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sábado, 17 de enero de 2015

MUNDO REWILDING: EL GRAN NORTE (III).




Para continuar hablando sobre El Gran Norte resulta imprescindible hacernos una mínima composición del territorio en el Continente Americano en tiempos pasados.
Esta entrada tratará sobre ello, también veremos alguna de la fauna más representativa que habitó este espacio concreto, así como aspectos muy generales sobre las distintas visiones acerca del  poblamiento de América por parte del hombre.
Ya en el siguiente y último post, el cuarto de la serie de El Gran Norte, entraremos a analizar el posible rewilding a poner en marcha como conjunto global, atendiendo a todo el espacio actual incluido en Eurasia y Norteamérica.

La primera cuestión que debe abordarse en este capítulo es la de tener en cuenta que cuando nos referimos al Gran Norte con hábitats como el de la Estepa del Mamut, la Tundra, y la Taiga, con sus múltiples acepciones, debemos tener muy presente cuáles fueron los espacios en que dichos ecosistemas pudieron establecerse en el pasado.
Durante las épocas glaciares, a lo largo del Cuaternario, el manto de hielo que se expandía desde el Polo Norte llegó a alcanzar latitudes muy meridionales, sin embargo esta circunstancia no se produjo de igual modo en los distintos territorios de los continentes.
Por algunos motivos todavía hoy no muy esclarecidos (posiblemente corrientes oceánicas, dirección de vientos, u otros condicionantes más probables, como distintas variaciones en el eje de la Tierra), se sabe hoy que la distribución de los hielos fue muy superior en Norteamérica, y también en Europa, mientras que no se prolongó tanto, en comparación, en las tierras asiáticas siberianas.
Norteamérica quedaba pues, en épocas glaciares, cubierta por una espesa capa de hielo conocida como Manto Laurentino que en momentos de frío acusado, o en pleniglaciales, llegó incluso a la altura de Nueva York o Chicago.

La Tierra durante el Máximo Glacial de hace 20.000 años.

Así, durante dos períodos muy puntuales del Pleistoceno Superior, el aumento de los glaciares permitió la bajada del nivel de las aguas marinas hasta tal punto que facilitó la existencia de Beringia, una región puente que llegó a tener una extensión de más de 1.500 kms de ancho y que conectó Asia con América.
Curiosamente Beringia, y buena parte de Alaska, quedaron al parecer libres de hielo, manteniendo los mismos ecosistemas que la zona Siberiana en su parte oriental, que como digo, no se vio afectada tanto por la expansión de hielos que entonces quedaban más volcados sobre la parte occidental y el Continente Europeo, por el Oeste, y desde el sur de Alaska-hasta el Atlántico por el Este.
De este modo, buena parte de lo que hoy entendemos como ecosistemas del actual Gran Norte quedaban, en latitud, por debajo de esa línea de hielo permanente, representados de uno u otro modo hasta zonas muy meridionales como por ejemplo México o la Península Ibérica.
Siberia Oriental, Beringia y Alaska, fueron por tanto una excepción septentrional de ecosistemas de tundras, estepas y escasas arboledas de pequeño porte, hasta el punto que, por debajo de Alaska, sólo había una enorme capa de hielo de hasta dos kilómetros de espesor que llegaba a la frontera actual de los Estados Unidos, ya que el Manto Laurentino se unía al Manto de La Cordillera (Rocosas), impidiendo así un paso hacia el sur.
Dos recientes momentos de frío notable, que permitieron la existencia de Beringia, se dieron entre 40.000 y 36.000 B.P., primero, y llegado el último máximo glacial, entre 25.000 y 11.000 B.P., después.
Sin embargo, y asumiendo esta visión, el geólogo canadiense W.A. Johnston formuló en 1933 las bases de la posterior Teoría del Corredor Libre de Hielo (Ernest Antevs, 1935), bastante aceptada en la actualidad, que propone momentos de retirada de hielos en períodos algo más cálidos que facilitarían que los bordes de ambas placas en contacto se derritieran formando un pasillo transitable que seguíría el curso del Yukón y del Mackenzie, hasta el Valle de Athabasca y el Gran Lago Agassiz.

Corredor Libre de Hielos.

Este corredor comenzaría a ser especialmente significativo hace entre 14.000 y 11.000 años antes del presente, coincidiendo con el fin de la glaciación.

Fuera como fuese, hasta el Yukon llegaron distintas especies de fauna provenientes de Asia, en muy distintos momentos del Pleistoceno, que pudieron compartir hábitat con las propiamente americanas que durante los interglaciales habían accedido hasta la zona aprovechando tiempos de ecosistemas favorables o momentos de corredor, aclimatándose algunas de ellas después a condiciones más frías. 
Y también sucedió al revés, algunas americanas lograron, en uno u otro momento del pasado, el tránsito hacia Eurasia.
Cuando los períodos cálidos interrumpían definitivamente el paso por Beringia, el Corredor Libre en Norteamérica se ensanchaba hasta unir con las tierras centrales del continente superando los hielos continuos que se batían en retirada. De ese modo, algunas especies emigraban hacia el sur, adaptándose y evolucionando, y se cruzaban con las que avanzaban hacia el norte, en un proceso inverso.
Lo bien cierto es que durante el momento que nos ocupa, desde la aparición del humano moderno en Beringia hasta el presente, y sobre todo desde el Tardiglacial y el Temprano Holoceno hasta hoy, un buen número de especies estuvieron presentes en Alaska y parte del Noroeste de Canadá, sobreviviendo algunas de ellas incluso en la actualidad.

Caribú

  
Mamuts, saigas, bueyes almizcleros, renos, caballos, bisontes esteparios, wapitíes, alces, osos pardos y polares, leones, lobos, gotones, se sumaron a la fauna más propia de Norteamérica, completando el total de especies significativas que, en uno u otro período del Pleistoceno, llegaron a formar parte del fauna de El Gran Norte americano.
Entre la fauna americana se contaban especies como los mastodontes, carneros y rebecos de las rocosas, cervalces, osos arctodus y negros, linces del Canadá, coyotes, lobos terribles (Canis dirus) y homotherium, uno de los últimos representantes de los felinos “dientes de sable” que habían logrado sobrevivir por más tiempo, y en varias especies, en el continente americano, mientras que en Eurasia habían desaparecido hacía unos 250.000 años, excepto en un último refugio del noroeste de Europa, donde han sido hallados restos datados hace 30.000 años.

Recreación de Homotherium serum y rebeco blanco de las Rocosas.


No podemos determinar con exactitud cuáles habrían sido las relaciones entre todas estas especies, cómo pudieron interactuar, convivir o desplazarse entre ellas. Por ejemplo, últimas investigaciones apuntan a que el mamut de Columbia, evolucionado en las áreas centrales y meridionales de Norteamérica, pudo llegar a hibridar en su distribución norte con poblaciones de mamut lanudo que en algún momento alcanzaron las zonas próximas a los grandes hielos por el sur, y que quedaron aisladas de las de Alaska, sobreviviendo en las estepas y taigas que entonces abundaban desde Oregón a la Costa Este. De esta hibridación parece surgir, según algunos autores, la que hasta no hace demasiado se consideraba una especie distinta de mamut, el Mammuthus jeffersonii.
Es posible que competidores potenciales de nicho, como los grizzlies, reemplazaran o hubieran reemplazado a los enormes arctodus u osos de cara corta, actuando así los grandes osos pardos pleistocénicos más bien como predadores, manteniendo hoy esa constante, mientras que los osos negros americanos, significativamente menores en cuanto a tamaño, serían el equivalente a nuestros osos pardos europeos, mucho más omnívoros que carnívoros.
Quizás a la larga, la presencia continuada del género panterino, a través del jaguar y el gran león americano, hubiera terminado por arrinconar a homotheriums y smilodones, felinos que, no obstante, parecían especializados en penetrar las gruesas pieles de la gran megafauna, como mamuts, mastodontes, eremoterios, megaterios y hasta gliptodontes, tal y como se deduce de la función que pudieron tener sus enormes y desproporcionados colmillos. Esta especilización permitió a los felinos dientes de sable abarcar nichos tan amplios, que habitaron hasta finales del Pleistoceno y el temprano Holoceno desde las frías tundras y estepas, hasta los bosques más templados.

Oso pardo o Grizzly, oso de cara corta o Arctodus y oso negro americano o baribal.


Lo que sí sabemos es que, como en cualquier otro período, los distintos relevos se habrían producido sin crear traumas en el conjunto global de nichos representativos, y que la pérdida de una especie habría sido compensada en la mayoría de casos por otras que ocuparan su rango.

Sin embargo, y en contra de lo ocurrido como norma durante millones de años, más allá de la Era Cuaternaria, los cambios en el clima y en los ecosistemas, que no deberían haber supuesto ningún episodio de ruptura clara en cuanto a extinción masiva de fauna, vinieron desde hace unos 14.000 años acompañados de algún factor excepcional que iba a propiciar este evento de enormes magnitudes que conllevaría la total extinción de géneros enteros y una larga lista de especies, hasta prácticamente borrar del mapa cualquier atisbo de megafauna americana.
¿Cuál es el único factor conocido hasta la fecha que pudo actuar como determinante en una época sensible de cambios en las estructuras climáticas y de hábitat?...

La llegada del hombre al Continente americano es todavía hoy objeto de enorme controversia y debate, centrada en multitud de investigaciones.
Grosso Modo, podríamos establecer dos corrientes mayoritarias de pensamiento, avaladas por datos objetivos y bastante contrastados, y una tercera, que trata de conjugar ambas, y que es por la que yo me decanto.
La primera de ellas, es la Teoría del Poblamiento Tardío,
La ocupación del territorio americano por parte del hombre ha ido, curiosamente, y desde el principio, ligada a la caza de la fauna que lo habitaba.
De hecho, el primer descubrimiento que en su día fue relacionado y reconocido como de los antiguos pobladores americanos, se halló en el Barranco Folsom (Nuevo México), a principios del s.XX, en un yacimiento de huesos de bisontes extintos hace miles de años, que contenían varias puntas de flecha de un estilo muy refinado, conocidas hoy como Clovis, y que ya constató el director del Museo de Historia Natural de Colorado, J.D.Figgins, en 1926.


Posteriormente, muchos artefactos humanos, sobre todo de caza, se han encontrado asociados a restos de megafauna extinta a lo largo y ancho del continente americano en toda su extensión, y en períodos muy diversos que se adentran incluso hasta momentos tardíos del Temprano Holoceno.
Resulta especialmente significativo el yacimiento de Hudson-Meng Bison Kill (Crawford-Nebraska), donde se hallaron nada más y nada menos que los esqueletos semifosilizados de quinientos ejemplares de Bison antiquus (antepasado directo del bisonte americano actual), junto a los cuales se han recuperado multitud de puntas de lanza y proyectiles paleoindios.
El yacimiento está datado entre 9.700 y 10.000 años antes del presente, y es de gran importancia porque podría estar poniendo de relieve una de esas dificilísimas “fotografías”, escenas cotidianas de una época, tremendamente complicadas de dejar su registro en el tiempo con pruebas físicas, y que en este caso apuntan hacia una de tantas y tantas exitosas cacerías masivas de los paleoindios, que en tiempos críticos de condiciones de cambio, podían haber empujado a la extinción definitiva de algunas especies, y por extensión, en efecto cascada, a un número muchísimo mayor de otras.

Puntas Clovis.

La primera de ellas, es la Teoría del Poblamiento Tardío, basada en el Consenso Clovis, que postula que anteriormente a la existencia del Corredor Laurentino, libre de hielos, es decir, antes de 14.000 B.P., no pudo nunca establecerse el hombre en América, proveniente desde Beringia, y antes, desde Siberia o Mongolia.
Sin embargo, desde las últimas décadas del S.XX, los descubrimientos han ido apuntando claramente en otra dirección muy distinta, una dirección inquietante que demuestra, a través de multitud de hallazgos en muy distintos y ya contrastados yacimientos, que el humano moderno aparece datado con mayor antigüedad en Sudamérica y Centroamérica, que en Norteamérica, y por lo tanto, su llegada a estas zonas, fue anterior en el tiempo.
Así, se han llegado a establecer fechas más o menos asumibles que hablan de presencia humana hace 60.000 años en Pedra Furada (Brasil), 48.000 años en Montalviana (Brasil), 40.000 años en Valsequillo (México), 33.000 años en Monte Verde (Chile). Todos ellos de bastante reputación y reconocimiento.
Ello ha obligado a reinterpretar otros, que incluso, también en Norteamérica, ofrecían fechas no muy asumidas por la comunidad científica hasta épocas recientes, y eran consideradas como errores en datación o contexto, véase Cave (USA), de 60.000 años, o Topper (USA), 50.000 años.
Algunos estudios recientes de restos antiguos parecen encontrar además diferencias de calado entre los paleoindios norteamericanos y los sudamericanos, según los cuales, éstos últimos presentan genes y fenotipos más cercanos a los australoides, mientras que los norteños, son más cercanos a los siberomongoloides.

Nativo amerindio.

Así pues, el único consenso posible a día de hoy, es el resultante de establecer una tercera teoría, que reconoce posibles vías migratorias alternativas, y en distintos períodos, vía marítima, en balsas de pequeños contingentes llegados accidentalmente a lo largo del tiempo por el Pacífico, desde Australia, Polinesia o Melanesia, sumadas a otras de seguimiento de costa, desde el Norte de Pacífico, desde Siberia, e incluso por el Atlántico Norte, desde Península Ibérica y Suroeste de Francia, conocida ésta última como Solución Solutrense (Bradley-Stanford, 1999).
Todas ellas, de mínima relevancia, serían más tarde absorbidas o engullidas por un aporte migratorio mucho más significativo, de gran calado e impacto que, tras la apertura del Corredor Laurentino, se prolongaría durante al menos tres o cuatro milenios, de forma masiva, desde Beringia, hasta llegar al extremo sur del continente, hace unos 9.000 años.

Sería esta población migratoria, llegada en oleadas constantes, y no la no muy numerosa aunque posiblemente asentada desde tiempos pasados, la que iría encontrando a su paso a toda la fauna en “recolocación” ante los profundos cambios ambientales que se estaban produciendo, y probablemente con una tecnología e industria lítica mucho más avanzada y eficaz, además de ayudarse de estrategias o incluso beneficiarse de la domesticación del perro, fueron conquistando América del uno al otro confín, haciéndola suya y llevándose por delante incluso a las posibles poblaciones humanas pre-existentes, caso de haber existido éstas, aun cuando fuera a través de asimilación de poblaciones.


En el próximo y último capítulo de la serie dedicada a El Gran Norte, nos centraremos en la fauna a recuperar a través del “rewilding” en nuestro presente.









Crédito de imágenes:

El mapa del Corredor Libre de Hielo y la imagen de Homotherium serum son reconstrucciones de Miguel Llabata a partir de imágenes libres de derechos.

El resto de fotografías son archivos libres de derechos de Wikimedia Commons y Public Domain Images.

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