años las poblaciones neandertales descienden,
aunque no se extinguen, y de pronto, unos seres muy parecidos a ellos, que
todavía vamos a suponer “especie” distinta, con inquietudes y sentimientos
similares, hacen acto de presencia, también en escaso número. Muchas veces
entrarían en conflicto, otras se necesitarían puntualmente entre ellos, y la
Naturaleza haría el resto. Posteriores migraciones de hombres modernos de
África irían aportando su sangre y la genética neandertal se diluiría a lo
largo del planeta. La tecnología y el éxito reproductivo del humano moderno
“sapiens” respecto al neandertal, ganaron “la batalla” algunos milenios más
tarde, pero parte de aquella herencia neandertal pervivió hasta hoy en
nosotros.
Este
mismo proceso debió repetirse en incontables ocasiones en períodos anteriores de
aquel "tiempo que olvidamos".
Pero
¿cómo pudo suceder esto? Si seguimos a pies juntillas la Teoría de la Evolución
o la corriente más oficialista caeremos en la cuenta de que sería imposible, o
cuanto menos muy improbable y me explico:
Si
el Homo ergaster salido de África hace 1.800.000 años, evolucionó de forma
distinta y por separado hacia nuevas especies en el resto del mundo, véase Homo
georgicus en Europa, y Homo erectus en Asia, y posteriormente desde estas
nuevas especies aparecieron otras nuevas como Homo antecessor, y desde éstas
otras más, como Homo heidelbergensis, y después Homo neanderthalensis, en un
período cronológico de más de un millón quinientos mil años, ¿cómo sería
posible que otra especie totalmente distinta, aislada en su evolución propia y
surgida en África desde Homo ergaster o sus descendientes africanos, saliera de
dicho continente hace tan sólo cien mil años y pudiera llegar a reproducirse
con los neandertales?...
Ahora,
en base al estudio del patrón de crecimiento de los dientes, que es casi igual
que el nuestro, se discute sobre si Homo antecessor, el Hombre de Atapuerca,
muy cuestionado por cierto sector de la investigación como especie propia
distinta a erectus, pudiera haber surgido en África hace algo más de un millón
de años, para expandirse hasta Europa, y dar origen así a Heidelbergensis hace
500.000 y de éste, Neandertal hace unos 225.000, mientras que en África,
antecessor habría dado origen a sapiens hace unos 200.000, de modo que cien mil
años después, todavía fuese posible la reproducción fértil entre ambas
"especies".
Todo
ello pese a aceptarse, de forma abierta, que su mandíbula es casi idéntica a la
del Hombre de Pekín o erectus, siendo en todo caso más probable la procedencia
asiática de antecesor, y poniendo sobre la mesa que los sapiens modernos
parecen derivar, en realidad, de los descendientes de ergaster que
permanecieron en África y evolucionaron hacia tipos morfológicos como el Hombre
de Rhodesia.
Incluso
se ha escuchado la idea de que heidelbergensis, que para los descubridores de
antecessor es un descendiente de éste, mientras que para otros es una variante
intermedia entre erectus y sapiens arcaico, pudiera haberse dispersado hasta el
norte de África, donde habría dado origen
a sapiens, mientras que en Europa y Oriente Próximo habría evolucionado
hacia neanderthalensis…
Conclusión,
nada definitivo. Lógico, cuando se pretende reconstruir una historia
"ideal" a partir de tan escasa información sobre una base de una
extrema complejidad.
Resulta
cuando menos curiosa la rotundidad con que se afirmaba, hasta momentos previos
al descubrimiento genético, que nada había tenido que ver neandertal con
sapiens, aislados ambos en su evolución durante cientos de miles de años, sin
compartir ningún vínculo, y cómo poco a poco los postulados se van
"reciclando" para no quedar fuera de juego ante los nuevos avances.
Y
es que constantemente nos obcecamos en considerar a los humanos del pasado como
bestias salvajes, primitivas y atolondradas, sin darnos cuenta que
contrariamente a lo que suele suceder con especies animales próximas
competidoras, que normalmente se desplazan unas a otras, los humanos llevamos
como parte de nuestra propia condición específica una serie de cualidades que
tienden a la aproximación, a la empatía, al consenso, a la unión, al
conocimiento mútuo, sin negar que en muchos momentos, como sucede incluso en el
presente, podamos entrar en luchas intestinas abominables.
Es
posible que unas culturas se impusieran a otras, e incluso que las desplazaran
hasta hacerlas desaparecer, pero a buen seguro parte de aquellos contactos
poblacionales, sobre todo en primeras fases, produjeron también una unión que
dejó su huella en las generaciones posteriores.
Esta
secuencia podemos verla en procesos históricos muy recientes del humano
moderno, como el producido tras el "descubrimiento" y la colonización
del continente americano por los europeos.
Continuamente
nos fijamos en la noticias negativas de primera plana que llenan los
informativos precisamente porque nos parecen detestables, indignas, impropias
del sentido común de especie, pareciendo de este modo que guerras, conflictos,
holocaustos y genocidios son lo pauta más común entre humanos. Pero eso no es
cierto, porque con muchísima más frecuencia se producen actos continuos de
solidaridad, de fraternidad, de convivencia, que no salen en las noticias,
porque parecen impactar menos al representar lo que entendemos como normal.
Siendo justos debemos admitir que la mayoría de la población ve en el hijo de
su vecino al suyo propio, y siente simpatía por él o preocupación si éste
sufre.
Quien
ha tenido la suerte de haber podido viajar un poco sabe de lo que hablo. Cuando
he tenido oportunidad de visitar a distintos pueblos de Europa o África he
intentado siempre comprender su cultura, sus necesidades y preocupaciones, y
éstos me han abierto las puertas de sus hogares ofreciendo aquello que tenían.
En la medida de mis posibilidades también yo he intentado corresponderles, y no
se ha producido ninguna hostilidad, más bien al contrario, un entendimiento y
acercamiento mutuo basado en el respeto y la empatía. En un grato rincón de la
memoria quedan los buenos ratos que pasé junto a los serer o los peúl de
Senegal, los nómadas del desierto, los massai de Tanzania o con franceses,
irlandeses, checos, suecos, finlandeses, alemanes, italianos, belgas,
holandeses, y un largo etcétera, quienes además de compartir su cultura
conmigo, aguantaron estoicamente mis bromas y bailaron al son de la guitarra y
de las palmas, o al menos lo intentaron, los cánticos de este españolito alegre
y curioso...(¡Qué grandes momentos almacenados para siempre como experiencias
únicas!).
En un poblado de etnia peul (Senegal). |
De
una u otra forma, lo que queda claro es que un flujo genético inter-poblacional,
a lo largo y ancho del espacio- tiempo, permitió a algunos de los descendientes
de ergaster cruzarse de manera fértil entre sí en fechas muy recientes, tal
como sugiere no sólo la genética entre neanderthalensis y sapiens sino la anatomía
comparada entre restos de erectus tardíos (Homo erectus soloensis) y sapiens
del Lejano Oriente o Australia (Hombre de Wadjak y Hombre de Mungo), que de
poder ser secuenciados y comparados genéticamente en un futuro, a buen seguro
depararán muchas sorpresas.
Mucho
se habla últimamente de lo solos que estamos en el planeta, que si hemos
desplazado a otros homínidos hasta convertirnos en los únicos componentes del
género, que si hace sólo cincuenta mil años todavía podíamos encontrar no menos
de cinco especies distintas, véase; neandertales, denisovanos, erectus tardíos,
hombres de Flores y sapiens...
Permítanme
que matice esto una vez más, puesto que a mi entender, fue precisamente la
condición Humana, nuestra propia realidad intrínseca, la que favoreció no un
exterminio a gran escala, sino una aproximación, a través de la consciencia,
del entendimiento, de la relaciones humanas, de los sentimientos, de la
curiosidad innata, que hizo a su vez posible, en definitiva, una mezcla humana
presente desde las fases iniciales que se fue diluyendo en el tiempo pero que
muy probablemente perdura todavía entre los descendientes del presente.
Incluso
los primeros sapiens arcaicos, que veremos en otro post, presentaban ciertas
diferencias morfológicas respecto al sapiens actual.
Por
lo tanto, estoy convencido de que una creciente globalización humana nos ha ido
moldeando hasta lo que hoy somos, pero neandertales, erectus y posiblemente
muchos otros, siguen presentes en nosotros, como tatarabuelos lejanos que
fueron, en mayor o menor proporción.
La
Paleontología y la Antropología, que en la medida que han podido han aportado
muchísimo hasta el presente como disciplinas, deben ir poco a poco dejando paso
a la genética en este terreno, pues para fechas más o menos recientes en el
tiempo, se muestra como la técnica más fiable, pese a quien le pese.
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