Para
continuar hablando sobre El Gran Norte
resulta imprescindible hacernos una mínima composición del territorio en el
Continente Americano en tiempos pasados.
Esta
entrada tratará sobre ello, también veremos alguna de la fauna más
representativa que habitó este espacio concreto, así como aspectos muy
generales sobre las distintas visiones acerca del poblamiento de América por parte del hombre.
Ya
en el siguiente y último post, el cuarto de la serie de El Gran Norte, entraremos a analizar el posible rewilding a poner en marcha como
conjunto global, atendiendo a todo el espacio actual incluido en Eurasia y
Norteamérica.
La
primera cuestión que debe abordarse en este capítulo es la de tener en cuenta que
cuando nos referimos al Gran Norte
con hábitats como el de la Estepa del Mamut, la Tundra, y la Taiga, con sus múltiples
acepciones, debemos tener muy presente cuáles fueron los espacios en que dichos
ecosistemas pudieron establecerse en el pasado.
Durante
las épocas glaciares, a lo largo del Cuaternario, el manto de hielo que se
expandía desde el Polo Norte llegó a alcanzar latitudes muy meridionales, sin
embargo esta circunstancia no se produjo de igual modo en los distintos territorios
de los continentes.
Por
algunos motivos todavía hoy no muy esclarecidos (posiblemente corrientes
oceánicas, dirección de vientos, u otros condicionantes más probables, como
distintas variaciones en el eje de la Tierra), se sabe hoy que la distribución
de los hielos fue muy superior en Norteamérica, y también en Europa, mientras
que no se prolongó tanto, en comparación, en las tierras asiáticas siberianas.
Norteamérica
quedaba pues, en épocas glaciares, cubierta por una espesa capa de hielo
conocida como Manto Laurentino que
en momentos de frío acusado, o en pleniglaciales, llegó incluso a la altura de
Nueva York o Chicago.
La Tierra durante el Máximo Glacial de hace 20.000 años. |
Así,
durante dos períodos muy puntuales del Pleistoceno Superior, el aumento de los
glaciares permitió la bajada del nivel de las aguas marinas hasta tal punto que
facilitó la existencia de Beringia, una región puente que llegó a tener una
extensión de más de 1.500 kms de ancho y que conectó Asia con América.
Curiosamente
Beringia, y buena parte de Alaska, quedaron al parecer
libres de hielo, manteniendo los mismos ecosistemas que la zona Siberiana en su parte oriental, que como digo, no se vio afectada tanto por la expansión de
hielos que entonces quedaban más volcados sobre la parte occidental y el
Continente Europeo, por el Oeste, y desde el sur de Alaska-hasta el Atlántico
por el Este.
De
este modo, buena parte de lo que hoy entendemos como ecosistemas del actual Gran Norte quedaban, en latitud, por
debajo de esa línea de hielo permanente, representados de uno u otro modo hasta
zonas muy meridionales como por ejemplo México o la Península Ibérica.
Siberia
Oriental, Beringia y Alaska, fueron por tanto una excepción septentrional de ecosistemas
de tundras, estepas y escasas arboledas de pequeño porte, hasta el punto que,
por debajo de Alaska, sólo había una enorme capa de hielo de hasta dos kilómetros
de espesor que llegaba a la frontera actual de los Estados Unidos, ya que el Manto Laurentino se unía al Manto de La Cordillera (Rocosas),
impidiendo así un paso hacia el sur.
Dos
recientes momentos de frío notable, que permitieron la existencia de Beringia,
se dieron entre 40.000 y 36.000 B.P., primero, y llegado el último máximo
glacial, entre 25.000 y 11.000 B.P., después.
Sin
embargo, y asumiendo esta visión, el geólogo canadiense W.A. Johnston formuló
en 1933 las bases de la posterior Teoría
del Corredor Libre de Hielo (Ernest Antevs, 1935), bastante aceptada en la
actualidad, que propone momentos de retirada de hielos en períodos algo más
cálidos que facilitarían que los bordes de ambas placas en contacto se derritieran formando
un pasillo transitable que seguíría el curso del Yukón y del Mackenzie, hasta el
Valle de Athabasca y el Gran Lago Agassiz.
Corredor Libre de Hielos. |
Este
corredor comenzaría a ser especialmente significativo hace entre 14.000 y
11.000 años antes del presente, coincidiendo con el fin de la glaciación.
Fuera
como fuese, hasta el Yukon llegaron distintas especies de fauna provenientes
de Asia, en muy distintos momentos del Pleistoceno, que pudieron compartir
hábitat con las propiamente americanas que durante los interglaciales habían
accedido hasta la zona aprovechando tiempos de ecosistemas favorables o
momentos de corredor, aclimatándose algunas de ellas después a condiciones más frías.
Y también sucedió al revés, algunas americanas lograron, en uno u otro momento
del pasado, el tránsito hacia Eurasia.
Cuando
los períodos cálidos interrumpían definitivamente el paso por Beringia, el
Corredor Libre en Norteamérica se ensanchaba hasta unir con las tierras
centrales del continente superando los hielos continuos que se batían en
retirada. De ese modo, algunas especies emigraban hacia el sur, adaptándose y
evolucionando, y se cruzaban con las que avanzaban hacia el norte, en un
proceso inverso.
Lo
bien cierto es que durante el momento que nos ocupa, desde la aparición del
humano moderno en Beringia hasta el presente, y sobre todo desde el Tardiglacial
y el Temprano Holoceno hasta hoy, un buen número de especies estuvieron
presentes en Alaska y parte del Noroeste de Canadá, sobreviviendo algunas de
ellas incluso en la actualidad.
Caribú |
Mamuts, saigas, bueyes almizcleros, renos, caballos, bisontes esteparios, wapitíes,
alces, osos pardos y polares, leones, lobos, gotones, se sumaron a la fauna más
propia de Norteamérica, completando el total de especies significativas que, en
uno u otro período del Pleistoceno, llegaron a formar parte del
fauna de El Gran Norte americano.
Entre
la fauna americana se contaban especies como los mastodontes, carneros y
rebecos de las rocosas, cervalces, osos arctodus y negros, linces del Canadá,
coyotes, lobos terribles (Canis dirus)
y homotherium, uno de los últimos representantes de los felinos “dientes de
sable” que habían logrado sobrevivir por más tiempo, y en varias especies, en
el continente americano, mientras que en Eurasia habían desaparecido hacía unos
250.000 años, excepto en un último refugio del noroeste de Europa, donde han sido
hallados restos datados hace 30.000 años.
Recreación de Homotherium serum y rebeco blanco de las Rocosas. |
No
podemos determinar con exactitud cuáles habrían sido las relaciones entre todas
estas especies, cómo pudieron interactuar, convivir o desplazarse entre ellas.
Por ejemplo, últimas investigaciones apuntan a que el mamut de Columbia,
evolucionado en las áreas centrales y meridionales de Norteamérica, pudo llegar
a hibridar en su distribución norte con poblaciones de mamut lanudo que en
algún momento alcanzaron las zonas próximas a los grandes hielos por el sur, y
que quedaron aisladas de las de Alaska, sobreviviendo en las estepas y taigas
que entonces abundaban desde Oregón a la Costa Este. De esta hibridación parece
surgir, según algunos autores, la que hasta no hace demasiado se consideraba
una especie distinta de mamut, el Mammuthus
jeffersonii.
Es
posible que competidores potenciales de nicho, como los grizzlies, reemplazaran o
hubieran reemplazado a los enormes arctodus
u osos de cara corta, actuando así los grandes osos pardos pleistocénicos más
bien como predadores, manteniendo hoy esa constante, mientras que los osos
negros americanos, significativamente menores en cuanto a tamaño, serían el
equivalente a nuestros osos pardos europeos, mucho más omnívoros que
carnívoros.
Quizás
a la larga, la presencia continuada del género panterino, a través del jaguar y
el gran león americano, hubiera terminado por arrinconar a homotheriums y
smilodones, felinos que, no obstante, parecían especializados en penetrar las
gruesas pieles de la gran megafauna, como mamuts, mastodontes, eremoterios,
megaterios y hasta gliptodontes, tal y como se deduce de la función que
pudieron tener sus enormes y desproporcionados colmillos. Esta especilización
permitió a los felinos dientes de sable abarcar nichos tan amplios, que
habitaron hasta finales del Pleistoceno y el temprano Holoceno desde las frías
tundras y estepas, hasta los bosques más templados.
Oso pardo o Grizzly, oso de cara corta o Arctodus y oso negro americano o baribal. |
Lo
que sí sabemos es que, como en cualquier otro período, los distintos relevos se
habrían producido sin crear traumas en el conjunto global de nichos
representativos, y que la pérdida de una especie habría sido compensada en la
mayoría de casos por otras que ocuparan su rango.
Sin
embargo, y en contra de lo ocurrido como norma durante millones de años, más
allá de la Era Cuaternaria, los cambios en el clima y en los ecosistemas, que
no deberían haber supuesto ningún episodio de ruptura clara en cuanto a
extinción masiva de fauna, vinieron desde hace unos 14.000 años acompañados de
algún factor excepcional que iba a propiciar este evento de enormes magnitudes
que conllevaría la total extinción de géneros enteros y una larga lista de
especies, hasta prácticamente borrar del mapa cualquier atisbo de megafauna
americana.
¿Cuál
es el único factor conocido hasta la fecha que pudo actuar como determinante en
una época sensible de cambios en las estructuras climáticas y de hábitat?...
La
llegada del hombre al Continente americano es todavía hoy objeto de enorme
controversia y debate, centrada en multitud de investigaciones.
Grosso Modo, podríamos
establecer dos corrientes mayoritarias de pensamiento, avaladas por datos
objetivos y bastante contrastados, y una tercera, que trata de conjugar ambas,
y que es por la que yo me decanto.
La
primera de ellas, es la Teoría del Poblamiento Tardío,
La
ocupación del territorio americano por parte del hombre ha ido, curiosamente, y
desde el principio, ligada a la caza de la fauna que lo habitaba.
De
hecho, el primer descubrimiento que en su día fue relacionado y reconocido como
de los antiguos pobladores americanos, se halló en el Barranco Folsom (Nuevo
México), a principios del s.XX, en un yacimiento de huesos de bisontes extintos
hace miles de años, que contenían varias puntas de flecha de un estilo muy
refinado, conocidas hoy como Clovis, y que ya constató el director del Museo de
Historia Natural de Colorado, J.D.Figgins, en 1926.
Posteriormente,
muchos artefactos humanos, sobre todo de caza, se han encontrado asociados a
restos de megafauna extinta a lo largo y ancho del continente americano en toda
su extensión, y en períodos muy diversos que se adentran incluso hasta momentos
tardíos del Temprano Holoceno.
Resulta
especialmente significativo el yacimiento de Hudson-Meng Bison Kill
(Crawford-Nebraska), donde se hallaron nada más y nada menos que los esqueletos
semifosilizados de quinientos ejemplares de Bison
antiquus (antepasado directo del bisonte americano actual), junto a los
cuales se han recuperado multitud de puntas de lanza y proyectiles paleoindios.
El
yacimiento está datado entre 9.700 y 10.000 años antes del presente, y es de
gran importancia porque podría estar poniendo de relieve una de esas
dificilísimas “fotografías”, escenas cotidianas de una época, tremendamente
complicadas de dejar su registro en el tiempo con pruebas físicas, y que en
este caso apuntan hacia una de tantas y tantas exitosas cacerías masivas de los
paleoindios, que en tiempos críticos de condiciones de cambio, podían haber
empujado a la extinción definitiva de algunas especies, y por extensión, en
efecto cascada, a un número muchísimo mayor de otras.
Puntas Clovis. |
La
primera de ellas, es la Teoría del Poblamiento Tardío, basada en el Consenso
Clovis, que postula que anteriormente a la existencia del Corredor Laurentino,
libre de hielos, es decir, antes de 14.000 B.P., no pudo nunca establecerse el
hombre en América, proveniente desde Beringia, y antes, desde Siberia o
Mongolia.
Sin
embargo, desde las últimas décadas del S.XX, los descubrimientos han ido
apuntando claramente en otra dirección muy distinta, una dirección inquietante
que demuestra, a través de multitud de hallazgos en muy distintos y ya
contrastados yacimientos, que el humano moderno aparece datado con mayor
antigüedad en Sudamérica y Centroamérica, que en Norteamérica, y por lo tanto,
su llegada a estas zonas, fue anterior en el tiempo.
Así,
se han llegado a establecer fechas más o menos asumibles que hablan de
presencia humana hace 60.000 años en Pedra Furada (Brasil), 48.000 años en
Montalviana (Brasil), 40.000 años en Valsequillo (México), 33.000 años en Monte
Verde (Chile). Todos ellos de bastante reputación y reconocimiento.
Ello
ha obligado a reinterpretar otros, que incluso, también en Norteamérica,
ofrecían fechas no muy asumidas por la comunidad científica hasta épocas
recientes, y eran consideradas como errores en datación o contexto, véase Cave
(USA), de 60.000 años, o Topper (USA), 50.000 años.
Algunos
estudios recientes de restos antiguos parecen encontrar además diferencias de
calado entre los paleoindios norteamericanos y los sudamericanos, según los
cuales, éstos últimos presentan genes y fenotipos más cercanos a los
australoides, mientras que los norteños, son más cercanos a los
siberomongoloides.
Nativo amerindio. |
Así
pues, el único consenso posible a día de hoy, es el resultante de establecer
una tercera teoría, que reconoce posibles vías migratorias alternativas, y en
distintos períodos, vía marítima, en balsas de pequeños contingentes llegados
accidentalmente a lo largo del tiempo por el Pacífico, desde Australia, Polinesia
o Melanesia, sumadas a otras de seguimiento de costa, desde el Norte de
Pacífico, desde Siberia, e incluso por el Atlántico Norte, desde Península
Ibérica y Suroeste de Francia, conocida ésta última como Solución Solutrense
(Bradley-Stanford, 1999).
Todas
ellas, de mínima relevancia, serían más tarde absorbidas o engullidas por un
aporte migratorio mucho más significativo, de gran calado e impacto que, tras
la apertura del Corredor Laurentino, se prolongaría durante al menos tres o
cuatro milenios, de forma masiva, desde Beringia, hasta llegar al extremo sur
del continente, hace unos 9.000 años.
Sería
esta población migratoria, llegada en oleadas constantes, y no la no muy
numerosa aunque posiblemente asentada desde tiempos pasados, la que iría
encontrando a su paso a toda la fauna en “recolocación” ante los profundos
cambios ambientales que se estaban produciendo, y probablemente con una
tecnología e industria lítica mucho más avanzada y eficaz, además de ayudarse
de estrategias o incluso beneficiarse de la domesticación del perro, fueron
conquistando América del uno al otro confín, haciéndola suya y llevándose por
delante incluso a las posibles poblaciones humanas pre-existentes, caso de
haber existido éstas, aun cuando fuera a través de asimilación de poblaciones.
En
el próximo y último capítulo de la serie dedicada a El Gran Norte, nos centraremos en la fauna a recuperar a través del
“rewilding” en nuestro presente.
Crédito de imágenes:
El mapa del Corredor Libre de Hielo y la imagen de Homotherium serum son reconstrucciones de Miguel Llabata a partir de imágenes libres de derechos.
El resto de fotografías son archivos libres de derechos de Wikimedia Commons y Public Domain Images.
No hay comentarios:
Publicar un comentario